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RELIGIÓN

Muere a los 90 años Helder Cámara, símbolo de la teología de liberación

Brasil vivió ayer un día de luto nacional y miles de personas acudieron a visitar su féretro

Juan Arias

Dom Helder Cámara, emblema de la lucha a favor de los pobres y símbolo de la resistencia a la dictadura militar brasileña, murió la noche del viernes, por insuficiencia respiratoria, en su humilde casa de Recife, donde había sido arzobispo. Había cumplido 90 años en febrero y había sido apellidado por los militares el obispo rojo. Ayer por la mañana, muy temprano, la gente que salía para trabajar se paraba con la cara entristecida ante los quioscos que exponían los periódicos con los titulares de su muerte. Para Brasil, la muerte de Dom Helder ha sido luto nacional.

Miles de personas formaban cola frente a la catedral de Olinda para dar el último adiós a una de las más significativas expresiones de la Iglesia católica brasileña. Helder Cámara fue enterrado ayer al lado de monseñor José Lamartine, que fue uno de sus ayudantes.Propuesto para el Nobel de la Paz por los alemanes, lo boicotearon los militares por miedo a que adquiriera mayor prestigio internacional. Los escuadrones de la muerte atentaron varias veces contra su vida, y su casa mostraba los impactos de las balas. Pero nunca desistió de sus principios democráticos y de su trabajo a favor de los pobres. Solía decir durante la dictadura: "Si doy comida a los pobres, ellos me llaman santo. Si pregunto por qué los pobres no tienen comida, me llaman comunista".

Hacia la política

Helder, a quien el Vaticano nunca quiso hacer cardenal y a quien los brasileños han canonizado ya en vida, había nacido en Fortaleza el 7 de febrero de 1909. Era uno de los 12 hijos del periodista y crítico teatral João Cámara y de la maestra Adelaide Pessoa. Entró en el seminario a los 14años y fue ordenado sacerdote en 1931. Y ya en ese año organizó la Juventud Obrera Cristiana, ligada a una organización que acabó siendo un partido político, iniciando el conjunto de catolicismo progresista que luego se convertiría en la Teología de la Liberación.Enseguida la Iglesia conservadora de entonces le pidió que abandonara toda actividad de signo político. Y fue enviado a Río de Janeiro a organizar la enseñanza religiosa en las escuelas. Nombrado arzobispo auxiliar de Río, organizó enseguida un nuevo movimiento para "urbanizar, humanizar y cristianizar las favelas".

Fue Helder también el impulsor de la Conferencia del Episcopado de Brasil, de la que nacería más tarde la poderosa Conferencia General del Episcopado Latinoamericano (CELAM).

En 1964, año del golpe militar, asumió el obispado de Olinda y Recife. Allí se convirtió en un personaje internacional por sus actividades a favor de los presos políticos, por sus denuncias contra la tortura, que los militares negaban, y por su defensa a ultranza de las clases más pobres. Al cumplir los 76 años, sin darle ni un año más, Roma le pidió que dejara la diócesis. Desde entonces se retiró a vivir, escribir y meditar en una casita simple de la misma ciudad de Recife de la que había sido arzobispo. Con más tiempo libre, recorrió las principales universidades del mundo llevando su mensaje de paz y de justicia social.

"La liberación eterna", predicaba Helder, "comienza aquí. Es aquí y ahora donde construimos nuestra eternidad". Defensor a ultranza de la gente sencilla y pobre, solía decir: "Cuando estás cerca de los pobres te das cuenta de que aunque no saben leer ni escribir sí saben pensar". Escribió más de 40 libros, algunos de los cuales tenían que ser leídos a escondidas por miedo a los militares, que los consideraban subversivos.

Murió como deseaba, en su casa, rodeado de sus amigos tras haber estado internado cinco días en un hospital por insuficiencia renal. Comentando su muerte, que siempre esperó con calma, decía: "Uno de mis anhelos de llegar al infinito es la esperanza de que, por lo menos, allí las paralelas puedan encontrarse".

Ayer, en los periódicos que daban la noticia de su muerte aparecía una información que a Helder le hubiera gustado leer. El presidente de la Conferencia Episcopal de Brasil, Dom Jayme Chemello, criticaba la falta de ética en la política y afirmaba: "La política es un arte; si hubiese una política digna no sufriríamos el hambre". Y refiriéndose a la marcha de los 100.000 trabajadores sobre Brasilia para pedir un cambio de política social y económica, Chemello comentó: "Esa manifestación demostró lo mucho que el pueblo está sufriendo".

El presidente brasileño, Fernando Henrique Cardoso, en una nota oficial, afirmó ayer: "Fue un hombre bendito que dedicó su vida al ecumenismo, a los Derechos Humanos y a la lucha por la paz y la solidaridad. Brasil sentirá su falta". Por su parte, el presidente de la asociación de teólogos Juan XIII, el español Enrique Miret Magdalena, dijo ayer a Efe que el obispo brasileño deja unas ideas y pensamientos que "siguen siendo válidos ante el nuevo milenio".

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