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Tribuna
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En tiempo límite

Josep Ramoneda

Las campañas electorales tienen un tiempo y un ritmo. Como en el salto de longitud, el éxito está en llegar al momento decisivo con la máxima potencia: es tan peligroso pisar la plastilina por ir demasiado acelerado como no coger tabla por haber calculado mal y saltar con el lastre de unos centímetros de más. Pujol enfila la última semana con el riesgo de llegar demasiado acelerado, Maragall corre el peligro de no llegar a tiempo. A Pujol le puede sobrar una semana, a Maragall puede que le falte tiempo.De poco le sirvió a Pujol el curso acelerado de rumba que se dio en el coche entre Manlleu y Barcelona para llegar a la fiesta mitin de Nou Barris con algún criterio formado sobre Los Chunguitos. Desde primeros de septiembre la campaña de Pujol ha ido a todo ritmo y con la coalición en perfecto estado de revista: todos a una. Pero a esta velocidad se gasta mucha gasolina, y el pasado fin de semana ya estaba todo dicho, ya no quedaba nada más por prometer. Pero Pujol quiso hacer el más difícil todavía: ir a predicar en territorio infiel. Con la música como camuflaje se montó un mitin fiesta en Nou Barris. La gente acudió en masa: 15.000 personas, dicen. Pero acudió a escuchar a Los Chunguitos. Pujol, entre silbidos, tuvo que hacer mutis y dar todo el protagonismo a la música. Estas cosas ocurren cuando se va tan acelerado que no se evalúan los principios. Querer atraparlo todo tiene estos riesgos. En Convergència i Unió intentan minimizar los silbidos detrás del número de asistentes. ¿Cuál es el valor real de cada cosa?

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Pero Pujol sigue cruzando la semana de los peligros, con viento en popa y a toda vela. No basta con el chasco de Nou Barris. Va a Lleida y saca a relucir el caso Banca Catalana: una espina clavada, todos tenemos derecho al resentimiento. Más todavía: él mismo evoca su punto más débil, los 19 años de mandato, aunque lo hace para decir que en el PSOE hay alguien que lleva más de 20 años mandando.

Este alguien llega mañana. Es Felipe González, por supuesto. Él tiene que sacar de la modorra al electorado abstencionista del cinturón barcelonés que se resiste a los encantos de Maragall. De este sector del electorado depende que haya o no vuelco.

A Maragall le incomoda tener que pedir ayudas, y más que éstas vengan de fuera de Cataluña. Tal como había concebido su proyecto, hubiera preferido no pasar por este trance. Pero la realidad siempre acaba imponiéndose a las fantasías de cada uno. El tiempo se acaba y cunde la impresión de que la movilización del cinturón barcelonés va con retraso. Hay que dar el último empujón.

Maragall tendrá oportunidad de ensayar junto a Felipe González la nueva forma de relación entre Cataluña y España que él pregona. Contra el mercadeo, lealtad y confianza. La confianza bien entendida empieza por los propios correligionarios.

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