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Tribuna
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Una Albania más grande borraría toda esperanza de paz en la región

El bombardeo de la OTAN parece haber exacerbado los problemas que pretendía paliar. Pese a los daños y la degradación que las bombas han infligido a su país, el presidente de Yugoslavia, Slobodan Milosevic, que se crece ante las turbulencias, ha consolidado su autoridad, y ahora, los serbios están más decididos que nunca a resistir el ataque exterior. ¿Ha contribuido la decisión que aprobaron todos los miembros de la OTAN a solucionar la difícil situación de Kosovo o ha garantizado en cualquier sentido la estabilidad en la región adyacente?El flujo de refugiados kosovares a Macedonia y Albania amenaza con desestabilizar estos frágiles Estados. En Macedonia está en juego el precario equilibrio entre la mayoría eslavomacedonia y la población albanomacedonia. Al mismo tiempo, Albania, una democracia en ciernes que intenta imponerse en las zonas rurales, se ve amenazada por una incursión de ghegs kosovares que podrían alterar el equilibrio entre los dos clanes de Albania, los tosks del sur y los ghegs del norte.

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Pero los bombardeos atañen realmente a Kosovo. Los albanokosovares aceptaron el acuerdo de Rambouillet porque sus líderes agarraron la oportunidad de una autonomía garantizada por Occidente. Sin embargo, las perspectivas de un estado de autonomía para Kosovo que permitiese a los albaneses prosperar dentro de Serbia e incluso adquirir una ventaja demográfica en unas cuantas décadas no eran muy prometedoras para los serbios. La aparente prioridad de Milosevic era acallar a su provincia rebelde o, en caso de que eso fracasase, dividirla y conservar para su país lo que se pudiera salvar del patrimonio serbio.

La insistencia por parte de Estados Unidos en emplear fuerzas terrestres de la OTAN para poner en práctica el acuerdo de Kosovo ofreció a Milosevic la oportunidad de eludir un pacto de autonomía que llevaría con el tiempo a la autodeterminación de toda la provincia.

La actual conflagración ha eliminado prácticamente cualquier posibilidad de convivencia entre la mayoría de la población de Kosovo y Serbia. Llegados a este punto, la OTAN debería plantearse la opción entre una guerra prolongada en tierra en la región y un alto el fuego que posiblemente permitiría una división ordenada de Kosovo y la creación de un nuevo Estado kosovar. Esta entidad podría convertirse en un fideicomiso de Naciones Unidas con dos regiones autónomas y una duración de cinco años, transcurridos los cuales podrían crear una federación de dos zonas y dos comunidades si así lo decidiesen. Los miembros de la OTAN podrían garantizar la seguridad y viabilidad de éste y proteger sus fronteras.

La perspectiva de una Albania más grande o la polémica cuestión de un cambio potencial de las fronteras internacionales se pueden evitar manteniendo las fronteras exteriores de la antigua Yugoslavia siguiendo el precedente de Eslovenia y Croacia. En otras palabras, no se debería permitir que la supuesta entidad de Kosovo se uniese a sus hermanos albaneses de la región.

Si el actual conflicto en esta región de los Balcanes desembocara en un final así, se habrá perdido toda esperanza de pacificación y desarrollo.

El escritor Thanus Veremis, presidente de la Fundación Helénica para Política Europea y Exterior, colaboró para el International Herald Tribune con este comentario.

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