_
_
_
_
_
SEMANA DEL LIBRO

Vargas Llosa rinde homenaje a sus primeros maestros en la recuperación de su Biblioteca

Alfaguara reúne su narrativa breve y reedita "Conversación en la catedral" y "La casa verde"

Para desmentir la agonía de la novela anunciada por Eduardo Mendoza y festejar de paso la Semana del Libro y el 35º aniversario de Alfaguara, Mario Vargas Llosa presentó ayer en la Casa de América tres tomos más de su Biblioteca: la reedición de dos novelones de los de antes, Conversación en la catedral (725 páginas) y La casa verde (525), y la reunión de relatos en un solo volumen. Todo, corregido y prologado, en versiones definitivas. Pero el escritor hispanoperuano prefirió achacar el mérito a otros, y rindió tributo a sus primeros maestros: Sartre, Faulkner, Flaubert, Joanot Martorell...

Más información
Un ciclo de "Lecturas" rescata el placer de escuchar el "Quijote"

Fue una especie de lección magistral, una invitación a la lectura de las grandes novelas y las novelas grandes. Es decir, las novelas largas y gordas por dentro y por fuera. La novela total. "Porque cuanto más larga es una buena novela, mejor es. En eso, la cantidad suele ser calidad. Como decía Balzac, hay que intentar competir con el Código Penal, hacer libros cuyo peso pueda matar a un hombre; tocar la realidad de igual a igual". Vargas Llosa (Arequipa, 1936) habló poco de sí mismo, salvo para reírse un poco de sus vanidades y sufrimientos juveniles. Zanjó el asunto diciendo que los libros son la mejor biografía de los escritores, "aunque en ellos también suela estar lo peor de cada uno". Prefirió matar la nostalgia que producen las reediciones de textos de hace 30 años hablando de su gran pasión, la lectura.

Aún guarda respeto absoluto por los que le formaron como escritor. El resultado final de ese aprendizaje, dijo, es un autor "más extenso que intenso", de ésos que prefieren tocar muchos asuntos, usar estilos y recursos diferentes, jugar con la forma, el tiempo y los personajes.

Cada ficción sale de distintas experiencias vividas, reconoció. Experiencias en un sentido amplio, mezcla de vida y lecturas. Tirant lo Blanc, por ejemplo, "un libro casi de cabecera", le enseñó la ambición por la novela grande. Y, en ese sentido, la que más se acerca al objetivo ("o la que menos fracasó, y eso me costó casi todas las canas que tengo") fue Conversación en la catedral, que a su vez surgió como reacción a una experiencia desalentadora: la corrupción moral que inyectó en Perú la dictadura del ochenio (1948-1956) [la novela se presenta mañana a las 20.00 horas en el Círculo de Bellas Artes].

Eran años de mucha lectura del XIX, mucho entusiasmo existencialista y lucha política por "las mejores opciones". La idea del compromiso político-novelesco, que marcó sobre todo su primera novela, La ciudad y los perros (ya recuperada en esta Biblioteca Alfaguara), fue un legado de Jean-Paul Sartre. "Ahora no lo lee casi nadie, sus teorías parecen no servir. Pero yo era un escritor del Tercer Mundo con conciencia moral. Me enamoré de su idea. Creía que las palabras eran actos que podían influir en la Historia".

Cosa difícil, seguramente imposible si Carlos Barral no llega a terciar en la peripecia de la novela. "Sin su ayuda no hubiera sido lo que he sido. En el 68 no se conocía nada de Latinoamérica. El boom llegó en gran parte gracias a Barral. Le gustó aquella novela nueva, ambiciosa, y la introdujo en España. Los críticos fueron muy generosos. Algunos, claro, para meterse de paso con sus enemigos españoles: "Mira qué bien escribe él y tú qué malo eres".

Después de varias negativas y muchos meses intentando publicar el libro, llegó a Seix Barral. Tras el entusiasmo del poeta-editor, que hizo "enrojecer de vanidad" al autor en París, obtuvo el Premio Biblioteca Breve. La censura tachó ocho palabras, que Barral "puso en la segunda edición".

Otra parte muy importante de su educación sentimental-literaria fue común a muchos: Faulkner. Sus sagas "maravillosas", su universo "deslumbrante", pero especialmente su manera de estructurar. "Era muy difícil. Lo leía lápiz en mano, intentando descifrar su misterio y su complejidad. Cómo silenciaba datos y enseñaba otros con inteligencia para aumentar la tensión... El engolosinamiento por la forma llegó al apogeo en La casa verde. Era un homenaje".

Disculpándose por el "anticlímax" que suponía hablar tras los elogios recibidos de los compañeros de mesa (los directivos de Santillana Juan Cruz, Juan González y Amaya Lezcano; la escritora Rosa Regás y el director de programas de la Casa de América, Íñigo Ramírez de Haro), Vargas Llosa aclaró que nunca relee lo que ha publicado: "Es una situación muy incómoda: siempre ves cosas que escribirías de nuevo".

Anécdotas y trabajo

Mario Vargas Llosa anda metido de lleno en la fase de corte y corrección de su nueva novela, La fiesta del chivo, relato de la conspiración que derrocó al sanguinario dictador dominicano Trujillo y de los días que siguieron a su muerte. El autor ha buceado durante tres años en la biblioteca londinense en la que trabaja de lunes a viernes a través de diversas fuentes de documentación, y ahora, a punto de comprar casa en Madrid, tiene que reducir y reescribir el borrador previo de 700 páginas. Dice que ésta es la fase en la que más disfruta de su trabajo, y tal vez por eso la comida que celebró ayer con su mujer, Patricia, sus editores y algunos periodistas acabó siendo una exhibición de humor llena de anécdotas espléndidas, muchas alusivas a la irrefrenable vanidad que aqueja, "en cuanto publican su primera novela", a muchos escritores, consagrados y menos.

Con la misma maestría que en el papel, pero con la ventaja de que en directo imita a los personajes y gesticula, Vargas Llosa contó como ejemplo la surrealista entrega del primer Premio Rómulo Gallegos, que le concedieron a él. "Los del jurado y yo fuimos a casa de Gallegos, que entonces era ya muy viejito. Cuando salió a saludarnos, nos sorprendió mucho que estuviera tan tieso, como enfadado. Siguió así durante un rato muy largo, hasta que uno del comité hizo un aparte con él. Cuchichearon un poco, y cuando el tipo del jurado volvió nos explicó lo que le pasaba: "El viejito no entiende por qué, si lleva su nombre, no le han dado a él el premio".

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_