Desde el techo
LA ECONOMÍA española ha cerrado el año 1998 con una tasa de crecimiento del 3,8%, una cifra que que debe ser recibida con satisfacción y, al mismo tiempo, con ciertas dosis de moderada preocupación para el futuro. La satisfacción se deriva de que es probablemente el índice más alto de los países de la UE y, por otra parte, de que un crecimiento tan elevado suele generar puestos de trabajo. No es de extrañar que el año pasado se crearan casi 430.000 empleos. La confianza empresarial sigue subiendo y los efectos beneficiosos del alto crecimiento también se han dejado notar en otros ámbitos sensibles, como el de las cuentas públicas. Al elevado dinamismo económico cabe atribuir también, por la vía del aumento de los ingresos públicos, parte de la excelente evolución del déficit, que cerró el año con el 1,8% del PIB y que es uno de los éxitos importantes de este Gobierno.Pero también hay que contar con un relativo vértigo ante 1999, porque puede convertirse en un ejercicio económico de transición desde la evidencia de que el 3,8% puede ser el crecimiento más elevado de este ciclo. Varias razones avalan esta inquietud. En el cuarto trimestre de 1998, como han subrayado todos los analistas, el comercio exterior español se ha visto afectado por la crisis asiática y su posterior secuela en América. Por esta razón, las proyecciones de crecimiento para este año, incluyendo las del propio Gobierno, ya apuestan por cifras más bajas. La caída del comercio exterior también tiene consecuencias en el interior. Porque un crecimiento basado en la inversión y el consumo tiene más riesgos inflacionistas que otro sostenido en las ventas exteriores. Un impacto añadido es que las mercancías españolas pueden perder cuotas de mercado en Europa y América Latina si no se revitaliza la capacidad de compra de ambas zonas. Las estimaciones de enero y febrero son pesimistas sobre esa recuperación.
Sería injusto extender temores catastrofistas sobre el presente ejercicio. Será probablemente parecido al de 1998, pero el crecimiento económico ya no será tan fluido, la inflación se resistirá un poco más a bajar y la generación de puestos de trabajo no será tan brillante. La incógnita política que debe despejarse ahora es cómo desarrollará el Gobierno sus reformas estructurales -si llega a hacerlo- para prevenir un empeoramiento prolongado de la economía internacional; que es una posibilidad hoy no demasiado definida, pero nada desdeñable.
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