Tres novelas
JON KORTAZAR En los primeros meses de este año han aparecido tres novelas vascas en otras tantas editoriales de ámbito español, más allá del pequeño mercado vasco. Y además -algo que es reseñable- los textos son de tres novelistas que no se llaman Bernardo Atxaga. La publicación de las traducciones de Babilonia, de Joan Mari Irigoien (Acento Editorial); Un final para Nora, de Anjel Lertxundi (Alfaguara), y Amor y guerra, de Ramón Saizarbitoria (Espasa), definen un momento que antes no se había vivido en la literatura escrita en lengua vasca. La ampliación de fronteras de esta pequeña literatura era una de las asignaturas pendientes de este sistema literario, abocado a la sombra de Atxaga y, sobre todo, a un cierto aislamiento por la diferencia del euskara con las lenguas románicas. Es cierto que se habían realizado intentos para dar a conocer esta literatura fuera de sus fronteras lingüísticas y que la figura (y la literatura) de Atxaga era una forma de acercarla a lectores de otros sistemas literarios. Las antologías -quizás más útiles para la poesía que para la narrativa, porque aquélla presentan texto completo- han constituido una de las formas de dar a conocer esta literatura. Pero, a pesar de que faltan traductores del euskara al castellano, al final algunos agentes del sistema literario (agentes y traductores, principalmente) han conseguido una proyección importante de la narrativa. Es inusual que tres autores vascos publiquen traducciones de sus obras originales en euskara en un mismo momento. Bernardo Atxaga fue el primer exponente de la potencialidad de la narrativa vasca. Autor de un texto deslumbrante, Obabakoak, de algunas novelas que exploraban las consecuencias del tumultuoso mundo de la violencia en el País vasco, siempre dijo que él era como un ciclista que contaba con un equipo. Sólo que hemos tenido que esperar para ver a los co-equipiers. Ya antes, la editorial Hiru (¿diré pequeña?) había llevado a cabo una labor de promoción de los escritores vascos, aunque su distribución, lamentablemente, no fuera la que todos quisiéramos. Quizás resulta remarcable que las tres novelas de las que hablamos se han publicado en tres grandes editoriales con potentes medios de distribución y promoción. Los tres autores reseñados mantienen una serie de caracteres que pueden dar lugar a una reflexión. Las tres obras son diferentes. Irigoien ha elaborado una novela con fuerte carga etnográfica, un drama rural y mítico. Lertxundi se ha empeñado en una novela que recupere el diálogo con la tradición léxica y también mítica, a la vez que muestra una preocupación para que los mitos iluminen algunas parcelas de la modernidad. Saizarbitoria trabaja en la tradición europea de la novela moderna. Los autores comparten algunas características culturales comunes, aunque, ciertamente, se trate de tres personalidades distintas: parecida edad, comienzos en la literatura en los años 70, amplia experiencia, búsqueda de una obra ambiciosa en lo formal y narrativo. No es la primera novela de su obra que les traducen. Ellos muestran que la nueva promoción vendrá, y eso está bien, pero que las carreras literarias son de largo recorrido y aliento. Estos autores han escrito, junto a El hombre solo, de Atxaga, algunas de las novelas claves de la década: Otto Pette (Las últimas sombras), de Anjel Lertxundi; Hamaika pauso (Los pasos incontables), de Saizarbitoria, y Babilonia, de Irigoien. Ellos han promovido una novelística de largo aliento, frente a la narrativa de usar y tirar, aunque sus obras se vean abocadas a competir en el mercado con textos más perecederos. Han distinguido dos clases de literatura: la que se crea pensando en el consumo escolar y la que se lee con esfuerzo; y han conseguido la canonización de los escritores seniors. Un editor me decía hace poco que el siglo ya no daba más novelistas fuertes. Éste es un brillante reflejo. Pero algunos datos hacen pensar a un lector despierto. Uno no sabe por qué se ha publicado la novela de Joan Mari Irigoien en una colección de un gran grupo editorial, pero en una marca para jóvenes, después de que esa novela hubiera recibido los más altos premios en lengua vasca. ¿Existe, acaso, una distorsión entre la obra literaria cuando se percibe dentro de los límites de la lengua y cyando es percibida fuera de su ámbito lingüístico?
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