Nueva mediocridad de Spike Lee y una gran comedia británica
Se inaugura una hermosa muestra del escenógrafo húngaro Alexandre Trauner
La Seminci ha organizado una gran exposición de bocetos escenográficos de Alexandre Trauner, uno de los genios de la decoración en el cine. Es una maravilla. Y el concurso continuó ayer con Nadie está a salvo de Sam, última película del estadounidense Spike Lee, que vuelve a meterse en un fregado ambicioso y de nuevo lo compone de forma falsaria y hueca. En cambio, el británico Damien O'Donnell borda en Oriente es Oriente una comedia magistral.
Si uno se entera después de haber visto Oriente es Oriente de que es el primer largometraje de su director, el británico Damien O"Donnell, la sorpresa está más que fundada, porque todo en esta pequeña película coral, hecha con bajísimo presupuesto y altísima autoexigencia, es magistral, desde la escritura hasta la dirección, pasando por la fotografía y por todas y cada una de las composiciones de los 15 o 20 intérpretes, que parecen haber nacido para hacer lo que aquí hacen.Cuenta Oriente es Oriente la vida cotidiana de una familia paquistaní que vive en un arrabal de Manchester a finales de los años setenta. Nada más que eso. El padre, casado con una inglesa, sigue aferrado a las tradiciones que se trajo en la mochila de su país y de su religión, que chocan frontalmente con los modelos de vida y de conducta de la ciudad europea donde han nacido todos sus hijos, que son ingleses y no paquistaníes. La colisión de mentalidades echa chispas desde las primeras escenas de la película, chispas que son en realidad más que eso: auténticas ascuas incendiarias, pero que la gracia del relato, la viveza de los personajes, la exactitud del trazado de las situaciones y las continuas sorpresas que nos ofrecen sus esquinas y sus variantes, reducen a puro humor de la mejor estirpe británica. Una delicia, pero nada epidérmica, sino llena de continuas cargas de profundidad, que convierten este juego minimalista en una de las películas más serias vistas aquí estos días.
Si todo es explosivo en la sencillez de Oriente es Oriente, en cambio todo es pólvora mojada en la explosión que Spike Lee quiere contar, y no cuenta, en Nadie está a salvo de Sam. De nuevo la emprende Lee con un asunto extremoso y lleno de dificultades más aparentes que reales, como el que se aprieta en la crónica del verano de 1977 en Nueva York, donde se cruzaron sucesos tan espectaculares como el apagón de la ciudad, los saqueos que lo siguieron, los crímenes en serie del psicópata David Berkowitz en el Bronx, los linchamientos racistas de las cuadrillas vecinales de defensa, el estallido de las discotecas punkis y otros jalones de la crónica oscura de Manhattan. Resultado: un barullo de imágenes mentirosas, un frenético ir y venir de personajes huecos y acartonados, una pedrea de distorsiones ópticas, de encuadres retorcidos, y todo un almacén de recursos para engañar al espectador, que cuelan si uno les deja colarse, pero que basta la punta crítica de un alfiler en la mirada para que revienten hechos añicos como consecuencia de lo que son, un globo hinchado, el enésimo de este tramposo director empeñado en encubrir su vaciedad con asuntos tonantes y frenéticos, destinados a dar la impresión de que se está viendo cine importante cuando lo que hay en la pantalla es nada más que cine irrelevante, cine fingido. Al margen del concurso, en la sección retrospectiva se están proyectando algunas de las películas que decoró el gran Alexandre Trauner. Este formidable decorador, indispensable en la obra de Billy Wilder, Joseph Losey, Stanley Donnen, Marcel Carné, Howard Hawks y tantos otros eminentes cineastas, tiene aquí la presencia de algunos de sus principales bocetos escenográficos. Esta muestra justificaría por sí sola la existencia de esta edición de la Seminci. Es, como veo, tal como salieron de su mano, una de las esencias del cine clásico.
Babelia
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