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Reportaje:

Lugar de paso desde tiempo inmemorial

Lugar de paso y asentamiento humano donde los haya, el valle alavés de Kuartango, establecido alrededor de los cursos del río Bayas y su afluente Vadillo, ha conseguido superar las distintas aportaciones que los dos últimos siglos han dado en las comunicaciones y otras infraestructuras, para conservar casi intactas aquellas virtudes que le hicieron lugar apetecible para tantas culturas. No sólo las calzadas romana y medieval dieron buena muestra del interés estratégico del valle como el mejor paso entre la costa vasca y la meseta. Del mismo modo, el ferrocarril se fijó en Kuartango al establecer la línea que uniera Miranda con Bilbao, como un siglo más tarde también se diseñó la autopista Bilbao-Zaragoza por este valle. Pero quien tuvo, retuvo. Kuartango ha salido victorioso de estos embates y tanto el valle como las sierras de Badaya, Gibijo, Arkamo y Santiago y los 19 núcleos que forman el municipio mantienen unos atractivos merecedores de una detenida visita. Desde el puente medieval de Aprikano hasta la recién restaurada casa troncal del solar de Urbina todo el valle conserva la huella de una historia fecunda. Los primeros asentamientos humanos en la Prehistoria dejaron sus huellas en los campos tumulares de Sendadiano y Arriano, en los sepulcros de corredor de Catadiano y en las numerosas cuevas con restos de la Edad de Bronce repartidas por todo el valle, entre las que destaca la de Jokano. Milenios más tarde, se sintió la presencia romana que se adentró por el sur, por el desfiladero de Techa. Las legiones comprobaron las virtudes que ofrecía el valle y no tardó en conformarse como paso de una calzada romana, vía que se mantendría con la caída del imperio. En la Edad Media, el camino que cruzaba Kuartango se convirtió en una vía intermedia entre los caminos de Santiago alavés y de la costa. Y en el recorrido por el valle, era inevitable cruzar el Bayas si no se quería hacer un trayecto paralelo al río (algo casi imposible, como muestra la propia configuración de Kuartango). De ahí que abunden los puentes a lo largo de este afluente del Ebro. Puentes como el de Aprikano, uno de los barrios más atractivos del valle, aislado inexplicablemente del tráfago de la civilización que forman la autopista, el tren y el gasoducto cercanos. Por este paso, construido entre los siglos XIII y XIV, cruzaban los viajeros que desde la meseta querían llegan hasta Orduña. Afortunadamente, el abandono de este camino secundario ha hecho que el puente, el río y todo el entorno se conserven casi como en el momento de su construcción. A estas alturas, el Bayas baja limpio y aún en verano su caudal es suficiente como para poder darse un chapuzón en sus aguas. De la importancia de este paso dan fe todavía distintos elementos, como los restos románicos de la iglesia del pueblo o el único establecimiento de turismo rural del valle, heredero del mesón que abastecía a quienes se dirigían hacia la ciudad vizcaína. Aquellos viajeros que acudían a Orduña no dejarían de pasar por la casa troncal del solar de Urbina. Recientemente restaurada por la Diputación de Álava, con un flamante aparcamiento y unas absurdas farolas posmodernas, aunque con un acceso todavía en precario, este edificio aúna en un mismo solar la iglesia monasterio y la torre defensiva, además de otros edificios menores; es decir: todo lo necesario para que una familia de cierto linaje medieval pudiera vivir en la autosuficiencia más absoluta. El lugar decidido para la ubicación de esta propiedad -al otro lado del afluente del Bayas, el Vadillo, en el valle de Basabe, dependiente del de Kuartango- debía tener cierta solera porque, según los restos encontrados, allí podía estar ubicada una villa bajoimperial romana. Loberas Este complejo se muestra así como un excelente ejemplo de la evolución histórica de la zona desde la romanización hasta la desaparición de los señores feudales. Hoy en día, con las ventanas luciendo las pegatinas propias de una obra recién hecha, espera un uso que reivindique la trayectoria histórica de la casa solar de los Urbina. Pero los atractivos de Kuartango no se quedan en sus construcciones históricas. Los montes que rodean el valle son motivo de excursiones y fiestas populares, como la que se celebrará a finales de agosto, un año más, en las campas de Eskolumbe, donde, en loor de multitudes, se celebra la romería en honor a la patrona del valle, la virgen del mismo nombre. Y para los que no gusten de muchedumbres, las sierras de alrededor ofrecen excelentes espacios para el paseo, en donde descubrir lugares cuyo uso ya no se recuerda ni por los mayores del valle. Es el caso de las loberas: sencillas construcciones de muros de piedra de hasta cuatro metros de alto, ubicadas en lo más profundo de los bosques. Su entrada estaba abierta a un pasillo que terminaba en un foso, adonde se conducían los lobos para matarlos allí a palos y pedradas. Todavía se pueden ver algunas en pie en las sierras de alrededor de Kuartango. Dentro del valle se encuentra la de Gibijo, en el paraje denominado Arantxagas. Hasta allí llegó en 1931 el último lobo que se capturó en esta lobera, utilizada desde tiempos inmemoriales. Como se ve, Kuartango, a pesar de conocer los últimos adelantos en ingeniería e infraestructuras, conserva buena parte de los elementos que configuraron este valle a lo largo de los tiempos. Hoy viven en sus 19 núcleos de población alrededor de 350 personas que conservan en pie hasta trece molinos en sus ríos Bayas y Vadillo, ermitas e iglesias en cada barrio, y un interés desconocido en otras localidades similares por dar a conocer los atributos de un valle muy frecuentado en automóvil o tren, pero desconocido para buena parte de los vascos.

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