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La rosa del olvido

Un nuevo centro nocturno para toxicómanos abre sus puertas junto al albergue de San Isidro

Un invernadero municipal construido para albergar un museo de la rosa que nunca llegó a abrir sirve desde diciembre de 1998 como centro nocturno de emergencia para toxicómanos. El local, abierto por el Ayuntamiento y la Comunidad de Madrid, ofrece un servicio similar a los que ya existen en el poblado marginal de La Rosilla (Vallecas Villa) y en Fúcar (Centro). En él, los drogodependientes pueden descansar, comer, ducharse, lavar la ropa y recibir atención social, jurídica y sanitaria. Cada noche acuden al lugar medio centenar de usuarios, aunque en días de frío han llegado hasta los 170. En el invernadero nunca llegaron a cultivarse las rosas, pero antes de funcionar como el centro de emergencia de La Rosa sirvió de cobijo a numerosos indigentes y drogodependientes,que lo conocían como La Cristalera. Algunos de ellos lo utilizan también ahora en su nueva faceta. Charly, un drogodependiente de 34 años que intenta dejar el consumo a través de los programas de metadona, es uno de ellos. Este antiguo vecino de Manoteras (Hortaleza) explica que lleva desde los 15 años enganchado a la heroína. "O sea, toda la vida". El caballo le llevó a romper con sus padres adoptivos y con su ex mujer y su hija de 10 años. "He intentado desintoxicarme muchas veces; conozco un buen puñado de comunidades terapéuticas, granjas evangelistas y centros de atención a drogodependientes, pero es que ahora he tocado fondo, son demasiados años y he pasado mucho", afirma. Una de las labores del equipo que atiende el centro, formado por 13 profesionales de la ONG Carpe Diem, es estar al quite, y en cuanto alguno de los drogodependientes muestra verdaderos deseos de dejar la adicción, buscar las fórmulas para que los atiendan rápido.

Charly utiliza el centro, que abre todos los días del año de nueve de la noche a siete de la mañana, sobre todo para ducharse y cambiarse. "A mí me gusta ir limpio", asegura. También le sirve como lugar donde curarse las mil y un magulladuras que sufre en la azarosa vida callejera. Si se le pregunta por qué no va a dormir al vecino albergue de San Isidro responde que le expulsaron de él por agredir a otro interno. "Estuvo mal, lo sé, pero me provocó mucho", afirma. "Llevo toda la vida pasando la noche en casas abandonadas o en el subterráneo de Atocha", apostilla.

El local es como un largo túnel con una sala de estar provista de televisión, mesas y sillas, los despachos del abogado, los sanitarios, educadores y trabajadores sociales, los baños, las duchas, la lavandería, el ropero, el guardarropa y la cocina. Alfonso Gil, el director del centro, explica que estos primeros meses han sido duros. "Lo más difícil ha sido lograr un ambiente de calma y respeto en el centro; en algunas ocasiones ha prendido la chispa por alguna tontería y se han montado broncas", asegura. En la nueva ubicación, un lugar aislado bajo el parque del Oeste y junto al albergue municipal, no se han topado con ningún rechazo vecinal.

Para organizarse han creado un comité con tres representantes de los usuarios, a los que ellos mismos han elegido. "En ocasiones nos hemos encontrado con disyuntivas curiosas; por ejemplo, no sabíamos si los travestis que acuden al centro debían utilizar las duchas y baños de hombres o de mujeres; al final decidimos que usaran los servicios femeninos", dice Gil.

En un futuro inmediato está previsto desarrollar actividades de animación y talleres sanitarios en el recinto. Otra de las cuestiones que se plantean para el próximo invierno es limitar el número de asistentes.

Gil, como médico, resalta que las enfermedades respiratorias y el VIH son comunes entre los drogodependientes que acuden al centro, en general personas con muchos años de adicción y marginación a cuestas. "Además tienen los pies machacados, cocidos y llenos de llagas y ampollas por andar todo el día deambulando, sin higiene y con mal calzado", matiza.

Los juicios pendientes por hurtos y robos son el tema de estudio habitual en la consulta letrada. Casi el 20% de los usuarios del centro es inmigrante -un buen número, de origen iraní-, aunque, según el equipo de atención, resulta difícil conocer su situación legal. En cualquier caso, a nadie se le pide dato alguno, aunque, al final, por la confianza que se crea, el 90% lo da.

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