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Tribuna
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Un mito sin padre

(...) ¿Por qué en este instante, en que no tengo más remedio que agarrar al toro por los cuernos, se proyectan en la pantalla de la imaginación tres figuras? Una -qué original- la de Don Quijote (...). A un lado del Caballero duplicado, veo a don Miguel de Unamuno. Al otro, a Azorín. Lo de que Don Quijote cabalgue por estas Manchas de la memoria confusa es ilógico. (...) Sólo él ascendió a la categoría de Mito. (...) Avanzando a tientas, a golpe de digresión buscando algo que no sé qué es, hasta que lo encuentro, me fijo en Unamuno. Es su retrato exagerado, el del gran energúmeno español, como le llamó Ortega. Está reclutando gente para ir "a rescatar el sepulcro de Don Quijote del poder de los bachilleres, curas, barberos, duques y canónigos... a rescatar el Sepulcro del Caballero de la Locura del Poder de los Hidalgos de la Razón". Don Miguel no dudó nunca que no fue Cervantes quien creó a Don Quijote, sino al revés.

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La creación de Don Quijote no entendió a su padre. (...) Para Unamuno, siempre a contracorriente, provocador, Cervantes es una criatura de Don Quijote ("cada uno es hijo de sus obras", recordó alguna vez). Y al llegar a este punto creo que empiezo a comprender el papel que Azorín puede interpretar en esta disparatada comedia. Porque Azorín, buen lector por buen escritor, afirma que "El Quijote no lo escribió Cervantes, sino la posteridad".

(...) Iniciemos esta indagación policiaca. Cervantes. En el prólogo a la primera edición de la primera parte de Don Quijote, escribe... "¿Qué podría engendrar el estéril y mal cultivado ingenio mío sino la historia de un hijo seco, avellanado, antojadizo y lleno de pensamientos varios y nunca imaginados de otro alguno, bien como quien se engendró en la cárcel, donde toda incomodidad tiene su asiento y donde todo triste ruido hace su habitación?". Y más adelante: "Yo, que aunque parezca padre, soy padrastro de Don Quijote...". El resto del prólogo es una queja revestida de melancolía.

(...) Hagamos ahora el resumen de los distintos parentescos. Para Unamuno, Don Quijote es el padre de Cervantes, a quien creó para poder ser creado, por aquello de que todos somos hijos de nuestras obras. Para Azorín, a El Quijote lo escribió la posteridad, lo que le convierte en hijo de padre desconocido. Cervantes no está seguro acerca de su parentesco con el Hidalgo manchego: ¿padre?, ¿padrastro? Ni siquiera está seguro de su apellido (...).

El sistema del poeta, recordé antes, consiste en hacer accesible a la razón lo que, en su origen, es música errante que ha de encadenarse al pentagrama, lo que le permitirá ser interpretada y, en consecuencia, hacerse audible para todos, aunque no sepan nada acerca de la música, como podemos poner en marcha un coche sin conocer lo más elemental de mecánica.

Por todas partes se va a Roma, sí; pero por todas partes puede no llegarse a Roma. (...) Las paradojas de Unamuno y Azorín, como la metáfora del dragón que devora al sol o a la luna, son verdades contempladas desde el otro lado. Realidades fabuladas, traducidas a otra lengua. Y coinciden en un punto de fuga: El Quijote es anterior y posterior a Cervantes. Cuando atinan, desatinan. Vive el Hidalgo Caballero entre nosotros como si nunca hubiese habitado en las páginas de un libro. Es una figura familiar, ennoblecida y añejada por la madera del tiempo. Ha cortado el cordón umbilical que le unía a su autor y se ha fundido con la humanidad, toda ella, cultos e incultos, de Oriente y Occidente. Y esto es algo que -entre otros muchos rasgos- lo singulariza entre los mitos de padre conocido, que pueden ser conocidos y admirados, pero no populares (no imagino a un analfabeto inglés pensando en Hamlet cuando debe tomar una decisión y sí, en cambio, a un analfabeto español calificar de "quijotada" cualquier decisión locamente idealista). (...) El Quijote tiene esa fuerza de impregnación popular que, como el Romancero, hace que no nos parezca obra de una sola persona, sino acarreo de generaciones sucesivas. Los años no le han hecho perder su lozanía. (...)

No es hijo de ninguno de los padres conocidos -desde antes de Tirso hasta después de Zorrilla- que lo han prohijado, aprovechándose de su desamparo. Pero todos hubieron de contentarse con realizar unas variaciones personales sobre un tema dado (y desaprovechado); resignarse a ser Avellanedas de una criatura que no halló a su Cervantes.

Un padre -Cervantes- que nunca escribió al hijo, del que nunca escribió. Pero imaginó sus aventuras, las soñó y, lo que es más importante para el caso, se las contó a sus compañeros de cautiverio en Argel, a fin de distraer las horas pasadas en aquellos lugares. Es posible que el recopilador de las fantasías que imaginó y narró Cervantes fuese un escritor de poca fortuna, poeta y autor teatral llamado Miguel de Cervantes.

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