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Tribuna
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La voluntad de los vascos

Los portavoces de los partidos nacionalistas vascos se han apresurado a comentar la última carta de ETA con la complacencia y la complicidad habituales desde el Pacto de Lizarra. Además de conceder declaraciones a la moda abertzale, luciendo ambos camiseta blanca de cuello redondo, Otegi y Egibar han coincidido en calificar la iniciativa de ETA como un paso positivo hacia la paz, como una muestra de su movimiento frente al inmovilismo de Madrid. Primero aparece uno y lo dice; luego se presenta el otro y lo repite; ETA ha enviado la pelota al tejado del Gobierno de Madrid; ETA ha movido ficha.Según la interpretación de estos portavoces crecientemente clónicos, ETA ha aceptado que la sociedad vasca decida sobre las cuestiones políticas que afectan a Euskadi. Gran paso adelante, en verdad, si fuera cierto. Para Otegi no ofrece dudas: ETA ha expresado "su voluntad de respetar lo que los vascos y las vascas decidamos"; la voz de Egibar resuena como un eco: ETA ha consignado "el respeto a la libre voluntad de los ciudadanos". Los no iniciados podrían pensar que esa volundad se viene manifestando cada año en las urnas; pero es un espejismo, porque, como dice Otegi, el Estatuto fue aprobado "bajo presión" o, como repite Egibar, el Estatuto ha institucionalizado "forzadamente" la legalidad española.

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Si los vascos no expresan su voluntad en las elecciones ¿qué habría que hacer para que pudieran manifestarla? El comunicado de ETA es luminoso: el procedimiento y la fórmula para que la voluntad de Euskal Herria se exprese libremente quedará exclusivamente en manos de Euskal Herria. Dispuesto a aclarar la tautología, Otegi es algo más explícito: los vascos no cuentan con un Gobierno nacional; por tanto, es preciso poner en marcha un sujeto nacional que elabore la oferta y ofrezca a la sociedad vasca para que la sociedad vasca la refrende. Con el árbol bien sacudido, Egibar recoge las nueces en su cesto; reniega del Estatuto y asegura que su partido está trabajando en un proyecto soberanista.

Sobran, por tanto, elementos para entender que el acuerdo entre ETA, EH y PNV es profundo y afecta a todos los pasos necesarios para avanzar en el proceso de paz: dar por liquidado el Estatuto, institucionalizar un "sujeto nacional" que elabore una propuesta soberanista, convocar un referéndum para ratificar la oferta. A esto se llama voluntad de Euskal Herria y esto es lo que el Estado, después de una negociación, tendría que garantizar a la vista de lo bien que se está comportando últimamente ETA. Mientras tanto, y por si el Estado se muestra reticente o rácano en la negociación, ETA será compensada cada vez que un policía se atreva a cruzarse en el camino de algún o alguna activista y tenga la ocurrencia de detenerlo o detenerla.

Los nacionalistas jamás admitirán que las naciones no tienen manos y que carecen de voluntad; que no existe la voluntad de Euskal Herria; que sólo existe la voluntad de los vascos. De lo que se trata no es de que alguien se arrogue la voz de Euskal Herria, sino de que los vascos puedan manifestar libremente cada cual su propia voz. Que la manifieste, pues; y si no bastan las elecciones, bienvenido sea un referéndum. Pero condición inexcusable del voto libre es la disolución de ETA y el fin de cualquier amenaza de terror en cualquiera de sus formas. Una vez consolidado ese único paso hacia la paz, ya se podría negociar lo relativo a la consulta: contenido de la pregunta, vinculación territorial y temporal del voto, y todo lo demás. Y si de resultas de la manifestación de una voluntad claramente mayoritaria, los vascos decidieran -como dijo Azaña en 1930 a propósito de Cataluña- remar ellos solos en su navío, "sería justo el permitirlo y nuestro deber consistiría en dejarlos en paz, con el menor perjuicio posible para unos y otros, y desearles buena suerte, hasta que cicatrizada la herida pudiéramos establecer al menos relaciones de buenos vecinos".

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