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Dos años después de la crisis

Joaquín Estefanía

Hace poco más de dos años, un día de principios de julio, se devaluaba la moneda tailandesa. Comenzaba entonces, sin que en el primer momento nadie lo pronosticase en toda su extensión, "la crisis económica más grave de los últimos cincuenta años", en palabras del presidente norteamericano, Bill Clinton. Fue una de esas crisis imprevisibles, con dos componentes: una crisis financiera y una crisis del sistema de cambio de las monedas. Los inversores extranjeros en Asia quisieron sacar todo su dinero y todos al mismo tiempo; no hay entidad financiera alguna que aguante la transformación de sus fondos en liquidez en un instante, ni país que soporte el pánico que se produce al cambiar de forma compulsiva su moneda local en dólares. Con más o menos intensidad, el temblor fue mundial pero su epicentro estaba situado en Asia.Dos veranos después, ¿qué queda de aquello? En primer lugar, la sensación de que cualquier cosa puede ocurrir con una velocidad vertiginosa (pasar del milagro asiático a la ruina) pero también la posibilidad de que las peores dificultades se retiren mucho antes de lo que estaba previsto. En el primer semestre de este año, la mayor parte de las bolsas asiáticas han multiplicado su capitalización; algunos países, como Corea del Sur, han vuelto a tasas de crecimiento espectaculares (aunque la mayoría, Indonesia, Tailandia, Hong Kong, etcétera, continúan en recesión). Japón, que es un caso aparte, ha tenido un crecimiento modesto pero positivo en el primer trimestre del año. En conjunto, la zona parece en condiciones de pre despegue.

La tentación es creer que dado que ya se ha salido del infierno, no es preciso continuar con las dolorosas reformas recetadas: la bancaria, para dotar a las instituciones de transparencia y para reducir los inmensos porcentajes de morosos; la reestructuración del sector industrial, aquejado de gigantismo y de un endeudamiento incontrolable; el establecimiento de un tejido social limpio, en el que no haya relaciones espurias ni engañosas entre el Estado, los partidos políticos y las empresas (el capitalismo de amiguetes). La complacencia es la principal debilidad de un proceso en el que no ha desaparecido ninguno de los factores que hicieron posible la crisis de 1997. En el mundo de los economistas existe un debate sobre las condiciones de la recuperación; por ejemplo, el economista indio de la Universidad de Columbia, Jagdish Bhagwati, ha declarado que las características que hicieron posible el milagro asiático continúan vigentes, mientras que Krugman, más resabiado, ha dicho que el horizonte de la zona sigue lleno de nubarrones.

El testigo de la crisis ha pasado a América Latina. Primero fue Brasil, pero este gigante también ha dado señales de optimismo: la recesión no está siendo todo lo profunda que pronosticaron los servicios de estudios de los organismos multilaterales. Ahora le ha tocado a Argentina. El pasado lunes, la Bolsa de Buenos Aires se hundía y arrastraba en su temor al resto de las plazas mundiales, ante las declaraciones del candidato peronista a la presidencia del Gobierno, Eduardo Duhalde, dudando de la capacidad del Estado de pagar la deuda externa, de más de 140.000 millones de dólares. Esta posibilidad se unió a los rumores sobre una hipotética devaluación del peso argentino respecto al dólar, después de la campaña electoral que dará con un nuevo presidente en el próximo mes de octubre. Ello ocurre en el contexto de una fuerte recesión, que ha aumentado el desempleo en Argentina, país que está padeciendo una fuerte baja de su competitividad tras la crisis brasileña. El Fondo Monetario Internacional (FMI), que en su último informe ha rebajado las perspectivas de crecimiento de América Latina, tuvo que salir inmediatamente y en público en defensa de la economía argentina.

De lo que se deduce que, pese a la mejora de las condiciones de la coyuntura mundial -el FMI ha dado oficialmente por terminada la crisis- la confianza no ha vuelto a los mercados emergentes, y basta una brizna de incertidumbre para que la volatilidad remueva los fundamentos de las economías.

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