Belgrado impide la huida hacia Albania de miles de kosovares reunidos en la frontera
Los 18 kilómetros de caravana de deportados que el domingo estaban atascados a las puertas de Albania se han esfumado. Igual que sucediera hace 10 días. El paso fronterizo de Morina, por el que cruzan tres de cada cuatro kosovares que entran en Albania, ha vuelto a ser cerrado. Es la primera reacción aparente a la ruptura de relaciones entre Belgrado y Tirana. Desde la tarde del domingo, tan sólo un par de automóviles han logrado escapar del infierno. "No hay refugiados en la carretera de Prizren. Sólo tractores abandonados", dice Afrim Samiti, un varón procedente de la capital, Pristina.
Es uno de los 18 que lo lograron ayer. "Hemos visto mucho movimiento de tropas y posiciones de carros de combate serbios cerca de la frontera con Albania". En el segundo coche, Erdugan Thaçi confirma los hechos: "No hay nadie, sólo camiones repletos de soldados". Pero, además de la misteriosa desaparición de esta caravana, el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) informó ayer desde Macedonia de que una columna de vehículos de hasta 25 kilómetros de longitud circulaba cerca de Pristina en dirección al sur. En el lado albanés, el Ejército de este país ha comenzado a escavar cerca de alguno de los búnkeres abandonados que el régimen comunista de Enver Hoxa regó por todo el país. Ahora, después de todos estos años afeando el paisaje, esos champiñones de cemento han hallado, por fin, su utilidad bélica. A un par de kilómetros de Morina, los albaneses han levantado nidos de ametralladoras pesadas, posiciones de artillería, con cañones ligeros y piezas de mortero.
Esta tensión militar creciente en la zona de Kukes entre los dos países balcánicos preocupa sobremanera a ACNUR y a las ONG, pues aquí se encuentran concentrados más de 100.000 deportados de Kosovo. La artillería serbia, en línea recta, los tiene a tiro de obús y de mortero de gran calibre. "Ésa es la razón", afirma Jacques Franquin, portavoz de ACNUR, "por la que no queremos establecer campamentos fijos; Kukes no es seguro para ellos".
Entre las decenas de helicópteros de transporte que suben a diario ayuda humanitaria desde Tirana es fácil disinguir a los militares aliados que tienen otra función. De hecho, ayer llegaron centenares de paracaidistas estadounidenses para proteger los helicópteros Apache AH-64, que llegan hoy a Albania a bordo de los gigantes aviones de carga C-17, aunque no serán operativos hasta la próxima semana. La base final en la que se situarán estos aparatos es un misterio, pero los expertos militares estiman que lo ideal es que se sitúen cerca de la frontera.
"Morir por Albania"
"Si es necesario morir por Albania, moriremos", dice uno de los soldados albaneses vestido con un uniforme harapiento. Sostiene que no tiene miedo y habla de los Apache tocándose el bíceps como si éstos pertenecieran a su Ejército. En la carretera de Kukes a Morina, unos 20 kilómetros curvados en buen estado, ya no circulan las caravanas de refugiados. Sólo soldadesca varia que no parece capaz de ganar una guerra. El lago Drini blanco (hay otro negro) divide Morina en dos mitades. La frontera entre los dos países es un cortafuergos que desciende del monte. Sin árboles. Las posiciones serbias son visibles sin prismáticos. Ayer se escucharon disparos de obús o de mortero. "Todo esto es una situación muy extraña. No sabemos qué diablos pasa al otro lado", dice un observador de la Organización para la Seguridad y Cooperación en Europa (OSCE). La frontera está, en teoría, abierta, pero los serbios impiden por alguna razón el paso de refugiados.
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