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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Unidad nacionalista

LA CELEBRACIÓN a la vez conjunta y partidista del Aberri Eguna (o Día de la Patria vasca) por las fuerzas nacionalistas refleja la encrucijada en que se encuentra ahora mismo ese movimiento. Mientras no desaparezca del todo la violencia, los partidos democráticos están obligados a marcar distancias con quienes actúan todavía como brazo político de ETA; pero la tregua de ésta que permitió el acuerdo de Lizarra, prolongado luego en la formación de un Gobierno nacionalista, autoriza iniciativas conjuntas, como la Asamblea de Electos, que fue la que convocó las concentraciones unitarias de ayer al mediodía. Luego, por la tarde, cada partido matizó su discurso en celebraciones separadas.Los nacionalistas han vivido como un drama -y como un fracaso- su división. El Aberri Eguna fue unitario hasta 1966, primera vez que ETA realizaba una convocatoria propia, en Irún. Hubo dos heridos por disparos de la Guardia Civil. Tras la muerte de Franco, ya sólo en 1977, en Vitoria, bajo la nieve, volvió a haber convocatoria conjunta de todo el nacionalismo. En los años sesenta, todos los intentos de reconciliación, bajo la consigna del Frente Nacional, se produjeron en momentos de debilidad de ETA: en 1964, tras las detenciones masivas que siguieron al atentado fallido contra un tren de excombatientes franquistas; en 1967, tras la primera escisión de ETA, y en 1969, tras la desarticulación de la dirección que sería juzgada en Burgos.

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Los partidos nacionalistas vascos celebran unidos parte del Aberri Eguna

En todos estos casos era ETA la que se aproximaba al punto de vista del nacionalismo tradicional, poniendo en segundo plano su componente izquierdista. También es una constante que, en los últimos 20 años, casi todos los intentos de diálogo entre el PNV y ETA (o HB) se han producido en momentos de crisis del mundo radical, por caídas u otros motivos. Pero nunca esas conversaciones habían cristalizado en acuerdos como el de Lizarra. También en este caso, el mundo de ETA-HB parece haber abandonado toda referencia que no sea estrictamente nacionalista, pero, a cambio, el PNV ha renunciado a defender su programa autonómico, aceptando de hecho el soberanista, lo que permite la unidad nacionalista, pero rompe la democrática forjada en torno al Estatuto de Gernika.

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Los firmantes de Lizarra se han dirigido estos días a las fuerzas no nacionalistas, invitándolas a discutir su planteamiento, que consideran "abierto, no excluyente y en el que caben todas las ideas políticas". Los convocantes de los actos unitarios leyeron ayer un manifiesto titulado Somos una nación, en el que se reconoce la "pluralidad social y política" de Euskadi y en el que se admite que su objetivo sólo puede alcanzarse "mediante la libre adhesión de los ciudadanos". Ese objetivo es el de una entidad política llamada Euskal Herria que haga realidad la consigna "seis territorios, un pueblo".

El problema es que ese pluralismo se expresa en la solución autonómica, y sólo forzando la voluntad de los ciudadanos -por ejemplo, mediante el chantaje de un regreso de los atentados- podría hoy realizarse. Y que ya, en su comunicado de la tregua, ETA interpretaba Lizarra como un acuerdo para la exclusión de los no nacionalistas, llamando al PNV a romper todo pacto con ellos. Y los encapuchados de Jarrai lo aplican a rajatabla. De ahí que por la tarde los nacionalistas no violentos reafirmasen su fe. Pero por separado.

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