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Espectacular versión de 'Un ballo in maschera' en el lago de Constanza

El Festival de Bregenz se abrió con la primera versión de "La Pasión griega", de Martinu

La imagen de un libro abierto de 24 metros de alto por 34 de ancho, con un gigantesco esqueleto de la muerte pasando las páginas, en el escenario al aire libre del lago de Constanza, dio la vuelta al mundo días antes de la primera representación anteayer de Un ballo in maschera, de Verdi, en el Festival de Bregenz. El primer reclamo de la actual edición venía de una escenografía original y poderosa realizada por la pareja británica formada por Richard Jones y Anthony McDonald.

La ópera como gran espectáculo imponía su magnetismo. La 54ª edición del Festival de Bregenz (Austria) se inauguró un día antes con una vibrante representación en la Festspielhaus de La Pasión griega, de Martinu. Desde el 21 de julio hasta el 22 de agosto se celebran 26 representaciones de Un ballo in maschera. El auditorio al aire libre tiene una capacidad de 6.800 localidades y en los últimos años el índice de ocupación se ha situado por encima del 95%. Este año ya no hay una entrada para las representaciones del mes de julio. Cada nuevo montaje permanece un par de años.La lectura de Jones y McDonald del Ballo es una variante de algo tan asentado en la cultura europea como el triunfo de la muerte. Imponen las magnitudes escenográficas del escenario y sus recursos -el movimiento de la mano de la figura que encarna la muerte, el paso de página del libro-, pero mucho más la llegada por el lago de una barca-ataúd donde aparece Ulrika, barca que al final, cubierta de telas blancas y desplegando flores sobre el agua, se llevará al tenor que da vida al rey Gustavo III de Suecia, una vez asesinado.

Humor

En el sorprendente baile de máscaras de la escena final hay fuegos artificiales; del fondo del lago puede aparecer una guillotina, y cuando menos se lo espera uno la escena se llena de un grupo de marineritos al estilo de Un día en Nueva York, poniendo un punto de distanciamiento lúdico y lleno de humor a la tragedia verdiana.

Es la apoteosis del gran espectáculo, una forma popular de tratamiento de la ópera. El público aplaudió los efectos escénicos y vivió con ingenuidad la magia de una noche que había comenzado con una impresionante puesta de sol. Una Sinfónica de Viena en plena forma desde el foso místico, dirigida por Marcello Viotti, y la colaboración de los coros de cámara de Moscú y del propio Festival de Bregenz, arropaba un elenco vocal encabezado por Stephen O"Mara (Gustavo III), Elisabeth Whitehouse (Amelia), Pavlo Hunka (Renato), Elisabetta Fiorillo (Ulrika) y la española Elena de la Merced (Óscar). Todos ellos con un sistema de megafonía ya muy curtido, tributo obligado a las exigencias dimensionales del marco escénico.

Con sonido directo y bajo techo se inauguró el pasado martes el festival con una estupenda representación de La Pasión griega, de Martinu, tal vez la obra maestra del compositor, en una coproducción con el Covent Garden. Se ofreció la primera versión de la obra, la de Londres, compuesta entre 1954 y 1957, cuyo estreno estaba previsto en la capital británica para 1958 de la mano de Kubelik, y no la más conocida de Zúrich, compuesta entre 1957 y 1959, y estrenada en la ciudad suiza por Paul Sacher el 9 de junio de 1961.

David Pountney y el escenógrafo Stefanos Lazaridis utilizaron la madera como material básico y organizaron la escena en varios planos irregulares articulados a diferentes niveles sobre una plataforma circular giratoria. Los conflictos entre los griegos y los emigrantes turcos, sugeridos por la novela de Nikos Kazantzakis que sirve de punto de partida, al hilo del juego realidad-representación sugerido por una escenificación de la Pasión, quedaron claramente mostrados por una narrativa sencilla y funcional. Ulf Schirmer dirigió con brío a una brillante Sinfónica de Viena. El coro de cámara de Moscú mostró su personalidad en una obra en que los contenidos corales son de gran importancia. Entre los cantantes destacaron la Katerina de Nina Stemme y el Manolios de Christopher Ventris, dentro de un reparto sin grandes nombres, pero muy equilibrado.

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