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Guinjoan y el optimismo

El compositor Joan Guinjoan (Riudoms, Tarragona, 1931) recibe esta tarde, en el Ayuntamiento de Barcelona, el premio de la música Ciudad de Barcelona 1998, "por el estreno de su segunda sinfonía, como punto culminante de una carrera artística ejemplar". La sinfonía lleva el sobretítulo Ciudad de Tarragona y se estrenó el último diciembre en el Palau por la OBC. Guinjoan estará acompañado hoy por Tàpies, Oriol Bohigas y otros galardonados en diferentes esferas de la creación artística. De cada uno de ellos se emitirá un vídeo de corta duración, preparado para la ocasión. Guinjoan ha querido testimonialmente que la grabación del suyo se realizase en el parque Güell, recordando de paso su ópera Gaudí, aún no estrenada, aunque el Liceo tiene intención de incorporarla a su próxima programación.Guinjoan está componiendo ahora una fanfarria para la jornada de inauguración del nuevo Auditorio de Barcelona, el 22 de marzo. Serán los primeros sonidos que acoja oficialmente el controvertido edificio. Los homenajes y las distinciones a Guinjoan se suceden, y aún está fresca la exposición (con fotografías, partituras y algunos objetos entrañables, como pipas y su primer acordeón) y el ciclo de conciertos que le dedicó el Festival de Música Contemporánea de Barcelona a finales del mes de noviembre. Es natural este flujo de reconocimientos. Guinjoan representa una manera de hacer música universal entroncada en las raíces, y su estilo de comportamiento (sencillo, vitalista, dialogador, campechano y con un sutilísimo sentido del humor) le granjea enormes corrientes de simpatía.

Al hilo de Guinjoan he comentado de pasada dos hechos muy significativos que requieren párrafo aparte y una cierta contextualización. Me refiero a la inauguración del Auditorio de Barcelona y a la existencia de la ópera Gaudí. El paisaje de los edificios musicales ha variado ostensiblemente en nuestro país en las dos últimas décadas. Es una transformación que no cesa y, así, la próxima semana se incorpora a la red de auditorios el Euskalduna de Bilbao, y antes del verano está previsto que funcionen los moneos de Barcelona y San Sebastián. La lista, en cualquier caso, no se cierra y tiene en el calatrava de Santa Cruz de Tenerife uno de sus desafíos más excitantes.

Un edificio musical transforma, o puede transformar, de inmediato la proyección cultural de una ciudad. Ciñéndonos al de Bilbao por razones de actualidad (quedan sólo ocho días para su apertura), su ubicación frente al Guggenheim supone ya un primer diálogo arquitectónico-urbanístico o, si se quiere, una apuesta simbólica. Al margen del protagonismo que dentro de sus actividades adquieran los congresos, el Euskalduna puede catapultar a instituciones como la Sinfónica de Bilbao o la centenaria Sociedad Coral de Bilbao, y no digamos las temporadas de ópera de la ABAO. Bilbao es una de las ciudades con mayor tradición y cultura vocal del país, y se va a enfrentar ahora al reto de las dimensiones teatral y musical de los espectáculos, relegadas tradicionalmente a un segundo o tercer plano en el poco acogedor Coliseo Albia. La villa del Nervión tiene además un festival de música del siglo XX, un concurso vocal de entidad, la variada programación del recoleto teatro Arriaga y especialmente una centenaria Sociedad Filarmónica, admiración de los aficionados de música de cámara de toda Europa. El Euskalduna, en este contexto, tiene la posibilidad de dar un impulso de hierro a la inquieta Bilbao.

Si los nuevos edificios contribuyen a una expansión de la música, las nuevas óperas son una muestra de la normalización de los procesos creativos, siendo, como es, la música escénica la más compleja de las manifestaciones soportadas por el arte de los sonidos. Cristóbal Halffter y Luis de Pablo, desde el Teatro Real de Madrid, y José Luis Turina y Joan Guinjoan, desde el Liceo de Barcelona, van a ser protagonistas de un más que probable florecimiento de la ópera española, al poder mostrar sus nuevos trabajos en grandes teatros, en igualdad de condiciones con los títulos tradicionales. Sean cuales sean los resultados artísticos, el proceso en sí es culturalmente de enorme importancia. Como lo es que otro compositor español, Mauricio Sotelo, sea uno de los tres invitados por la prestigiosa Bienal de Múnich (con Babette Koblenz y Vladímir Tarnopolski) para estrenar el 19 de abril su primera ópera, De amore, con libreto y dirección escénica de Peter Mussbach. El teatro de la Zarzuela ha estado atento a la jugada y ofrecerá la ópera de Sotelo en septiembre en Madrid, como preámbulo a una gira por Amberes, Utrecht, Amsterdam y otras ciudades europeas.

Guinjoan es repetidamente premiado; nuevos edificios se incorporan a la actividad musical; la ópera española se prepara para renacer. Son noticias que invitan a un moderado optimismo.

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