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Calabazas para los obispos catalanes

La Conferencia Episcopal Española retiene en Madrid la petición para crear la Región Episcopal Catalana

En este caso, quien calla niega. O, al menos, no otorga. Hace un año, entre los días 13 y 15 de junio, los obispos catalanes, reunidos en plenario, aprobaron y enviaron a la Conferencia Episcopal Española (CEE), para su remisión al Vaticano, un proyecto de constitución de la Región Episcopal Tarraconense, que en castellano quería decir el reconocimiento de la regionalidad de la Iglesia catalana, hoy incardinada sin contemplaciones en la española. Del escrito nunca más se supo. Mejor dicho, se sabe que todavía no ha llegado a la Santa Sede, la autoridad que debe decidir. Y eso que el clero catalán había rebajado radicalmente sus antiguas pretensiones de proclamarse Conferencia Episcopal, una categoría aplicable únicamente a las iglesias de Estado, con las excepciones de Escocia y País de Gales.Las aspiraciones del clero de Cataluña se plasmaron en el Concilio Tarraconense de mayo de 1995 (conocido como el concilio catalán, que se reunía por primera vez en 235 años). Durante el acto solemne de clausura, celebrado en la catedral de Tarragona, repicaron las campanas de toda Cataluña poniendo fin a un encendido debate en el que, finalmente, los prelados de las ocho diócesis lograron sacar adelante, con 108 votos a favor, 15 en contra y 15 en blanco, la propuesta de dotar a la Iglesia catalana de estructura jurídica propia. Las reticencias de la jerarquía católica y los duros ataques de los medios de comunicación conservadores lograron que el concilio catalán renunciase a pedir la creación de una Conferencia Episcopal propia, como reclamaba uno de sus sectores, en abierto conflicto con la CEE, prefiriendo la propuesta salomónica de no pedirla específicamente y dejar la puerta abierta para cuando los vientos de la historia eclesial mejorasen.

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"Veleidades independentistas, haberlas, haylas, pero son muy minoritarias", dice ahora un analista de la situación, cercano al cardenal Ricard María Carles, arzobispo de Barcelona y, desde hace tres meses, vicepresidente de la CEE. Carles es valenciano y forma equipo muy compenetrado con el arzobispo de Madrid y presidente de la CEE, el cardenal Antonio María Rouco. Pero poco después de su elección como número dos en Madrid mostró sin disimulo sus esperanzas por la pronta aprobación de la Región Episcopal Tarraconense, aunque sin poner plazos ni quejarse de los retrasos.Lo cierto es que los tiempos han ido a peor para los nacionalistas eclesiales de Cataluña. Si en un principio parecía imponerse la tesis de que era el episcopado español quien retrasaba la aplicación de lo acordado por el concilio catalán, pronto comprobaron que las reticencias procedían de la Nunciatura de la Santa Sede en Madrid, primero con Mario Tagliaferri, y más tarde con el húngaro Lajos Kada. Tagliaferri, fallecido la semana pasada en París, donde ejercía de nuncio, advirtió en 1966 contra "los nacionalismos exacerbados", y a Kada se le atribuye haber comparado la supuesta discriminación de los castellanohablantes en Cataluña con la situación de la minoría húngara en la Transilvania rumana.

A una parte del clero catalán no le extrañó, con estos precedentes, que fuese el Vaticano quien más tachaduras aplicó a las 170 resoluciones del concilio de Tarragona de 1995, finalmente aprobadas por la Santa Sede con un año de retraso y después de que los obispos catalanes, recibidos en visita ad límina por Juan Pablo II (el 6 de junio de 1996), modificaran el alcance de su petición más conflictiva: la que propugnaba que la Iglesia catalana pudiera tener "personalidad jurídica propia". Al día siguiente, el presidente de la Conferencia Episcopal Española, Elías Yanes, proclamaba lo que todos sabían ya: que la conferencia catalana no tenía ninguna posibilidad de hacerse realidad.

"Desde fuera se nos tiene muchas ganas", dice ahora un representante de la Iglesia catalana, que pide encarecidamente mantener su anonimato. Añade que, descartada la nacionalización de la Conferencia Episcopal, no entiende las reticencias que parecen existir para la creación de la Región Episcopal Tarraconense. Los estatutos están aprobados, hay precedentes en otros países, Carles es vicepresidente de los obispos españoles, otros 12 prelados catalanes participan en las comisiones de la CEE y los compromisos para tramitar su petición parecían firmes y sinceros. Pero los hechos son testarudos: los prudentes documentos regionalizadores salieron de Tarragona en junio de 1998 y, aunque su destino era Roma, aún siguen en Madrid, y nadie se atrevió ayer a decir por cuánto tiempo.

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