Turismo, un sector que crece sin orden
Es quizás el mundo del turismo donde la economía sumergida alcanza su máximo esplendor. Millones de plazas escapan a todo control fiscal, y los organismos públicos confiesan que es "imposible" conocer con exactitud cuántos visitantes recibe cada año la Comunidad. Los datos que se ofrecen responden siempre a estimaciones de rigurosidad cuestionable, un cálculo cuya metodología se desconoce pero que hay que aceptar por ser los únicos datos oficiales disponibles. Los últimos informes de la Agència Valenciana de Turisme arrojan cierta luz sobre el volumen del negocio que hay que sumar a la facturación de establecimientos legalmente constituidos: las viviendas consideradas de potencial uso turístico (apartamentos, segundas residencias y viviendas desocupadas durante el invierno) ofertan la friolera de tres millones de camas, aunque sólo 125.880 se computan como tales. El mercado negro ha existido, existe y existirá mientras las vacaciones no puedan desgravarse en la declaración de Hacienda, algo harto improbable. Esas estimaciones llevan al subsecretario de Turisme, Roc Gregori, a aportar sus propios datos sobre las macrocifras del sector, que nadie discute porque son incontrastables. Para Gregori, empeñado desde que en 1995 se hizo cargo de la Agència en conocer la realidad de la oferta, las pernoctaciones globales podrían alcanzar la cifra de 250 millones, y los ingresos registrados por esta actividad económica, cerca de un billón de pesetas. Las cifras no coinciden con las que aporta el Instituto Nacional de Estadística o la Subsecretaría de Turismo del Gobierno central, que son más moderadas, pero Gregori está "dispuesto" a defenderlas con estudios obtenidos a raíz del peinado de la costa valenciana. Sobre el origen de los visitantes ocurre algo similar, aunque las encuestas a pie de playa y datos aportados por empresas de transporte público indican que el 70% del turismo es nacional, con tendencia del foráneo a escalar posiciones. La oferta ha crecido en los últimos cuatro años, en los que se han batido niveles de ocupación como consecuencia de la buena marcha de la economía y la inestabilidad que azota a otros destinos turísticos. Hasta 24 nuevos hoteles se han inaugurado en este tiempo, a los que se suman 6.500 apartamentos y dos cámpings, más de un millar de restaurantes y 450 bares o cafeterías. Frente a otros sectores en los que prima el crecimiento sostenible, en turismo cada cual campa por sus fueros, y la oferta se crea casi siempre sin demasiadas previsiones de futuro. Esta circunstancia ha llevado a los hoteleros a reclamar un "control" de la oferta, pero las autoridades optan por dejar que el mercado imponga su ley. No quieren los empresarios una economía dirigida por los poderes públicos, pero sí que el crecimiento sea "prudente" para que no desciendan los niveles de ocupación, y con ellos los ingresos, que se acercan al billón de pesetas. La Agència de Turisme tiene en cartera uno de los proyectos para regular el sector. El bautizado como Plan de Espacios Turísticos, postergado a un próximo mandato del PP, deberá marcar esa evolución y complementar la oferta. Se trata de ordenar el territorio valenciano desde el punto de vista turístico. Un documento, en definitiva, que tratará de mantener el atractivo, desde el que emanarán recomendaciones por áreas geográficas para evitar que las comarcas o destinos turísticos compitan y se pisen el negocio, y que marcará la pauta de las inversiones públicas. Pero lo primero es realizar un pormenorizado inventario de recursos. La oferta valenciana es primordialmente costera. Pese a los esfuerzos por potenciar otros atractivos, cada temporada evidencia que el sol y la playa son lo que mueve a tantos millones de personas a pasar sus vacaciones por estos lares. Las suculentas ayudas decretadas para configurar una oferta sólida en turismo de interior han configurado una oferta en albergues y casas rurales de apenas 1.800 plazas. El 95% de la actividad se mantiene en la costa, aunque es innegable el peso específico, tierra adentro, de destinos como Morella o Castell de Guadalest, a los que siempre se cita como ejemplo de aprovechamiento de riqueza cultural, paisajística y natural para atraer visitantes y configurar una economía estable. Calidad de inversión Para mantenerse en posición puntera en el mundo del turismo, con una competencia bestial dentro y fuera de nuestras fronteras, el sector ha hecho un guiño definitivo a la calidad en las instalaciones y servicios, que inicialmente arrancó para acogerse a subvenciones, pero que hoy se considera imprescindible. El proceso de integración en sistemas de calidad no ha supuesto un aumento significativo en los precios, pero sí un aumento en el nivel de satisfacción de los clientes. Las ayudas oficiales se mantienen, para casi todo. Desde instalación de sistemas de seguridad en establecimientos turísticos, hasta programas de innovación o creación de oferta complementaria, las arcas autonómicas repartieron en 1998 más de 800 millones a empresas del sector, cantidad que alcanza el 20% de la inversión total en mejora de instalaciones privadas. Otra cosa es la cantidad invertida en zonas públicas, entre las que destacan las playas, espacios que cuentan con una gran protección oficial. Más de 600 millones de pesetas se destinan cada año a la instalación de lavapiés, duchas, pasarelas sobre la arena, plataformas flotantes con juegos acuáticos o trasplantes de palmeras. Quizás por ello, aunque el título esté ya absolutamente devaluado, 94 de las 151 zonas controladas de baño han obtenido la bandera azul en la última edición convocada por los organismos europeos.
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