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FIN DE REINADO EN MARRUECOS

"No tengo ningún odio", afirma una de las víctimas de la represión

Ni siquiera las principales víctimas de Hassan II se han alegrado de su muerte. Ahmed Mersuki se ha pasado 18 años de su vida en la peor cárcel de Marruecos, aquella que ni siquiera figuraba en la lista de establecimientos penitenciarios, la de Tazmamart, en el sur del país. Más de la mitad de los que fueron encarcelados allí perecieron durante su cautiverio y los que salieron con vida padecen graves secuelas.Aun así asegura que, al enterarse el viernes del fallecimiento del rey, "me emocioné". "Aunque parezca extraño, no tengo ningún odio". "Ahora, todo el mundo está esperanzado", prosigue, "el nuevo monarca goza de buena reputación y esperamos que se confirme". La buena fama tiene su origen, según Mersuki, en la "dedicación del príncipe Sidi Mohamed a las capas desfavorecidas de la sociedad". "Se ha ocupado, por ejemplo, mucho de los minusválidos".

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Mersuki, de 52 años, vive en un pisito de Salé, una ciudad de cerca de medio millón de habitantes frente a Rabat. A escasos metros de su casa, varias mujeres sollozaban ayer, desconsoladas por la muerte del soberano, en la puerta de la mezquita de Sudán. El ex reo no tiene ganas de llorar, sino que siente motivos para el optimismo. "Mi reacción está más en función de mi país que de mí mismo. Confío en que se va a instaurar un orden más justo, en el que los derechos humanos se van a respetar plenamente, en el que se van a atajar los problemas sociales".

Espera también en cobrar pronto una indemnización que le acordará la Comisión Consultiva de Derechos Humanos, un órgano oficial, por los años pasados en lo que llama el infierno de Tazmamart. Ya recibe 5.000 dinares (75.000 pesetas) al mes, que se gasta, en buena medida, en adquirir medicinas para paliar las enfermedades que contrajo en aquel acuartelamiento militar convertido en penal.

A Tazmamart fueron enviados aquellos oficiales y suboficiales de los cuerpos de élite involucrados en el golpe de Estado de Sjirat, en 1971, que no murieron directamente en la refriega. Juzgados por un tribunal militar, empezaron a cumplir su condena en la cárcel de Kenitra, pero en 1972 fueron trasladados en secreto a Tazmamart, donde 30 reos fallecieron a causa de la mala alimentación o de las pésimas condiciones. En sus exiguas celdas, sin agua ni servicios higiénicos, apenas podían ponerse en pie, no veían la luz del día y estaban totalmente aislados. Cuando fueron liberados, en 1991, los 28 supervivientes necesitaron una cierta rehabilitación física antes de poder aparecer en público.

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