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Tribuna
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El mundo después de Kosovo

Andrés Ortega

El mundo no es el mismo después de la guerra de Kosovo. Casi todas las guerras acaban influyendo. Ésta, además, se ha producido en medio de una transición, la que empezó en 1989 con la caída del muro de Berlín, y que puede fácilmente durar otros diez o veinte años más, antes de producir un sistema más estable. Pero puede dar algunas pistas -no se puede pretender más a estas alturas- sobre futuros posibles, futuribles. Ésta es la primera guerra librada por la OTAN -organización pensada para la disuasión y la defensa, y no para atacar- en sus 50 años de existencia. La ha ganado, al menos en sus objetivos mínimos. Es la primera, pero puede ser también la última, no sólo porque los aliados se lo pensarán mucho antes de meterse en otra, sino también porque la OTAN ha ganado credibilidad con esta acción. La disuasión o la persuasión no funcionó con Milosevic el 23 de marzo. Pero puede que funcione en el futuro. No se tomará el nombre de la OTAN en vano, especialmente otros dirigentes tentados de limpiezas étnicas o acosos a minorías en Europa. ¿Va a intervenir la OTAN por doquier, con una interpretación laxa de su nuevo concepto estratégico (que en realidad consagra el "caso por caso")? Éste ha sido un conflicto en el sur de Europa, en plena Europa, en pleno nosotros. Nadie piensa, a priori, en intervenir, de esta manera, y por causas similares, en Chechenia, en el Cáucaso; no hablemos ya de los kurdos o de lugares más alejados. El ataque de la OTAN se inició sin el aval del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, en nombre del derecho de injerencia por razones humanitarias. En realidad, como se advirtió, la quiebra de la legalidad se produce antes: cuando el pasado 12 de octubre la OTAN amenaza a Belgrado con intervenir si no acepta un acuerdo para la autonomía de Kosovo. Aunque tantos lo han hecho desde 1945, este hecho, junto con otros, marca en Europa la ruptura del espíritu, viejo de cinco siglos, de la Paz de Westfalia: cada Estado a lo suyo, no injerencia en los asuntos internos de los demás. Pero la propia UE es un sistema de injerencia permanente. La acción de la OTAN no tiene sólo una dimensión moral, sino que ha venido a poner de relieve que en este mundo globalizado los asuntos internos de los otros nos afectan a muchos. Tony Blair ha considerado que, antes de toda posible acción, había que contestar afirmativamente, y por este orden, a las siguientes preguntas: ¿Estamos seguros de nuestra causa? ¿Hemos agotado todas las opciones diplomáticas? ¿Son las operaciones militares que se pueden llevar a cabo sensatas y prudentes? ¿Estamos preparados para defender una posición a largo plazo? ¿Tenemos intereses nacionales en juego? Positiva, en todos los casos, fue su respuesta. Michael Igniatieff, en El honor del guerrero (Taurus), pone de relieve esta creencia occidental de que "hay que hacer algo", o la convicción de que "algo se puede hacer". En este caso, aunque las modalidades sean cuestionables y aún hayan de regresar los refugiados a Kosovo, salir de la escena Milosevic y estabilizarse los Balcanes, se ha demostrado que sí. En plena guerra, el secretario general de la ONU, Kofi Annan, estimó que "está emergiendo, con lentitud pero con seguridad, una norma internacional contra la represión violenta de minorías, que va a, y tiene que, tomar precedencia sobre las preocupaciones de la soberanía estatal". El filósofo alemán Jürgen Habermas lo presenta como "la transformación del derecho de los pueblos en un derecho de los ciudadanos del mundo". El peligro no es que en nombre de la Justicia se acabe con una legalidad, sino que esto ocurra cuando aún no se ha construido otra. Conviene asentar ésta cuanto antes, so pena, como advierte Michael Glennon (en Foreign Affairs) de que el nuevo intervencionismo parezca construido no sobre el derecho o la justicia, "sino sólo sobre el poder"; el de EE UU. Era un sistema pensado para gestionar conflictos entre Estados más que conflictos dentro de Estados. Desde 1945, la mayoría de los conflictos han sido guerras civiles. El hecho de que el final de la guerra se haya producido bajo el paraguas de una resolución del Consejo de Seguridad indica que el sistema, aunque tocado, conserva una cierta validez. Ahora bien, el Consejo de Seguridad, con cinco miembros con derecho de veto, es fruto de la realidad del poder tras la Segunda Guerra Mundial. Más aún lo es esa especie de Consejo bis, de directorio mundial, preocupante para los demás, que es el grupo formado por Estados Unidos, Alemania, Reino Unido, Francia, Italia y Rusia, llamado de Contacto para la Antigua Yugoslavia, o, con Japón y Canadá, el G-8. La defensa del territorio no está en juego en este nuevo tipo de guerras, sino intereses o valores (¿qué es Europa sin valores?). Esta evolución se produce en el contexto de una profesionalización de los ejércitos (con la excepción de Alemania). Y, por parte Occidental, especialmente EE UU, con la superioridad tecnológica de unas armas de precisión que llevan a una guerra cara, pero en la que la reducción al mínimo de las bajas, en primer lugar propias -ni una sola en los 78 días de bombardeos- y en segundo lugar ajenas es la prioridad. El control de las bajas propias en una campaña aérea frente a un adversario inferior constituye una prioridad factible, que la hace aceptable por las opiniones públicas de los países atacantes, aunque exija perserverancia. Pero la nueva situación lleva a querer imponer sin arriesgar, aunque al final, si bien en condiciones pactadas (y tras amenazar con una invasión), haya que meter tropas de tierra en Kosovo que no tendrán una tarea fácil y que puede resultar más peligrosa. Sea como sea, hay que reconocer que la estrategia aérea -en contra de lo ocurrido en los últimos meses en Irak- ha funcionado en Kosovo. Está por demostrar que esta superioridad tecnológica baste, aunque estemos en guerras posmodernas, en las que los objetivos son limitados, y los medios también. La aplastante superioridad militar -y hasta cierto punto económica- de EEUU llevaría a indicar que el fin de la guerra fría nos ha dejado un mundo unipolar. ¿O no? Pues el poder americano puede ser y parecer muy intervencionista, pero esconder a la vez profundas tentaciones de retraimiento. Justamente una de las razones que ha impulsado en la UE el nombramiento de Javier Solana para el puesto del señor Pesc y la decisión de poner en pie una Política Exterior y de Seguridad Común ha sido no sólo las carencias europeas puestas de relieve en esta crisis, sino el temor a verse en el futuro confrontados los europeos ante situaciones similares, sin que EE UU, porque tenga un Congreso o un presidente (¿George Bush Jr.?) aislacionista, quiera participar. Europa debe abordar con seriedad qué ejército necesita para resolver los problemas que se le planteen a los europeos, diferentes de los de Estados Unidos. La crisis de Kosovo puede servir para que Europa recupere una voluntad de potencia y deje de limitarse a ser espacio. Y al menos, frente a la ruptura de Yugoslavia en 1991, en que cada Estado miembro fue por su lado, en 1999 la UE se ha mantenido unida. En la transición europea va a incidir ahora de lleno esta guerra. El Consejo Europeo de Colonia ha trazado el mapa de la Europa futura, la del 2010 o 2020, al decidir incluir entre los candidatos a la adhesión a 10 países de Europa del Este, y una relación particular con otros. Una perspectiva realista de ingreso en la UE puede ser el mejor elemento estabilizador para estos países, interna y externamente. Este mapa tendrá como centro de gravedad esta Unión Europea, con Estados miembros y otros asociados, pero de una forma u otra participando todos en esta empresa que, en consecuencia, tiene que hacer frente a una profunda revisión institucional y política. Rusia entra en esta cuenta si sale de su caos. Pues si Rusia ha contribuido a hacer posible el acuerdo final sobre Kosovo, el desbarajuste interno de su Gobierno ha puesto varias veces en peligro la conclusión de esta guerra, con Yeltsin e Ivanov cambiando de opinión según las horas, y ahora puede complicar una paz de por sí complicada de gestionar. La OTAN va a tener que mantener durante tiempo un importante despliegue militar en la zona, lo que no gusta, como a los rusos, que quieren estar también presentes. De cómo esta paz borrosa influya en las relaciones entre la OTAN y Rusia depende en buena parte la estabilidad del continente. En todo caso, Kosovo puede influir en unas elecciones rusas, parlamentarias y presidenciales, en los próximos meses, que pueden marcar el rumbo de lo que es el país más problemático para la definición de esta nueva Europa.

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