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El Sónar orquesta las voces de la creación electrónica y sienta cátedra de modernidad

El festival barcelonés de música y arte arranca con llovizna y gran afluencia de público

Jacinto Antón

"¿Qué es la modernidad?" y, sobre todo, "¿soy yo moderno?", son dos preguntas que han atormentado al ser humano desde que el primer hombre de Cromañón se taladró una oreja con un hueso de hiena. Ambas cuestiones pueden encontrar contestación en el Sónar, Festival Internacional de Música Avanzada y Arte Multimedia, cuya sexta edición arrancó ayer en Barcelona con una gran afluencia de público y una notable oferta artística. El Sónar, cuya baza más celebrada son los conciertos de música electrónica (un total de 48), incluye performances, exposiciones y proyecciones, entre otras muchas cosas, reuniendo bajo su sello las numerosas y discordantes voces de la modernidad.

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El joven del clavo en la barbilla y sandalias franciscanas apagó la colilla en la corteza del árbol y miró a su alrededor: sobre el césped artificial instalado en la gran plaza al aire libre del Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona se amontonaba un público abigarrado que seguía el ritmo pulsátil y pegadizo de DJ Lui -que pinchaba en directo- como si pensara en otra cosa. Una chica se apretujó en su top de camuflaje transparente. Una llovizna muy fina e insistente como la música refrescaba al público, aunque amenazaba con oxidar el clavo con que se adornaba el chico. ¿Adónde ir? La oferta era tan variada que provocaba vértigo, y eso que aún no había comenzado la gran quermés eléctrica de la noche, liderada por Orbital: en el gran vestíbulo subterráneo del centro pinchaban los británicos Project D. A. R. K. discos de granito, de lija y de galleta, produciendo un sonido más bien áspero. En la feria tecnológica, diversas firmas te proponían crear tus propios patrones rítmicos con aparatos dignos del caza de Darth Vader. Los mercadillos de discos, revistas, libros y ropa exhibían una oferta tentadora de estilos -break beat, french vibe, rephlex, tech house, holistic-. En el cine proyectaban un vertiginoso vídeo japonés con la imagen distorsionada digitalmente. En la zona de exposiciones, el visitante podía elegir, por ejemplo, entre dejarse encerrar en una cabina insonorizada hasta que concluyera una pieza musical -sin opción de salir-, enfrentarse al crecido simulador de conflicto verbal y entrar en una habitación donde se le conminaba a colocarse un consolador y, ejem, sodomizar ositos de peluche. Vista la intensidad de las propuestas, la gente dudaba. Pero era una duda feliz. Todas esas cosas, la música, la moda, la tecnología, el arte, componían, como se ve, un conjunto heterogéneo. Pero el mero hecho de ponerlas juntas evidenciaba una unidad. Seguramente es ése el mayor logro del Sónar: mostrar las diferentes formas en que se articula la cultura moderna bajo un paraguas electrónico -y este año, una mascota: un perro disecado con ruedas-. Y que cada cual saque sus consecuencias.

El Sónar, que dura tres intensos días, ha suprimido el chill-out. Pero que nadie se retraiga por ello: el nuevo espacio del Sónar Lab le da chiles con honda al anterior. Consiste en un recinto acondicionado con tumbonas de colores en el cual se puede oír tan ricamente a los pinchadiscos de turno. Mientras pinchaba ayer Fran Campos su avant-tecno bañado en pop abstracto, el Sónar Lab semejaba una cubierta de Trasmediterránea, mecida por el ritmo y ahumada.

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Sobre la firma

Jacinto Antón
Redactor de Cultura, colabora con la Cadena Ser y es autor de dos libros que reúnen sus crónicas. Licenciado en Periodismo por la Autónoma de Barcelona y en Interpretación por el Institut del Teatre, trabajó en el Teatre Lliure. Primer Premio Nacional de Periodismo Cultural, protagonizó la serie de documentales de TVE 'El reportero de la historia'.

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