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Tribuna
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Dos esperanzas y una sorpresa

La sopresa vino de Estados Unidos. Terrence Malick, un tipo raro e ingobernable que, después de dos décadas de encerrona voluntaria, salió de su casa, rodó su tercera película, La delgada línea roja, y allá por donde pasa deja boquiabiertos a quienes entienden un poco de esto, de cine, asunto más complejo de lo que parece, pero del que todos opinan sobre su cáscara y escasos son los que se molestan en conocer sus tripas. El Oso de Oro debería hacer meditar, si pueden, a quienes en la salida en manada de una proyección en Madrid para gente de los medios de comunicación se les escapó un temerario susurro, contundente aunque confidencial, sobre la "castaña" que acababan de soportar, porque esta castaña, además de suponer el retorno de uno de los cineastas más sabios, profundos y refinados que existen, se va a convertir en una película esencial para la última década del siglo del cine.La esperanza vino de España y de Dinamarca. La película española se titula Solas y, una vez vista, nadie entiende aquí, y no deja de proclamarlo, por qué demonios no concursaba, mientras lo hacían Entre las piernas y La niña de tus ojos, que son incalculablemente más ricas en cuanto producción, pero mucho más pobres en cuanto creación de cine. La peliculilla andaluza dirigida por Benito Zambrano y vivificada por María Galiana, Ana Fernández y media docena de casi desconocidos intérpretes, a tenor de lo que da a entender la lista de premios oficial, habría arrancado un premio de haber concursado, pues su belleza y su llaneza la convierten en cine para todos, incluidos los que gozan de estrecheces en la masa encefálica y premian por su "acabamiento" la película de Cronenberg mientras no saben ver la de Tavernier. Por suerte, Solas no se fue de vacío, y se metió el Premio del Público en el bolsillo, el de Arte y Ensayo y una mención en el Ecuménico.

La otra esperanza viene de la inteligente picaresca del grupo llamado Dogma, inventado en 1995 por el danés Lars von Trier, a quien toman por tonto a causa de su película Idiotas, y en realidad demuestra, tanto en esa admirable y desconcertante obra como en la operación Dogma que capitanea, ser un auténtico zorro, un animal hecho de pura astucia, que organiza un tinglado artesanal capaz de fabricar una película con cuatro euros y apañarse para colocarla, de la noche a la mañana, en 400 pantallas. La expectación que creó en Berlín la tercera película de Dogma, Mifune, lo dice todo. Por ejemplo, que esa expectación se hizo esperanza nada más proyectarse la formidable obra y destapar la grandísima calidad del trabajo de Kragh-Jacobsen y sus intérpretes. Aquí Dogma se llevó ayer el segundo premio, y se rumorea que por muy poco no se ha ido a Dinamarca con el Oso de Oro en la maleta. Nadie habría objetado nada, porque Mifune es una película magnífica y cierra el triángulo de oro de esta Berlinale, que tiene en los otros dos vértices a La delgada línea roja y Ça commence aujourd'hui. Cine que da sabor de cosa realista al traslado -el año que viene cumplirá su 50º cumpleaños- de la vieja Berlinale a los casi irreales edificios futuristas de la Postdamer Platz.

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