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Reportaje:

El lento camino de los científicos hacia las patentes

La falta de tradición y de incentivos dificulta la transferencia al mercado

En la última década los científicos españoles han acortado distancias con sus colegas europeos: ahora publican en revistas internacionales tres veces más que en 1990. Pero la cara más aplicada de esa investigación no muestra el mismo empuje. Un síntoma de ello es que los centros de investigación españoles -universidades incluidas- aún solicitan muchas menos patentes que sus vecinos. Para unos, la tendencia es positiva y habrá pronto un aumento considerable. Otros, en cambio, se quejan de falta de incentivos para los potenciales inventores, no tanto económicos como de prestigio: los laureles, afirman, sólo se consiguen publicando. No obstante, hay casos exitosos: desde efluvios sexuales de insectos usados para combatir plagas forestales hasta nuevos aceites de girasol con que fabricar margarinas más saludables.

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Buenos "inventos" mal negociados

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Un desarrollo patentable debe ser nuevo, mostrar actividad inventiva y tener aplicación industrial, aunque sólo una pequeña parte de lo que se patenta acaba en el mercado. El CSIC, el organismo público que más patentes tiene, solicitó el año pasado 63. Algunas estimaciones sugieren que hay un 10% más de patentes de empresas logradas gracias a los contratos de éstas con el CSIC. Según la memoria de este organismo, en 1997 tenía en total 454 patentes en España (de las cuales 55 están siendo explotadas por una empresa, o sea, licenciadas), más 200 en otros países (99 licenciadas). Como curiosidad, eso es lo que consigue una única universidad estadounidense: la Universidad de Cornell tiene este año 400 patentes en activo, indican Javier López Facal y Domingo Represa en un informe publicado en Arbor (mayo de 1998). Estos autores comparan las 1.603 solicitudes de patentes en España del CEA, "el homólogo francés del Ciemat (Centro de Investigaciones Energéticas, Medioambientales y Tecnológicas)", con las 47 solicitadas también en España por ese organismo español el mismo año (1997). Aunque la situación general ha mejorado: el CSIC paga ahora unos 50 millones de pesetas anuales por mantener sus patentes en España y en el extranjero, y hace 12 años andaba por 7 millones. "El cambio fue hace unos cinco años", dice Represa, de la OTRI (Oficina de Transferencia de Resultados de Investigación) del CSIC. Las OTRI son las oficinas -un centenar- que actúan de puente entre investigadores y empresas.

En las universidades españolas esta década también subieron las solicitudes, y últimamente la tasa se ha estabilizado en el centenar anual. Juan Manuel Meneses, de la OTRI de la Universidad Politécnica de Madrid, cree que su media anual de una docena de patentes "es aún baja, y eso que las politécnicas somos de las más avanzadas. Pero es una cuestión emergente. Estamos muy orgullosos de la evolución". Su colega Josep Jofre, de la Universidad Politécnica de Cataluña (25 solicitudes al año), también aprecia un "tirón en los últimos años".

¿Pero a qué se debe este bajo índice? Un culpable señalado por todos es la "falta de tradición" de patentar. "En la universidad se primaba que los resultados de la investigación se publicaran en una revista de prestigio, no que se protegieran y explotaran", dice Meneses. Es un motivo encadenado a otro: que las patentes sean poco tenidas en cuenta a la hora de promocionar: "Ahora se empiezan a valorar las patentes, sobre todo si están transferidas, pero para subir de categoría necesitas la publicación. Tenemos muy pocos incentivos, lo mismo da si trabajamos que si no", opina Pilar Montero, del Instituto del Frío, del CSIC.

¿Y la falta de incentivo económico? Cuando la investigación se hace en un organismo público de investigación la patente resultante pertenece a dicho centro; pero como ocurre en la mayoría de los centros extranjeros, a los inventores -los científicos- se les reconoce el derecho a recibir parte de los beneficios que la patente genere. En el instituto alemán Max Planck, por ejemplo, rige la regla del tercio: tres porciones iguales para la institución, el instituto en concreto y los investigadores.

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Complemento reciente

Incentivos económicos para los investigadores

En el CSIC los investigadores reciben un complemento a su sueldo sólo ahora, ya que el reglamento interno que regula esto se aprobó el año pasado. Los becarios autores de desarrollos no reciben estos complementos, punto que quiso cambiar, sin éxito, una proposición no de ley del grupo socialista el pasado febrero. Entre los investigadores, sin embargo, predomina la idea de que no es el dinero lo que cuenta. Como explica Francisco Camps, del Instituto de Investigaciones Químicas y Ambientales de Barcelona, "lo que puede llegar por este tipo de investigación no es relevante; lo que importa es que tu trabajo genere una actividad nueva".

Ahora bien, los grupos que disfrutan de cierto desahogo por los beneficios de patentes o contratos reconocen las ventajas. Al grupo de Francisco García Olmedo, de la UPM, sus patentes vendidas (de plantas) le dan "una capacidad de maniobra que antes no tenía" para asistir a congresos o equipar laboratorios. Y los investigadores dirigidos por Avelino Corma, del Instituto de Tecnología Química (CSIC y Universidad Politécnica de Valencia), cedieron el año pasado los 20 millones que llegaron por royalties al instituto. Tienen 30 patentes, entre ellas cinco comercializadas y otras cinco en vías de estarlo o cedidas a empresas.

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