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Abre el buzón

Vicente Molina Foix

¿Conoce usted intriga más emocionante -fuera del amor que empieza o de un viaje a la hermosa ciudad desconocida- que abrir el buzón de las cartas? La realidad suele mostrar su cara laborable: tu ser amado no ha escrito hoy, el banco comunica un balance cercano al número rojo y hay dos telepizzas nuevas en el barrio. De repente, un miércoles como otro cualquiera, abres la portezuela del depósito (la mía va de abajo hacia arriba, lo que hace el misterio más solapado) y te encuentras la fiesta postal. Un envío que no has solicitado y puede hacer las veces -si no te ama nadie ni tienes ocasión de estar en Siena- de la felicidad.Pero no mitifiquemos. El correo espontáneo, ese hijo no deseado en tantos hogares, está creciendo de tal forma que hay días que abonan la sospecha de una gestación masiva en laboratorio, muy posiblemente sin llegar a producirse contacto físico entre la mano que da (a la tecla, normalmente) y el papel que recibe. Yo no me refiero a tales especies bastardas, entre las que descuellan los ofrecimientos de un seguro de vida para el más allá de tus allegados y la obtención gratuita, si acudes esa misma tarde a la dirección señalada arriba, de un reloj de pulsera para ti, una vajilla completa para tu señora. Hablo de ciertas publicaciones gratuitas que periódicamente unos benditos te envían pensando en tu placer o en tus necesidades.

A usted, lector, lectora, si se dedica, pongo por caso, a la medicina, seguro que le llegan saludables revistas médicas difíciles de conseguir por otros medios. Mi buzón suele acoger impresos asociados con la literatura, pero hay dos que me alegran el día de su llegada. Uno se llama The Stranded aunque está en español, y lo edita modesta y límpiamente la Sociedad de Mendigos Aficionados, con una apartada sede postal madrileña. Me lo mandaron por vez primera, si no me equivoco, al mencionar yo en una novela a Sherlock Holmes, personaje, como se puede adivinar, en torno al cual gira esta estupenda publicación que, sin usar la palabra en su cabecera, es un ejemplo de la cultura agazapada con tanta libertad como entusiasmo en un buen número de fanzines. El segundo tipo no tiene un nombre específico, pues se trata de los boletines que algunas librerías de viejo publican regularmente dando a conocer los renovados tesoros de su catálogo. En este caso, sin embargo, la alegría de encontrar el libro que llevas años buscando puede quedar rebajada al comprobar que su obtención le resultará todo lo contrario de gratuita.

Últimamente, los periódicos gratuitos se encuentran más que en el buzón en la calle, como dice el saber popular que yo te encontré a ti (y tú, lector, a mí). La cosa está llegando a ser un fenómeno de la sociedad, razón por la cual la prensa de pago empieza a ocuparse de ellos, haciéndoles, supongo, de paso, propaganda gratis. El sector donde la proliferación resulta llamativa es el gay, y en eso, como en otras cosas, seguimos el modelo inglés y norteamericano. La pionera en España fue Shangay Express, que ha cumplido cinco años con buena salud, pero ahora hay bastantes más, y alguna tan hermosamente diseñada como la barcelonesa Punto II, que sólo lleva tres números. Alfonso Llopart, director de Shangay, decía con gracia en unas declaraciones que su revista pretende "demostrar que los gay somos tan vulgares o tan especiales como cualquiera", mientras que los responsables de Punto II afirman querer "una revista de ocio, actualidad y tendencias capaz de atraer a un amplio grupo de gente afín: amigos y curiosos, heterosexuales tolerantes". No queremos permanecer en el gueto, dicen.

Ambas pretensiones poseen su lógica, tan simple y trascendental como es el deseo de ser aceptado, aun en tu vulgaridad de ser diferente, por los demás sin tener que pasar ninguna vergüenza. Una revista gay que empezó gratuita, Zero, ahora sale a la venta en los quioscos, y la gente no disimula al comprarla. En cuanto a las que se reparten, las firmas comerciales, claro está, las sostienen con sus anuncios. Así se cuela la publicidad en nuestras casas esquivando el escrutinio del buzón. No hay más remedio. Y es que el respeto ajeno y la tolerancia aún no se dan gratis, ni siquiera por carta.

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