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44º FESTIVAL DE VALLADOLID

Bella sinfonía londinense de Winterbottom

Un homenaje a Jaime Chávarri permite ver la gran estatura artística del cineasta español

El libro Vivir rodando, de Rosa Álvarez y Antolín Romero, el rescate de sus 12 largometrajes y un encuentro celebrado ayer cara al público permiten ver por primera vez la obra de Jaime Chávarri como conjunto y como escalada de uno de nuestros más solventes, libres y refinados cineastas a la estancia de los indiscutibles, de los grandes de nuestro cine. Cerró el concurso una obra maestra, Wonderland, bellísima sinfonía visual sobre el paisaje urbano de Londres dirigida por Michael Winterbottom. Esta maravilla llegó precedida por el excelente filme turco Viaje hacia el sol.

Wonderland -como otro filme magistral proyectado hace unos días, The straight story, dirigida por David Lynch- tiene algo de llamada al orden. Winterbottom es un cineasta joven, pero no un novato. Es fértil y, como profesional formado en la televisión, rueda rápidamente una película tras otra. Pero su forma de filmar, directa y eficaz, suele estar desequilibrada por una sobrecarga de tentación de autoría, que con frecuencia inclina sus películas hacia amaneramientos propios de una obsesión por la distinción. Es éste un mal de proporciones epidémicas en el cine actual, que lo daña gravemente: la petulancia del mito del director-autor, que brota de detrás de las imágenes de directores comunes y corrientes, buenos profesionales, pero que carecen de una visión propia del mundo y, para dar la impresión contraria, la fingen.Y ahí es donde Wonderland, como The straight story, se convierten en saludables, incluso imprescindibles, llamadas al orden, porque tanto Winterbottom en la primera como Lynch en la segunda logran dar lo mejor de sí mismos y hacer sus películas más elegantes, ricas y avanzadas, rodando guiones ajenos. Nunca Winterbottom ha sido más autor, ni ha hecho una película más suya que Wonderland, que está primorosamente escrita no por él, sino por Laurence Coriat, como la de Lynch es obra de su montadora Mary Sweeney y del guionista John Roach.

Wonderland es un prodigio de equilibrio entre documento y ficción. Está rodada con asombrosa soltura y proporciona al espectador un punto de vista, o un observatorio, tan ancho de miras y tan profundo que le pone en los ojos algunas esencias de la vida en Londres, un Londres asombrosamente verídico, del que uno se empapa recorriendo barrios a través de la peripecia de una familia obrera y sus alrededores cotidianos, interpretados con genio por una docena de incomparables actores. No recuerdo haber percibido nunca en la pantalla una sensación tan viva de pisar físicamente las aceras, los asfaltos y los cobijos de algunas zonas de la enorme ciudad, como la que crea el prodigio de Wonderland, joya del cine moderno, nueva sinfonía del universo urbano, hecha de espaldas a cualquier tentación de originalidad o modernez.

Genocidio

Viaje hacia el sol cuenta la amarga historia de la amistad entre un muchacho turco de Estambul y un emigrante kurdo a la ciudad. Lo dirige una mujer, Yesim Ustaoglu, que en la primera parte del filme, la más convencional, describe con valentía y claridad algunas inquietantes trastiendas de la vida en Turquía, donde se oyen en sordina ecos remotos del genocidio que está diezmando a la zona de dominio turco del Kurdistán. La segunda parte, el viaje expiatorio del muchacho turco a la tierra kurda, rompe el ritmo de tensión ascendente del arranque de la película para hacerlo descender bruscamente al centro del infierno del genocidio que asola a los pueblos kurdos. Contiene esta zona de desenlace alrededor de una hora de cine imposible de olvidar, emocionante y perturbador hasta casi lo insostenible. Nuevamente, pero aquí no lírica sino trágica y explosiva, la misma fértil identidad entre documento y ficción que antes observamos en Wonderland, rasgo que comienza a convertirse en un signo distintivo del cine hambriento de realidad y hastiado de burdas simulaciones.

Cerró por todo lo alto esta nueva gran edición del Festival de Valladolid el homenaje a Jaime Chávarri, cuyo cine crece y, a medida que se aleja en el tiempo, multiplica su vigencia. A los 56 años, Chávarri ha alcanzado con creces la estancia de los pocos nombres identificadores de nuestro cine en su conquista de una identidad que ofrecer al mundo. Desde El desencanto a Sus ojos se cerraron, pasando por Las bicicletas son para el verano y Las cosas del querer, la obra de Jaime Chávarri se muestra, película por película y como conjunto, completamente viva y, más importante, abierta a todo lo que venga a enriquecerla en los próximos años, gracias a su estilo poroso, libre y evolucionado, elegante hasta los bordes del refinamiento.

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