El género epiceno
Me cuesta discrepar de Juan Luis Cebrián, primer y no olvidado director de este periódico; de Álex Grijelmo, tan experto a la hora de hablar con estilo; de Camilo Valdecantos, puesto por EL PAÍS para defender a sus lectores de gente como yo, y -llegado el caso- espero que también a mí de algún lector que quisiera tomarse la justicia poética por su mano. Pero discrepo.Anteayer, Valdecantos dedicaba su elocuente página dominical a dar la razón al lector Joaquín Moya frente a Cristina Alberdi, que había publicado en estas páginas un artículo utilizando repetidamente la expresión "violencia de género" para referirse a la que los hombres y todas las instancias sospechosas de sexismo ejercen sobre la mujer.
Para mí esta claro que Moya, Grijelmo y Valdecantos tienen la razón de su parte, considerando no sólo la fealdad intrínseca de dicha expresión, sino el simplón razonamiento que la diputada del PSOE argüía a solicitud del Defensor del Lector: el uso de la palabra género fue pactada por la ONU en 1995 "con el objetivo de tener una denominación común a nivel mundial que identificara la distinta posición de hombres y mujeres históricamente". Para añadir Alberdi, en un colofón del peor y más lastimero estilo de la cultura de la queja, que negar esa utilización era otro ejemplo de ignorancia y desinterés masculinos en algo que afecta a las mujeres y está asumido por ellas.
Sabemos que el habla es más veloz que los diccionarios, y que el inglés, según dice Cebrián llamado a consulta por nuestro mutuo Defensor, es una lingua franca deseosa de penetrar en nuestros usos verbales. ¿El inglés sólo? ¿No estaremos en el inicio de un tiempo que establecerá como norma las contaminaciones -también lingüísticas- impuestas por la presión real de unas figuras sociales y sexuales antes inexistentes o muy tenues? Cuando yo vivía en Inglaterra a mitad de los setenta a los estudiantes ingleses se les enseñaba, como curiosas palabras intraducibles de nuestra lengua, "siesta", "patio" o "simpático", ahora habituales en un inglés americanizado cada día más infiltrado de términos hispanos. Hace ya mucho tiempo que dejó de ser pedante no molestarse en traducir cul-de-sac del francés, no man"s land del inglés o loggia del italiano, por no hablar de palabras mayores como in situ o ad hoc. Pero ¿quién nos iba a decir hace 10 años que hoy utilizaríamos a diario las remotas palabras árabes fatwa y ayatola? La torre de Babel tiene más pisos de lo que se creía.
Claro que lo de género en el "sentido Alberdi" (bendecido por la ONU) es otra cosa, ya que en este caso no se dice tal cual gender, sino que se traduce en una literalidad sin duda anómala y chirriante. Géneros los ha habido siempre, y no sólo de los perecederos que se dejaban dentro de la cámara frigorífica del colmado, por el calor. Me he pasado la vida viendo películas de género (el western o el oeste, como usted prefiera, era mi favorito), no me gusta llevar géneros de punto, y mi afición al género lírico es tanta que no desdeño ni el género chico.
Lo que sucede con gender es lo que hace años pasó con gay, palabra ya acoplada sin cursiva en todos los libros de estilo. La pujante industria académica de los gender studies y la queer theory que desde los campus (¿o debería decir "campos universitarios"?) de Estados Unidos va llegando poco a poco a todos los rincones del mundo no sólo reclama un papel en las enseñanzas universitarias, sino una voz en la realidad que antes silenciaba estas dimensiones diferentes. ¿Qué opinaría nuestro valedor Valdecantos de la traducción que yo mismo di en una columna de queer theory como "teoría marica", o la que propone en su reciente libro Ricardo Llamas, "teoría torcida"? Queer fue "raro" en inglés toda la vida, pero ahora, desde que los homosexuales adoptaron para sí mismos el término despectivo que los designaba en el argot, la palabra ya no puede utilizarse en el lenguaje cotidiano sin que se le vea un plumero sexual.
Por eso estoy seguro de que, guste o no guste, y aunque lo razonable fuera negarse a admitir estos barbarismos, los nuevos bárbaros, al contrario que en el poema de Cavafis, llegarán, y no pasará mucho tiempo antes de que este periódico use el género como Alberdi y la ONU lo quieren. Quizá al principio -y sería la solución de compromiso- poniéndolo entre comillas.
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