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Tribuna:EL DEFENSOR DEL LECTOR
Tribuna
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¡Haga algo!, algo, algo...

"Señor Defensor, ¡haga algo! Haga algo. Haga algo. Haga algo. Algo. Algo. Algo". Con esta reiteración, imperativa y casi percutiente, Carolina Garrido urge al Defensor, desde Motril, Granada, para que preserve a los lectores... ¡de las faltas de ortografía! Envía el recorte de tres textos publicados en los últimos quince días en los que ha cazado un "adiccional", una "antiguedad" y una "fé". Sobra una ce, falta la diéresis y huelga el acento para esa fe que se sostiene sin necesidad de tilde.La señora Garrido, en una segunda misiva, pierde incluso la asepsia del lenguaje políticamente correcto y, al margen del recorte del periódico, pregunta, impaciente y desazonada: "¿Dónde coño está la diéresis?". Pues la señora Garrido tiene toda la razón. Y las suyas son sólo pequeñas muestras de la falta de atención con que se escribe en demasiadas ocasiones. Hay dos problemas de acentuación que salpican el periódico con alarmante frecuencia. Se escribe sólo, acentuándolo, cuando se trata de un adjetivo y olvidando que sólo se acentúa cuando es adverbio. Se acentúa con enorme frecuencia éste o ésta cuando son adjetivos (esta vida, este último) sin que venga a cuento.

En las últimas semanas, el Defensor ha descubierto varias elles sustituidas por una y griega, incluso en el anuncio a toda página y en color de una importante empresa.

Luis Puig, desde Madrid, se ha decidido a cazar íes griegas incorrrectas y ha disparado por dos veces sobre otras tantas "goyerías" que con la elle hubiesen sido, efectivamente, un manjar exquisito o una delicadeza. También denuncia que en una información se escribió que "el peligro se haya (sic) en el líquido, no en el envase", y, con un propósito didáctico quizá excesivo, envía este viejo ejemplo escolar: "Dice mi aya que dónde halla madera de haya". Parece que la pedagogía moderna detesta este tipo de enseñanza, aunque haya quien sospeche seriamente que su efectividad era muy alta.

En definitiva, el periódico incluye faltas de ortografía con frecuencia intolerable.

¿Quién tiene la culpa? Es dificil dar una respuesta categórica. El Libro de estilo señala que "todo redactor tiene la obligación de releer y corregir sus propios originales cuando los escribe en la Redacción o los transmite por télex, videoterminal o un instrumento similar", y determina que "la primera responsabilidad de las erratas y equivocaciones es de quien las introduce en el texto; y sólo en segundo lugar, del editor encargado de revisarlo".

Aquí llega la eterna muletilla de la prisa, tan socorrida como verdadera, porque el cierre diario del periódico es un agobio sofocante que se repite sin que nadie haya dado con la fórmula para salvarlo. En esa tesitura es normal que los textos se despachen con prisas -en casos extremos, casi sin leerlos- y, desde luego, sin tiempo para enviarlos a corregir.

El periódico dispone, por supuesto, de un equipo eficiente de correctores -el Defensor puede dar fe casi semanal de esta afirmación-, pero no todo pasa por sus manos, ni mucho menos.

Total, que los lectores soportan erratas y faltas de ortografía y cualquier explicación que se intente es inútil y sin sentido.

Los lectores tienen derecho a exigir textos correctos de fondo y forma, y cualquier excusa sólo parece un vano intento de eludir responsabilidades.

Algún lector pierde demasido la paciencia y se atreve a recomendar la vuelta al colegio y cosas por el estilo. No es ésa la solución. Nos quedaríamos perplejos si conociésemos los errores ortográficos de escritores conocidos que salvan anónimos correctores en tantas editoriales.

Reforzar el área de corrección y exigir al máximo que los ritmos de trabajo permitan una edición cuidada de los textos parece una sugerencia más sensata para lograr una mejora sustancial en el producto final que ofrece el periódico.

Y, llegados hasta aquí, el Defensor se pregunta si no está justificando la acusación de algunos escépticos sobre esta figura, en el sentido de que no sirve para mucho más que denunciar, sin éxito, errores y erratas.

No parece cierta. Afortunadamente, son mucho más problemas de forma que de fondo los que proponen los lectores. Afortunadamente. Porque, si fuese al revés, estaríamos ante un panorama preocupante.

No es el caso, y el Defensor piensa que una llamada de atención sobre la pulcritud que debe exigirse en la elaboración del periódico es importante.

Se trata de un producto cultural de primer orden en la sociedad actual y debe responder a las pautas de corrección indispensables para que merezca el respeto de los lectores. La forma es el primer pilar imprescindible si se quiere mantener la credibilidad.

Los lectores pueden escribir al Defensor del Lector por carta o correo electrónico (defensor@elpais.es) o telefonearle al número 91 337 78 36.

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