El regreso de una intérprete soberana
La copla, como Curro Romero, destapa de vez en cuando el tarro de las esencias. Ahora mismo, la esencia de la copla tiene nombre y apellido. Se llama Gracia Montes.Su recital del pasado jueves en Madrid fue una demostración de poderío y esplendor, un derroche de embrujo y de belleza. Esta mujer tiene un arte muy fuerte. Perfil de esfinge, el talle erguido, la voz cristalina con sabor a nenúfares y manantial. Gracia Montes irrumpe en el escenario a ritmo de pasodoble: bata de cola goyesca, negro y plata, delicada pedrería, zarzillos azul de mar, dos peinas relucientes y un abanico de azabache que la artista maneja con sobriedad y sabiduría.
Combina fluidamente Gracia Montes las alegrías con el sentimiento trágico de la vida: "Nada hay más difícil que vivir ni más fácil que morir... Pídele a Dios que me muera, porque mientras viva te voy a estar maldiciendo" (Pídele a Dios). No se anda con bromas, menuda es ella, pero tiene una vena estoica que ahuyenta la furia: "Escrituras en el agua, palabritas en el viento... No mires tanto al reloj, que nadie sabe en el mundo cuál es la horita mejor" (Palabritas en el viento). Y ese bellísimo Poema de mi soledad, que la cantante interpreta como una heroína clásica desolada: "Y de madrugada, tu pena y mi pena". Lo cual no impide que haya zambra, rumba y fandango. Las penas se ahuyentan con taconeos, levantamientos de falda, plantes y arrebatos. Todo ello, en su justa medida. Esta mujer no es tremendista; dosifica el ciclón interior con mucha elegancia, con clase. Es una pantera con piel de gacela.
Gracia Montes Antonio Ramos Cabrera, Floriano del Ser Samaniego (trompetas)
Lucas Moreno, Juan Muro (saxo tenor y flauta). Guillermo Marín (teclados). Miguel Iniesta (guitarra eléctrica). Romerito (guitarra española). Fernando David López (bajo). Felipe Piquero (batería). Ricardo Freire (piano y dirección musical). Centro Cultural de la Villa. Madrid, 29 de abril.
Cerrojos en el corazón
Gracia Montes es una cantante de culto. En los ambientes de la copla se la considera desde hace tiempo como una joya del género. Pertenece, más o menos, a la generación de Rocío Jurado, pero un amor posesivo le puso "cerrojos en el corazón" (Maruja Limón) y la retiró de los escenarios durante más de dos décadas. La artista vivía recluida en Lora del Río. Dicen que no salía, dicen que se la intuía a veces tras las celosías como una sombra melancólica, dicen... como las heroínas de Rafael de León.
Pero, liberada de ataduras, la cantante volvió al arte por derecho. Sin embargo, las empresas discográficas no se han enterado de que sería impagable una nueva grabación de casi todo su repertorio. Está espléndida de facultades y talento, de madurez. Sus maneras y su hondura conectan con la cima de un género que nunca dejará de ser sorprendente y vistoso: Marchena, Niña de los Peines, Juanita Reina, la Piquer... Ya no hay compositores que hagan sombra a los clásicos de la copla, pero hay todavía intérpretes soberanos, como Gracia Montes.
El público, embrujado. No había histeria en los tendidos, pero el teatro entero se puso en pie ante ella en varias ocasiones. La gente permaneció asombrada y feliz durante todo el concierto. Eso sí, a la hora de saludar, la artista no olvidó ni al peluquero, ni al modisto, ni a las celebridades presentes en la sala, ni a los muertos añorados, ni a las potencias celestiales. Estas mujeres son así y no hay forma de cambiarlas. A Gracia Montes se le puede permitir lo que se le ponga en el moño, con tal de que siga, como el jueves en Madrid, en contacto con lo sublime. Alguna sugerencia: menos lentejuela y más bata de cola; menos batería y más guitarra; menos fox y más pasodoble. Por derecho.
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