'Yoyes' y 'Pertur'
El ministro del Interior se ha mostrado partidario de incluir a Pertur y Yoyes entre las víctimas del terrorismo a efectos legales. Desde la asociación de víctimas del terrorismo se ha dejado constancia de la desazón que les provoca que se otorguen beneficios a quienes militaron en ETA. Se entiende la sensibilidad de las víctimas y de sus familiares, pero, sin embargo, me parece llena de sentido la propuesta asumida por Mayor Oreja.Se juntan aquí muchos factores: lo legal, lo real y lo simbólico. Lo legal otorga unos derechos, en el caso de Yoyes en parte ya reconocidos, y exige unos requisitos sobre los que no voy a entrar. Lo real remite a los hechos. Y lo simbólico tiene que ver con el pasado, pero sobre todo con el presente y el futuro. Si la paz tiene que ser algo más que el fin de la violencia, si la paz tiene que significar que un día todos puedan saludarse y mirarse a la cara, incluir a Pertur y Yoyes incide en la buena dirección. Entre otras cosas, porque ellos fueron de los primeros que hicieron gestos decididos para reconstruir la convivencia democrática. Gestos nada irrelevantes: les costaron la vida. Lo real, porque Pertur y Yoyes fueron víctimas de ETA. No sólo por la identidad de sus asesinos (aunque en el caso de Pertur no esté legalmente probada), sino porque su muerte fue consecuencia de una decisión tomada conforme a los principios estratégicos de ETA.
Pertur fue asesinado por querer hacer, acabada la dictadura, es decir, en el momento justo, lo que ahora se está intentando con 25 años de retraso. Un retraso que ha dejado una trágica lista de víctimas por el camino. Es cierto, como ha contado Kepa Aulestia, que cuando se comete el primer asesinato se entra en una lógica de difícil control y racionalización en que en muchos momentos la propia violencia opera como un superego que dicta la estrategia. Es cierto que los 25 años en que ETA ha prolongado su actividad ya en democracia tienen sus raíces directas en la ETA del periodo franquista. Pero es cierto también que muchos de los históricos se fueron a casa cuando llegó la democracia. Y que han tenido una plena integración en la vida democrática.
A mí siempre me será dificil condenar la ETA del periodo franquista. No sólo por haberla apoyado entonces, sino porque la resistencia a una dictadura no es lo mismo que la violencia contra la democracia. Pertur es de los que creía en esta distinción. Y ejerció su poder, que lo tenía, dentro de la organización para que aquello acabara. Murió en el intento, porque ETA temió su capacidad de arrastre. Sus compañeros de los poli-milis siguieron su criterio y se disolvieron en una negociación ejemplar con el Gobierno de UCD. Pertur es, por tanto, un símbolo de lo que debía haber sido y no fue: el final de la violencia al acabar la dictadura. Las víctimas del terrorismo serían muchísimas menos si sus opciones hubiesen tenido éxito.
El asesinato de Yoyes tiene también una enorme importancia simbólica. Yoyes significaba algo insoportable para ETA: la militante que decidía por su cuenta y riesgo abandonar la organización. ETA dio un argumento irrisorio: Yoyes, dijeron por aquellas fechas, se había traicionado a sí misma. Es decir, Yoyes no era dueña de su identidad, su identidad correspondía a la organización terrorista. En la medida en que decidía dejar la militancia, ya no era ella, porque el que entraba en religión era moldeado a imagen y semejanza de la ideología. María Dolores González Catarain había dejado de existir el día que había entrado en órdenes y se había convertido en Yoyes. El razonamiento es una fulminante expresión de la mentalidad totalitaria. Por eso la muerte de Yoyes fue un test del grado de delirio en el que había entrado ETA. Asesinando a Yoyes dejaban claro que habían sustituido definitivamente la realidad por la ideología. No quedaban dudas de que la violencia se había convertido en la segunda naturaleza de la organización. En ella lo político era directamente militar.
Reconocer a Eduardo Moreno Bergareche y María Dolores González Catarain, es decir, a Pertur y Yoyes, porque no se trata de maquillar su identidad, su condición de víctimas es apostar por un proceso de paz que sea algo más que el estricto fin de la violencia. La vida es un valor fundamental. Pero lo es en la medida en que es portadora de valores sustantivos: la libertad y la civilidad.
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