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El reloj

Se ha dicho en estos días que Diego Velázquez podría estar enterrado junto con su mujer en el convento de San Plácido. Los especialistas están estudiando si los restos allí encontrados pueden ser del pintor sevillano, que a su muerte recibió sepultura en San Juan, situada en la plaza de Ramales. La iglesia fue derribada en el siglo XIX, cuando José Bonaparte mandó abrir ante el Palacio Real la plaza de Ramales. Que la tumba de Velázquez fuese trasladada al convento de benedictinas de la calle de San Roque tenía su lógica porque don Diego, por encargo de Felipe IV, había pintado su Cristo para San Plácido. El rey galante, como se le llama, estaba muy apegado a este convento que, según se dice, fue teatro de alguna de sus aventuras nocturnas. A propósito de los amoríos de FelipeIV hay una leyenda que tiene por protagonistas al mismo rey, a una novicia de la que estaba enamorado y a un relojero alemán -a quien el monarca había encargado que construyera un reloj para San Plácido-. Este hombre debía de tener poderes de mago, o diábolicos, a juzgar por lo que sucedió, que fue lo siguiente: una noche, el rey, acompañado del relojero, entró en el convento para visitar a la novicia. Pero se encontró con que la muchacha yacía muerta entre cuatro velones en el presbiterio de la iglesia. Se volvió a palacio morbosamente arrepentido.

Al día siguiente, acompañado de la reina y de personajes de la Corte, Felipe IV quiso asistir a los funerales de la novicia y volvió a San Plácido. Cuál no sería su sorpresa que al pasar por el patio del convento la vio en la galería alta. Ella, para saludar a sus majestades, se inclinó sobre la balaustrada. Ésta cedió y la joven monja cayó al patio muriendo en el acto. La leyenda añade en algunas versiones que el rey la tomó en brazos y la llevó a la iglesia, depositándola en el mismo lugar donde la había visto la noche anterior. Se dieron muchas explicaciones, pero todos se preguntaron si el relojero de San Plácido tenía poderes para hacer retroceder el tiempo.

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