Azazel y la vaca que llora
Tres obras de Ohad Naharin componían la oferta del Batsheva, y en su conjunto retratan con bastante exactitud el aparato estético de este reputado coreógrafo. La cultura moderna israelí es ecléctica por cronología, por gestación, por ingredientes, y Naharin es fruto de ese cruce de hijos pródigos, aunque él sea más un azazel, es decir, una oveja negra echada a su suerte en el desierto, manteniéndose profano, contestatario y hasta agresivo.La primera pieza, Queens, es una amarga secuencia de solos para mujeres, estrofas solemnes y monologales en un intenso lento agitatto donde una cierta mímica, apenas sugerida, desgrana soledades. Black Milk es un quinteto de hombres lleno de rituales intimistas, y Zina, un collage desconcertante e irregular que habla de tantas cosas que se vuelve babélico. Naharin observa la estructura de la pieza angulándola, dando protagonismos aislados y breves, con ironía, que atomizan la unidad del producto y deconstruyen el molde bailado. Es pesimista, apocalíptico y concibe la trama como una lección de tinieblas cainita donde se garabatea en el espacio el temblor, el miedo a una progresión de la violencia, a tantos fanatismos que acechan. La plantilla de Batsheva se compone de unos 15 muy bien entrenados bailarines capaces de afrontar con solvencia lecturas actorales y evoluciones de gran complejidad corporal. El público se dividió y hubo notorios y claros abucheos al final. Las risas comenzaron cuando cayó desde las bambalinas una falsa vaca suiza muerta por los disparos enajenados de la metralleta de uno de los bailarines. ¿Mensaje antibélico, burla a la zona más oscura del sionismo? No queda claro, y a partir de allí, otro sector de levantó y se marchó. La mayoría que se quedó aplaudió con entusiasmo.
Batsheva Dance Company
Zina. Música: Ivry Lider y O. Naharin; Queens. Música: Arvo Pärt; Black Milk. Música: Paul Smadbeck. Coreografías y dirección artística: Ohad Naharin. Festival de Otoño. Teatro de Madrid.
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