Los Quince dan su espaldarazo a un espacio común de libertades con más control policial
ENVIADO ESPECIALLa Unión Europea (UE) se encaminó ayer decididamente hacia la creación de un espacio común de libertades y controles policiales, quizá éstos con más énfasis que aquéllas. Los jefes de Estado o de Gobierno dieron un fuerte impulso político al llamado "espacio de libertad y seguridad común", en el que se aproximarán las políticas de inmigración y asilo, se coordinará la lucha contra la criminalidad y se acercarán los sistemas judiciales. Los líderes aseguraron que descartan una Europa fortaleza y que pretenden un "equilibrio" entre libertades y represión.
Los líderes llegaron a Tampere políticamente costipados por el efecto de los espaldas mojadas albaneses en Italia, kosovares en Alemania o marroquíes en España y con el aliento jadeante por el avance electoral, a lomos xenófobos, de gentes como Jörg Haider (cuyo partido logró situarse en el segundo lugar del espacio político austriaco tras las elecciones del 3 de octubre). Y temerosos de que este nuevo espacio sea tildado de fortaleza o cárcel. El primero en demostrarlo fue el presidente de la Comisión, Romano Prodi. "Habrá muchos comentaristas esperando agriamente calificar a Tampere de la cumbre represiva: no les demos la razón", aconsejó.El más acerado defensor de un equilibrio entre las libertades -como la de circulación- que se pretenden garantizar con los nuevos controles fue el portugués Antonio Guterres. "A nuestros ciudadanos les preocupan, con razón, los delitos, pero otras veces hay reacciones irracionales, como frente a la inmigración", denunció, por lo que hay que "evitar el crimen, pero también reconocer los derechos de los inmigrantes y la necesidad de ayuda a los países de los que son originarios".
"Esta cumbre no es represiva", coreó el holandés Wim Kok. "Cuidado con las medidas demasiado represivas", reiteró el italiano Massimo D"Alema. "La UE debe ser abierta y segura, pero no una fortaleza", resumió el presidente de turno, el finlandés Paavo Lipponen. Tras él, el alemán Gerhard Schröder, Kok y otros denigraron de la "fortaleza". Y, siempre brillante, el luxemburgués Jean-Claude Juncker, insistió en "el riesgo de que esta reunión dé la impresión de ser represiva; debemos evitarlo, seguiremos acogiendo a los perseguidos", mitineó a sus colegas.
Buenas intenciones
Pero, ¡oh, contradicción!, si todas esas buenas intenciones las formulaban en el seno del Consejo Europeo, fuera, ante la prensa, parecían subrayar lo contrario. Incluso el muy socialdemócrata Lipponen enfatizó que "el combate contra la inmigración ilegal vinculada a la criminalidad nos lo piden nuestros conciudadanos". Nada que objetar, salvo que el énfasis en la mejor cooordinación policial, vía Europol (a la que se le ampliarán competencias), en las medidas represivas (condiciones comunes para retirar el permiso de residencia a ciudadanos de terceros países) o en la creación de una coordinación de las quince fiscalías (el Eurojust) parecía ayer muy superior al puesto sobre la ampliación de las libertades. Como la de redactar un Estatuto del Residente permanente procedente de terceros países, para que pueda circular por toda la UE como los ciudadanos europeos y gozar de parecidos derechos sociales y de voto municipal; o la de aprobar una Carta de Derechos fundamentales.
A medio camino de ambos polos, se abrió paso la propuesta del reconocimiento mutuo de sentencias judiciales firmes, lo que simplificará la cooperación entre jueces. Deberán ser "firmes", lo que excluye por ejemplo la entrega automática de Augusto Pinochet a España -sin decisión previa de la justicia británica- contra lo que alegaban fuentes gubernamentales. Eso se combinará con cierta armonización de las legislaciones civiles y penales.
Estas y otras ideas barajadas ayer -desde nuevos mecanismos de acceso barato a la justicia, hasta una Academia europea de policía, pasando por una estrategia específica contra el blanqueo de dinero procedente del narcotráfico- ya estaban apuntadas en el Plan de Acción aprobado por la cumbre de Viena, hace ahora casi un año. ¿Para qué hacía falta, pues, un nuevo Consejo Europeo?
Casi nadie ofrecía ayer una respuesta muy convincente. Las más imaginativas subrayaban que esta cumbre monográfica "supone un fuerte impulso político" a este programa y destacaban que se completará con un mecanismo multiplicador, el llamado scoreboard o marcador simultáneo, una propuesta del avisado comisario portugués Antonio Vitorino que hoy se convertirá en doctrina. Se trata de copiar el mecanismo utilizado por Jacques Delors para implantar el Mercado Interior con sus 300 directivas. A saber, un Libro Blanco analítico; una lista de objetivos concretos; unas propuestas de normativas; una delimitación de las actuaciones nacionales respecto de las europeas; unos sistemas de evaluación periódica; un control estricto sobre cómo se aplica lo pactado.
Al Mercado Interior se le llamó la "Europa sin fronteras". Ojalá se disipen los temores al retorno de otras de nueva planta.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.