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FIN DE REINADO EN MARRUECOS

El último sultán

Los soberanos que han sabido conservar el trono durante casi 40 años se pueden contar con los delos de una mano

[BB] (LE MONDE)Hassan II decía que, de no haber sido rey, le hubiese gustado enseñar historia. Conocía bien la de Francia. ¿De qué rey se sentía más próximo? ¿De Luis XI, por su olfato político o de LuisXIV, cuya estricta voluntad personal determinaba el comportamiento de la corte en Versalles? Tenía algo de los dos, pero también de los sultanes otomanos pues, como ellos, reinaba sobre el mundo secreto de los palacios.

Buena parte de la fascinación que destiló HassanII tenía su raíz en esa mezcla de culturas de la que era heredero y de la que se servía con arte consumado. Árabe y musulmán cuando trataba de asuntos internos del reino o de su diplomacia, era puro producto de Occidente cuando trataba con europeos.

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La duración de su reinado no es ajena al aura de la que se benefició. Los soberanos que han sabido conservar el trono durante casi 40 años se pueden contar con los dedos de una mano, máxime si su mandato ha estado atravesado de complós, revoluciones palaciegas, revueltas populares... De esa adversidad vencida tantas veces, había extraído un notable sentido político que muy pocos le sospechaban cuando subió al trono tras la muerte de MohamedV, su padre. En sus viajes de juventud a Estados Unidos sufrió las críticas de la prensa americanapor comprar las corbatas a miles, las camisas a centenares y los Cadillacs por decenas. Le consideraban el niño mimado de un país miserable. Era una opinión miope pues ese playboy derrochador tenía el talento necesario para dirigir, aunque fuese con mano de hierro, un país escindido por mil particularismos.

La edad y la experiencia le sirvieron para comprender que la antigüedad de la dinastía alauí no le servía de garantía para mantenerse en el poder: para satisfacer a la opinión pública y merecer los favores -léase dinero- de los países ricos, había que plegarse al espíritu de la época y hacer algunas concesiones. Durante más de 10 años HassanII maniobró hasta convencer a la oposición socialista para que dirigiera un Gobierno "de alternancia".

Hassan II logró que el mundo occidental le considerara imprescindible por aparecer como uno de ellos; alguien que compartía su valores y preocupaciones. Trató a De Gaulle y a Pompidou. Giscard era su compañero. Sedujo a Mitterrand ... y ese círculo puede ampliarse a otros jefes de Estado (Juan CarlosI o diferentes emires del Oriente Próximo). Esos múltiples hilos, contribuyeron, más que el peso de Marruecos, a convertir al soberano en un actor privilegiado del teatro político internacional.

Ello fue especialmente evidente durante el conflicto árabe-israelí, cuando el rey interpretó elpapel de señor intermediario pacificador. Tras haber enviado las tropas reales a luchar junto con sus hermanos árabes contra el Estado de Israel, no tuvo problema alguno en acoger en su palacio de Ifrane el primer encuentro entre egipcios e israelíes. Ayudar a Israel le servía para asegurarse la benevolencia de EE UU, algo importante porque temía que Washington le abandonase en favor de Argelia y sus hidrocarburos. Cuando Clinton llegó a la Casa Blanca con sus discursos en favor de los derechos humanos, sintió un escalofrío: el caso de la cárcel de Tazmamart no quedaba lejos en el tiempo. Además, Washington pasaba por ser favorable a la independencia del Sáhara occidental.

En realidad, el único fracaso diplomático del rey sigue siendo el Sáhara occidental. Veinte años después de la Marcha Verde, el destino de ese inmenso desierto sigue sin estar oficialmente decidido aunque las tropas reales están allí sólidamente instaladas. Hassan le ha legado a su hijo un asunto espinoso. Es difícil no contraponer ese Hassan II diplomático experimentado y político astuto, hábil en la maniobra, que sabía trufar sus frases de citas de los clásicos, que controlaba a la perfección su imagen televisiva, a ese otro, menos conocido, que llevaba una vida de otra época en sus múltiples palacios. Tras los muros del palacio

Allí, detrás de los muros, existía un mundo aparte concebido para un rey absoluto, amante de los placeres y al que nada le estaba prohibido. Malika Oufkir, la hija del general, en su libro La Prisonière, ha sido la primera en levantar una punta del velo que cubre esa realidad. El harén, las esclavas, las bromas de colegial de un rey al que le agradaba disfrazarse, los castigos corporales...

Hassan II vivió en un mundo ajeno al siglo XX. Decidía todo. Desde la ropa que debían llevar las concubinas hasta la educación de los príncipes. En ese mundo cerrado no cabía la justicia. El rey era tan capaz de encerrar en las mazmorras del palacio a una mujer caída en desgracia como de asumir todos los gastos de la operación de un hijo de una esclava en Francia o EEUU.

Durante los últimos tiempos a Hassan II, enfermo, le era cada vez más difícil controlar la vida de palacio. Sus concubinas vivían su propia vida. Por ejemplo, todas, o casi, se habían agenciado un teléfono móvil cuando, en principio, en el corazón del palacio, sólo el rey tenía derecho a comunicarse con el exterior. Le robaron documentos confidenciales. Algunos de sus colaboradores más próximos traicionaban su vieja confianza. El sistema parecía agotado. Desaparecido Hassan II, ¿podrá sobrevivir?

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