Catalanistas y nacionalistas FRANCESC DE CARRERAS
El 11 de junio pasado, un día antes de la consabida jornada de reflexión previa a las elecciones y, por tanto, último día apto para hacer propaganda electoral, apareció en los periódicos de Cataluña una página de publicidad del candidato a alcalde de Barcelona por CiU, Joaquim Molins, redactado en forma de carta a los electores, que creo que vale la pena comentar. El argumento que utilizaba tal publicidad viene de antiguo. Se basa en dos contraposiciones que, en los años ochenta, constituyeron el centro de la propaganda política de CiU y le proporcionaron buenos dividendos electorales: primero, la división de los ciudadanos catalanes en españolistas y catalanistas; segundo, la división de los partidos catalanes en sucursalistas y no sucursalistas. Quizá en los años ochenta la estrategia de tensar la sociedad catalana con una lamentable división -de personas y de partidos- entre buenos y malos funcionó bien desde el punto de vista electoral partidista. En la actualidad me da la impresión de que su eficacia sería mucho menor. A pesar de ello, seguramente hay sectores influyentes de CDC que son partidarios de volver a unos mensajes de esta naturaleza en las próximas autonómicas, y para ello debemos prepararnos. Vista desde esta perspectiva, la página de propaganda de Molins no tiene desperdicio y el análisis de su contenido tiene mucho interés por si de nuevo Convergència toma este camino. Molins, en el anuncio, sitúa a los electores ante la disyuntiva siguiente: "De vuestro voto", les dice, "depende que Barcelona tenga un alcalde del PSC-PSOE o un alcalde catalanista". Más adelante argumenta que para resolver los problemas de Barcelona se "necesita una fuerza política que no dependa de nadie en Madrid ni tenga condicionante alguno". Al final se remacha el clavo para que el mensaje quede perfectamente claro. En las cinco últimas líneas del escrito las palabras catalanismo y catalanista aparece cuatro veces y, de manera explícita, el candidato de CiU se erige en su legítimo dueño: "En nombre del catalanismo político os pido el voto (...) para que tengáis, por primera vez, un alcalde catalanista". La tergiversación malintencionada de la realidad se plantea, pues, de entrada: llama al partido socialista por un nombre que no es el suyo. Como se sabe, las siglas completas del partido socialista en Cataluña son, ciertamente, complejas, con un ligero aire de fórmula matemática: PSC (PSC-PSOE). Para dirigirse a él, se le puede nombrar por sus siglas completas o, para abreviar, por la primera parte de las mismas: simplemente PSC. Pero nunca, en todo caso, por unas siglas que no son las suyas y que van orientadas subliminalmente -después se hará de manera explícita- a acusarlo de estar subordinado o ser un satélite del PSOE. Una regla democrática mínima es que los partidos adversarios guarden entre sí las formas de cortesía mínimas que son corrientes en las relaciones entre personas, y el respeto al nombre es una de ellas. Pero más grave es la expulsión de los socialistas del campo del catalanismo. Es más grave porque es un claro desprecio a muchos ciudadanos que en estos 20 años de democracia han hecho un gran esfuerzo por integrarse con naturalidad en la sociedad catalana, respetando la antigua cultura de este país e intentando crear una cultura nueva, catalana por definición, pero de la Cataluña de hoy, en la que todos se encuentren a gusto. Esta realidad de la Cataluña actual se refleja, por ejemplo, en las recientes cifras de una encuesta
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