Miguel Bardem se adentra en el siglo XXI y destapa una España casposa y divertida
Es su primera película en solitario tras el tropiezo que significó su debú en Más que amor, frenesí, cuyas culpas comparte con los otros firmantes, David Menkes y Alfonso Albacete. No hay drag queens ni discursos torpemente sexistas, sino un abierto cachondeo a costa de ese tema inmortal que es la confrontación entre la belleza del cuerpo y la abyección del alma, o al revés, eso sí, a partir de las andanzas de una asesina en serie por un Madrid de diseño futurista. La mujer más fea del mundo, que se presentó el lunes en el Festival de Cine de Sitges, significa un paso adelante en la carrera de Miguel Bardem porque a pesar de ciertas vacilaciones de un guión que no firma él, sino Nacho Faerna, se las ha ingeniado para dotar de sentido y considerable cachondeo a una peripecia en la que cine criminal y ciencia-ficción se alían para dar a luz una comedia con eficaces golpes escondidos. Estamos en el 2011, en un Madrid que es la Capital Federal de la III República. Allí se produce un brutal asesinato, aparentemente perpetrado por una monja admiradora de la Madre Teresa de Calcuta, pero en realidad, una atractiva belleza (Elia Galera), que tendrá que ser aclarado por un avispado policía (Roberto Álvarez). La mujer más fea del mundo está recorrida por un espíritu lúdico e iconoclasta, que brinda una hipótesis de posible certeza -en la España del siglo XXI la caspa nacional seguirá siendo la misma- y se ríe del demonio y de su sombra.
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