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Abogados que violan

Vicente Molina Foix

Ya no hace falta estudiar derecho para saber de leyes. Los periódicos y la televisión, plantas transformadoras de lo real, no sólo nos mantienen informados del rico y denso mundo judicial, sino que día a día, a fuerza de insistir, nos instruyen. Yo, que empecé ardientemente la carrera y llegué a segundo, donde los códigos civil y canónico me hicieron cruzar de acera, lo que en el caso de la Universidad Complutense significaba pasar de la Facultad de Derecho al edificio de enfrente, Filosofía y Letras, pues sí, yo, ese vergonzante fugitivo de las leyes que he sido desde entonces, se considera hoy un hombre ducho en ciertos pormenores nada fáciles del Derecho Internacional Público. Y sólo por seguir apasionadamente en la prensa los considerandos de jueces y fiscales en este gratificante courtroom drama que es el caso Pinochet, o, mejor dicho (en algo ha de notarse el saber adquirido), el proceso entablado por "el Reino de España versus el senador Augusto Pinochet".Me adentro en los jardines no por enmarañados menos amenos de la prosa jurídica. El pasado viernes, por ejemplo,oyendo las declaraciones del catedrático Enrique Gimbernat al telediario, aprendí la palabra extraditurus; y aunque el catedrático estuvo muy elocuente y nítido en el rechazo de la solución humanitaria para el ex dictador hoy extraditable, sentí el pánico de que las numerosas y obispales agrupaciones Pro-Vida de nuestro país se pongan ahora a defender el sagrado derecho de Pinochet extradituro a salir del vientre de la ley, aunque su madre, la Justicia, no lo desee.

Pero mientras me adentro en esta espesa vegetación legal que ahora tanto florece y está, diría yo, dando al fin del milenio un aroma intenso y a ratos mareante, no me olvido de un bonito género cinematográfico, el drama de juzgados. Hace pocos días, a raíz de una vista pública menos internacional que la de Londres, la del caso del violador de Pirámides (aclaro que Arlindo Carballo, el presunto, no violentaba monolitos egipcios, sino a mujeres, unas 130, vecinas de la glorieta de las Pirámides), me acordé de la película de Preminger Anatomía de un asesinato, leyendo una entrevista con Miguel Ángel Cocero, el abogado que llevaba la defensa de Arlindo. Este letrado había defendido ya a 46 violadores, y todos, excepto tres, fueron declarados inocentes; "todos, salvo cinco o seis, me confesaron su culpabilidad", decía el letrado, quien confesaba sus escrúpulos por tan sostenida relación legal con criminales infames. "¿Por qué no voy a ayudar a una persona que está caída?". A renglón seguido, sin embargo, la piedad del letrado Cocero adquiría otro tinte: "El caso me seducía por su espectacularidad. A todo profesional le gusta la soberbia del más difícil todavía".

Me acordé de la película por una frase que su ayudante le decía al abogado rectísimo y anticonvencional interpretado genialmente por James Stewart: "Eres demasiado puro para las impurezas de la ley". Ya sabíamos que en la justicia, como en las restantes disciplinas ejercidas por los humanos, el error, la torpeza y la malicia son inevitables. Su investigación y castigo legal, desde dentro del propio cuerpo infectado, es precisamente motivo en los últimos tiempos de noticias que a todos nos abren los ojos. Lo que resulta indigno y -digámoslo con toda la fuerza de nuestra indignación de meros sujetos pasivos de la ley- inadmisible es la creciente y pública conversión de los servidores de la ley (jueces, fiscales, abogados) en comprensivos aliados del delincuente.

El violador de Pirámides tiene naturalmente derecho a la defensa, pero ¿es la soberbia de ganar una causa que genera titulares en los medios lo que debe guiar a su defensor? ¿Y qué afán, que no sea la esperanza de ganar notoriedad y abultadas minutas, hay en esos abogados madrileños Escardó y Stampa, o en el inglés Nicholls, que hacen comparaciones obviamente falsas entre irregularidades de comisaría de barrio y aberrantes torturas de Estado, justificando dentro y fuera del juzgado, como si se tratara de pellizcos, las muchas más de 130 violaciones perpetradas en el cuerpo de su ciudadanía por el aún nonato extraditurus?

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