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Las religiosas que atendían a Alejo Aznar piden un albergue "urgente"

"¿Qué tipo de sociedad, de Iglesia, tenemos que permite que a los más rotos les dejemos tirados? Siento vergüenza", se lamenta Ester, la madre superiora de las Hijas de la Caridad. Y lo dice una monja, que con otras, tuvo que oír infinitas llamadas de urgencia de los hospitales de Basurto y Cruces. Las monjas que cortaban a un coqueto Alejo el pelo, le lavaban, le curaban las costras dejadas por el pico y las que también le reñían, como cuando se gastó 300.000 pesetas en unos días y se compró una iguana. Ahora, se encargan de Ricardo, que tiene 26 años y es toxicómano y "sigue los mismos pasos de Alejo". También de Martín, alcohólico. Ambos deambulan por Getxo y a veces se acercan a Bilbao y Leioa. Las Hijas de la Caridad les acogen pero no es suficiente. "Nosotras hemos tratado con Cáritas los problemas de los indigentes y hemos llegado a la conclusión de que hay que abrir un albergue para los más rotos. Una nave en la que puedan dormir sin condiciones. Una ciudad sin ley". El párroco de San José, en el barrio de Romo, habló con Alejo Aznar poco antes de que le mataran. Le pidió que se trasladara a otro lugar porque su cuerpo impedía el paso. El vagabundo le respondió en silencio, con un leve gesto de mano. "Como diciéndome que le dejara a su aire, que él tenía su tiempo". Vacío legal Juan José Elezcano fue de los primeros en llamar la atención sobre el vacío legal existente en torno a garantizar las condiciones mínimas de los más pobres. "No sirve la explicación de que la ley impide su ingreso en instituciones si ellos no están de acuerdo. Si no pueden decidir por ellos mismos, alguien tendrá que hacerlo", incide a varios metros del banco donde perdió la vida el toxicómano. Enrique Saconell, responsable técnico de Bienestar Social del Ayuntamiento de Getxo, conoce bien el caso de Alejo y el de la otra media docena de indigentes que vive en el municipio. "Los jueces conocían su caso y las instituciones le ofrecieron su ayuda pero él no estaba en condiciones de asumir unas normas de presión. Puede parecer difícil de entender pero en una sociedad democrática no se puede atentar contra el derecho de una persona a elegir. En este caso, hay cierta hipocresía. Se culpa a la Administración de no haber hecho nada y cuando Alejo estaba en la calle, mucha gente pedía que se lo llevaran a un sitio donde no molestara". La Policía Municipal recibía numerosas quejas de vecinos por la presencia de Alejo en la calle. Tras su muerte, algunos le han homenajeado con velas y flores. Otros recuerdan que arrancó más de una cadena y que robaba la paga a los más pequeños. Junto al lugar donde fue golpeado, una letra infantil ha escrito a lapiz: "Alejo, siento tu muerte. Espero que estés feliz en el cielo con Jesús. Él te cuidará".

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