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CAMINO HACIA LA PAZ

La difícil vida del soldado Bojan Krstic en el frente de Kosovo

El cuaderno de un joven serbio, hallado en Prizren, da su opinión de la guerra

Zendel Kabashi, un profesor albanokosovar de Biología de 68 años de edad, salió de su casa en la calle de Voivoda Misic de Prizren, tres días después del inicio de los bombardeos de la OTAN, para asistir a un funeral en otra ciudad. Cuando el 29 de marzo regresó junto a su familia a la casa, ésta estaba ocupada por el Ejército yugoslavo. Kabashi y su esposa, Nybibet, de 55 años, tardaron dos meses y medio en entrar en la vivienda. Lo hicieron tras la llegada de las tropas de la OTAN. Los jóvenes soldados yugoslavos que vivieron en la casa de los Kabashi no la incendiaron al marcharse, pero destrozaron todo lo que estaba a su alcance. Kabashi, preso político bajo los régimenes de Josif Broz Tito y Milosevic, recorre compungido las habitaciones arrasadas: "¡Son unos bárbaros!".

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El cabeza de familia explica que allí vivieron 10 soldados serbios que, al abandonar la casa, dejaron atrás algunas de sus pertenencias personales: una camisa del Ejército, un macuto con una máscara antigás, un montón de fotografías, cartas y un cuaderno escolar con las tapas de color azul claro. En él aparecen escritas, en caracteres latinos, cinco hojas con las impresiones del soldado Bojan Krstic, nacido en Bor (Serbia), el 28 de abril de 1978.

A través de su lectura, se adivina con claridad cuál era el estado de ánimo de los jóvenes serbios. Krstic encabeza el texto con una frase piadosa: "La voluntad de Dios 1999" y continúa: "Todo empieza como en un cuento; también comienza así mi mierda. Éranse una vez diez jóvenes soldados que perdieron su juventud; cuando se incorporaron al Ejército pensaron que huían de algo, pero después se dieron cuenta de que regresaban arrastrándose como un caracol. Todo comenzó el 23 de junio de 1998, cuando empecé a cumplir mi servicio militar; es decir, a pagar mi deuda con el Estado; pero no podía ni soñar cómo iba a ser. Al principio no era tan malo. Se puede decir que fue bueno. Esto duró algo más de medio año".

Continúa el soldado con el relato de la llegada a Kosovo, que él llama Camboya: "Llegaron a un pequeño país, que yo con frecuencia he llamado Camboya. Y comenzó la jodida guerra. Entonces mi pequeño grupo de diez miró lo que se podía hacer. Mientras ellos defendían la patria en las trincheras frente a los rebeldes, sonaban los transistores en los bolsillos. De ese modo, acompañados por la música, miraban a la muerte a los ojos".

Los soldados sufren una transformación en la guerra y Krstic reconoce que el Ejército los convirtió en asesinos en nombre de su Estado: "De vez en cuando regresaban del terreno, naturalmente con acompañamiento musical, para ver cómo iban las cosas en la civilización. Con el paso del tiempo, comenzaron a volverse locos. Empezaron a disparar contra todo lo que se movía. No era importante quién era, ni qué era. Lo importante era que no es de los nuestros. El Ejército no hizo de ellos otra cosa que asesinos. Mataron para ellos y para su Estado, al que amaban por encima de todo, porque eran una parte de ese Estado".

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El aprendizaje de la guerra los transforma en profesionales, explica Krstic: "Más tarde se hicieron más disciplinados y se convirtieron en profesionales. Cuando llegó la hora de marcharse, el Estado no les permitió irse con la disculpa de que tenía necesidad de ellos; pero la verdadera razón es que no hay otros como nosotros. En cuaquier lugar donde se hubiesen presentado, los rebeldes habrían huido con griterío y presa del pánico, sin saber adónde ni cuándo. Los que se quedaban atrás sabían lo que les ocurriría".

La guerra no se limitó al terreno de Kosovo. Con los bombardeos de la OTAN, siglas que no aparecen mencionadas ni una sola vez, la guerra se extendió a los cielos: "Al mismo tiempo, que se luchaba en tierra, se luchaba también en el aire. Había por todas partes aviones, cazas y también bombas". No obstante, al grupo de los diez soldados "no les importaba nada. Realizaron su trabajo como había que hacerlo. Detrás de ellos no dejaron otra cosa que cadáveres, destrucción e incendios. Cada momento libre lo utilizaron para reflexionar sobre sus hechos. Después todo eso fue más difícil, pero para eso tenían equipamiento moderno, armamento y similares. Equipados de este modo habrían podido medirse con cualquier Ejército".

La guerra continuaba: "De día en día llegaban nuevas batallas y ajustes de cuentas con los separatistas. Todo lo habían previsto. Todo, menos una cosa: cuándo podrían retornar a casa. Comprendió una cosa: que ellos no volverían pronto. Sólo tenían una cosa en la cabeza: cómo sobrevivir. Pero para sobrevivir, ellos tuvieron que establecer nuevas reglas, que eran rigurosas. Pero esas reglas tenían que cumplirse, pues quienes no las cumplían dejaban de existir".

Ahora, pasada la pesadilla, en Bor, en la casa de sus padres, postrado con heridas de metralla en las piernas, el soldado Bojan Krstic no quiere ponerse al teléfono para contar cómo volvió finalmente a su hogar.

Habló por él su hermana Biljana. "Es que no quiero despertarlo", dijo como excusa, informa Juan Carlos Gumucio desde Belgrado. Fue parca cuando se le preguntó cómo fue que el pasaporte de su hermano se encontraba en la casa destruida de unos albaneses. "Pensé que había dejado todas sus cosas en el cuartel de Prizren", dijo algo sorprendida.

En la agenda del soldado Bojan figuran los teléfonos de otros cuatro soldados. Salvo uno, Goran Boskovic, ninguno quiso hablar de su camaradería con Krstic cuando estuvieron juntos de Bela Crkuva, el año pasado antes de separarse.

Krstic fue enviado a Prizren y Boskovic a Kragujevac. "Perdimos el contacto", aseguró por teléfono. "Recuerdo que era un compañero tímido", dijo. "No quiero decir nada más".

Biljana prefiere no dar detalles del regreso de Bojan ni de la emoción que provocó su aparición el martes en casa. Como tantas familias de soldados yugoslavos, se temían lo peor. "Bojan no ha hablado mucho de su experiencia en la guerra. Se pasa el día en la cama curándose las heridas. Nosotros tampoco queremos preguntarle cómo fueron esos dos meses y medio de guerra en primera línea. Quizá con el tiempo nos diga algo. De momento no queremos abrir esa caja de recuerdos".

"Ahora que ya está en casa lo importante es tratar de volver a la normalidad y seguir adelante. Pero después de todo lo que ha pasado, va a ser difícil. Pero hay que hacerlo, sea como sea", dice Biljana. "Se podía haber evitado todo esto. No lo necesitaba nadie. Todos se sienten mal ahora, pero estamos donde estamos y ahora la vida debe continuar".

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