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Tribuna
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Odios y amores literarios

Hay escritores que no sabe uno cómo sobreviven en la memoria literaria. Es, por ejemplo, el caso de Galdós, a quien desde Valle-Inclán le han salido odiadores sin límites, e ilustres odiadores. Cuando uno ve que las editoriales siguen publicando sus obras, le dan ganas de pensar que a lo mejor las editan porque se venden. Es también el caso de Baroja, a quien le han dicho de todo, desde fascista hasta impío y francmasón, además de pésimo narrador. Pues, a pesar de todo, se le lee, lo leemos y algunos hasta lo consideramos. Es asimismo el caso de Azorín, a quien se le ha dicho de todo y ha tenido que venir Mario Vargas Llosa para recordarnos que es un excelente escritor. Es, en fin, el caso de los barrocos españoles después de la hostilidad a muerte que les profesó Jorge Luis Borges, y que siguen interesando, y así las ediciones de Góngora se suceden, y lo mismo ocurre con Calderón, cuyo teatro incluso se representa y con éxito. Y es increíble que Lorca haya sobrevivido no sólo a su centenario, sino a esos perseguidores que lo parodian con cuatro invocaciones a la luna y al color verde y dicen que no, que tantas metáforas no pueden ser. Como lo es que Juan Ramón Jiménez se haya hecho acreedor al general respeto no sólo como poeta, que también lo llegó a perder, sino como ciudadano responsable después de años de tenerlo por señorito carca, a quien le daba por la belleza y no por los problemas del suburbio.Uno cada vez entiende menos esto de los odios hacia figuras que cuentan siquiera con una obra respetable. Los verdaderos enemigos de la literatura son los escribidores de espadachines y de corazones, los que sólo piensan en cuánto van a vender, los que utilizan las palabras como rameras -con perdón- a las que exprimen para satisfacerse. Ésos son los auténticos enemigos de la literatura: ésos y sus promotores, que están dispuestos a concederles entidad literaria. Pues escritores de best sellers hay que no engañan a nadie; son lo que son y solamente lo que son y carecen de más altas pretensiones. Merecen todos los respetos, porque aunque a uno le gustaría que todos leyeran a Kafka o a Proust, uno sabe que desde que la cultura es la cultura han existido dos públicos y eso no se va a terminar de la noche a la mañana. Creo que es mejor para la literatura el lector que se divierte con Ken Follet, por ejemplo, que el bárbaro que tiene bastante con las clasificaciones de la Liga, porque el primero a lo mejor algún día hasta cambia de registro, mientras que el segundo es un verdadero irrecuperable. Atacar a los genuinos escritores, aunque sean discutibles -otra cosa es valorarlos más o menos-, es una operación tan lamentable como inútil. Ahora, después de años de bromitas y de manipulaciones, empieza a extenderse de nuevo la opinión de que Antonio Machado es un gran poeta, uno de los grandes líricos europeos del siglo, no un mero hombre de izquierda y ariete cultural de la lucha contra el franquismo. "Antonio, el hermano de Manuel", decía, y mucha gente se reía celebrando la gracia, el excéntrico, aunque genial escritor que era Jorge Luis Borges, especialista en esta clase de filias y de fobias, que lo llevaban a exaltar a figuras menores para no tener que ocuparse de las grandes. La de cosas que se han dicho contra Machado después de haberse dicho otras de signo contrario, desmesuradamente, a su favor.

Pedir un poco de sensatez no es mala petición. Dejar que el ámbito de la literatura sea un ámbito del espíritu y no de la guerra sin cuartel; de la guerrilla, habría que decir mejor. Los tiempos ya no vienen para querellas, sino para defender el patrimonio literario y la creación poética, que están amenazados, no sé si mucho o poco, pero amenazados. Por determinados inventos técnicos y, sobre todo, por quienes se valen de la literatura para prostituirla, que actúan a modo de nuevos caballos de Troya y son, sin duda, los grandes enemigos.

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