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Una exposición sobre el arte en la antigua RDA provoca una polémica en Alemania

La colección de Hitler y una muestra del realismo socialista coinciden en Weimar

Pilar Bonet

Casi diez años después de la caída del muro de Berlín, Alemania prefiere arrinconar el arte de la República Democrática Alemana (RDA) en el trastero de la historia que analizar individualmente las obras de los pintores que trabajaron en las condiciones impuestas por el socialismo real. Éste es el mensaje que transmite la exposición dedicada al arte de la RDA, que la ciudad de Weimar (Alemania Oriental) ofrece en su programa de actividades como capital cultural de Europa. La muestra ha provocado una exaltada protesta de la Academia de las Artes de Berlín.

La Academia de Berlín acusa a los organizadores de "escandalosa reincidencia" en la guerra fría, de "manipular al público con incomparable arrogancia" y de contribuir al "deterioro del clima cultural" en el país.En un edificio de aspecto ruinoso, que fue almacén y taller de confección en época de la RDA, cuelgan los cuadros de la discordia. El entorno es rotundamente feo: el suelo es de hormigón sin pulir, la iluminación es mala y unas horribles sillas de plástico llenan la sala. Sobre una cortina gris (también de plástico), de las que se usan para proteger a los coches de la intemperie, los lienzos se apretujan los unos contra los otros, de acuerdo con el capricho de los organizadores. Unos pertenecen a artistas favorecidos por el régimen y premiados con buenos encargos. Otros son de disidentes que malvivían en circuitos semiclandestinos y exponían en galerías independientes. Todos ellos han ido a parar a un mosaico abigarrado, donde ninguna de las obras, cualquiera que sea su mérito artístico, puede salvarse. El tratamiento despiadado al que han sido sometidas las condena colectivamente.

Los rostros de cuatro soldados soviéticos de uniforme se complementan con otras cuatro imágenes: dos punkis berlineses caminando de la mano sobre un duro paisaje urbano, unos muñecos descabezados, el abrazo de una mujer con un burro y una voluminosa mujer que preside un lienzo titulado Apocalipsis. Las manifestaciones populares, los obreros en plena faena, las obreras en la fábrica, los altos hornos, las ciudades en construcción y las visiones de futuro ahogan obras que serían potentes si tuvieran su propio territorio, como El primer brote, de Wolfgang Mattheuer (1974), o Ikarus, de Frank Voigt (1986). Un capítulo aparte es la serie de 11 murales del Palacio de la República de Berlín dedicados a los mitos del socialismo.

"La incongruente pila de cuadros hace suponer que la idea pertenece a un alemán del Oeste que cree saber más que los que han vivido en el Este", dice una de las notas garabateadas en el libro de visitas. Uno de los artistas, Hendrik Grimmling, ha retirado ya su cuadro y otros han anunciado su intención de hacerlo. Para el pintor Wolfgang Mattheuer, la exposición es una "expresión de la mentalidad de victoria de los alemanes occidentales".

"La idea de la exposición profundiza la división espiritual en Alemania, y esto es lo verdaderamente imperdonable", señala un visitante de Erfurt. "Es totalmente insostenible cómo se han colocado juntas las obras de arte de rango internacional con obras de agitación de cuarta clase, con objeto de desacreditarlas", dice otro comentario. "Es penoso para Weimar como ciudad de cultura", señala un tercero.

120 obras de Hitler

Con la misma distancia con la que aborda el arte de la RDA, Weimar expone también la mayor muestra de la colección de arte de Adolf Hitler presentada ante el público hasta ahora. Tanto la exposición dedicada a la RDA como la dedicada a la colección de Hitler son dos de las tres partes del conjunto Auge y caída de lo moderno, cuyo núcleo central reúne obras de maestros reconocidos desde finales del siglo pasado hasta finales de los veinte en el lujoso ambiente del castillo de Weimar. Mientras Monet, Renoir, Rodin, Klee o Kandinski reciben un tratamiento de lujo, la colección de Hitler, como la de la RDA, es maltratada en un emplazamiento de segundo orden: la cantina de la fábrica de confección. La proximidad física de ambas muestras es parte de la polémica.

Hitler comenzó a formar su colección de arte a partir de 1937, cuando tuvo lugar la primera Gran Muestra del Arte Alemán. Entre 1937 y 1938, el Füh-rer compró casi 300 cuadros, esculturas y obra gráfica, que debían haber servido para decorar la nueva cancillería. Después delegó las compras en Heinrich Hoffmann, su fotógrafo personal, que llegó a reunir hasta 700 obras. Descubierta en Austria tras la Segunda Guerra Mundial, la colección estaba almacenada en la oficina central de aduanas de Múnich desde 1963. Para la exposición se seleccionaron 120 obras.

Con un par de excepciones, los organizadores -"para no aburrir"- han renunciado a los paisajes, que constituyen casi la mitad de la colección. Tampoco hay escenas documentales y retratos de los líderes del nacionalsocialismo, que están aún en un almacén militar en Washington. El insulso kitsch de salón que se recoge en Weimar incluye varios retratos de aristócratas, escenas mitológicas, históricas, animales salvajes y domésticos, campesinos, músicos con instrumentos de viento, obreros, imágenes de la construcción de autopistas y, sobre todo, gran cantidad de desnudos femeninos, con coartada mitológica y sin ella. La exposición se completa con una selección de fotos de la vida cotidiana de Weimar -que Hitler visitó en más de 40 ocasiones- a finales de los años veinte y principios de los treinta.

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Sobre la firma

Pilar Bonet
Es periodista y analista. Durante 34 años fue corresponsal de EL PAÍS en la URSS, Rusia y espacio postsoviético.

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