Escándalo Bangemann
EL FICHAJE del comisario de Telecomunicaciones Martin Bangemann por Telefónica, como asesor del presidente y futuro miembro del Consejo de Administración, plantea con una crudeza brutal la necesidad de regular el tránsito de la gestión pública a la empresa privada. Bangemann, que ha viajado a Madrid por primera vez en sus 10 años de mandato, presentó el martes su dimisión para acceder a un cargo privado directamente relacionado con las cuestiones de las que se ocupaba como miembro de la Comisión Europea. Su caso provocó ayer un tenso debate en el seno del colegio de comisarios, que decidió suspenderlo en sus funciones mientras tramita una dimisión que Bangemann ni siquiera esperó a formalizar para presentarse junto a su nuevo patrón. Pese a todo, la Comisión ha decidido dar por buena su promesa de no utilizar la información privilegiada a la que ha tenido acceso en razón de su cargo y desechar cualquier acción ante el Tribunal de Justicia de la UE. Al parecer, no ha encontrado ninguna contradicción entre la conducta de Bangemann y el artículo del Tratado de Amsterdam que obliga a los comisarios a "respetar, mientras dure su mandato, y aun después de finalizar éste, las obligaciones derivadas de su cargo, y en especial los deberes de honestidad y discreción, en cuanto a la aceptación, una vez terminado su mandato, de determinadas funciones o beneficios".
El sector de las telecomunicaciones ha registrado un auténtico big bang durante esta década. Como comisario responsable del área en los últimos cinco años, Bangemann tiene un conocimiento privilegiado de muy variados expedientes relacionados con Telefónica y sus competidores. Que sea o no el Ronaldo de las telecomunicaciones, como pretende Villalonga, importa poco en este caso. Lo importante para los ciudadanos es determinar si hay o no un conflicto de intereses entre su función de comisario europeo y su nuevo empleo en Telefónica. Su contratación ha sido deplorada por el Gobierno de Blair y calificada como "impresentable" por la futura comisaria y eurodiputada del PP Loyola de Palacio, mientras al inefable ministro de Fomento le parecía un "buen fichaje".
La sombra que arroja Bangemann es lo que menos necesita una institución como la Comisión Europea, cuyo actual colegio en funciones tuvo que dimitir en bloque el pasado 15 de marzo ante la presión del Parlamento Europeo por alegaciones de corrupción. Bangemann pone al descubierto ese sistema de la puerta giratoria por el que cualquier funcionario comunitario puede decidir sobre asuntos que interesan a una empresa y, sin solución de continuidad, fichar por ella. La UE necesita establecer una raya más clara entre lo público y lo privado si quiere tener algún crédito ante los ciudadanos. La vida comunitaria está demasiado expuesta a los grupos de presión. El salto de Bangemann a una empresa de la que se ocupaba hasta ayer como comisario roza la desvergüenza. El nuevo presidente de la Comisión, Romano Prodi, debe poner en marcha cuanto antes las medidas que ha anunciado para que sea la ley, y no sólo la estética, la que impida este tipo de conductas.
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