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Rusia traza la "línea roja"

Nueva advertencia de Moscú contra cualquier intento de la OTAN de monopolizar la seguridad mundial.

Pilar Bonet

La OTAN y Rusia no han superado su desconfianza mutua. El Acta que regula sus relaciones no es suficiente. Los límites de la cooperación entre la organización militar más poderosa del mundo y la superpotencia nuclear venida a menos se evidencian en vísperas de la cumbre que la Alianza celebrará en abril para aprobar su nueva concepción estratégica.Moscú se opone al inminente ingreso de tres nuevos países, todos ellos ex miembros del Pacto de Varsovia (Polonia, República Checa y Hungría), en la OTAN, pero no puede evitarlo. El pasado fin de semana, Rusia aprovechó la 35 Conferencia sobre la Política de Seguridad en Múnich para recordar su postura a unos interlocutores europeos y estadounidenses que divergen entre sí sobre cómo afrontar la seguridad en el próximo siglo.

El viceministro de Exteriores ruso, Yevgueni Gusárov, habló de una "línea roja" que la OTAN no debe traspasar y calificó de "inadmisible" el ingreso de las ex repúblicas soviéticas en la Alianza Atlántica. "Todos los proyectos existentes para extender las estructuras atlánticas al Este llevan inevitablemente a la aparición de nuevas líneas divisorias", advertía Gusárov.

Las incógnitas sobre el futuro de Rusia convierten a este país en sujeto y objeto a la vez de los debates sobre seguridad occidental. "Hoy una amenaza procedente de Rusia se debe más bien al proceso de desintegración que a un renovado expansionismo", dijo el ministro de Exteriores alemán, Joschka Fischer, en Múnich. Rusia ha puesto condiciones para aceptar la invitación a la cumbre de la OTAN en Washington. Moscú quiere que la Alianza abandone la idea de convertirse en la organización de seguridad dominante en una nueva zona de "asociación eu-roatlántica", y que se comprometa a no emplear la fuerza en ella sin la autorización del Consejo de Seguridad de la ONU.

Además, Moscú quiere que se avance en la adaptación del Tratado de Fuerzas Convencionales en Europa (FCE) a los intereses rusos para garantizar que el documento no se revisará cuando ingresen los nuevos miembros de la OTAN. El Tratado FCE, suscrito cuando la URSS todavía existía, está hoy desfasado. Sin embargo, Moscú y los aliados occidentales discrepan aún sobre la concentración de tropas y el asentamiento temporal de fuerzas de la Alianza en Europa Central y Oriental.

Ucrania, que se está moldeando su propio espacio en la geopolítica centroeuropea, rechaza de plano esa "línea roja" que quiere imponer Moscú. Si Rusia no quiere ir a Washington, tanto peor para ella. El ministro de Exteriores de Kiev, Borís Tarasiuk, anunció en Múnich que el presidente ucranio Leonid Kuchma sí estará en la cumbre de la OTAN y evaluará el resultado de su cooperación con ella. En contraste con Gusárov, Tarasiuk, que se manifestó como un ferviente atlantista, enumeró las iniciativas en las que participa su país, desde propuestas pacificadoras en la conflictiva región fronteriza de Transdniester conjuntamente con Rusia, a la búsqueda de soluciones para los conflictos de Abjasia y Nagorno Karabaj, pasando por el Grupo de Países del Mar Negro y una colaboración triangular con Polonia y Estados Unidos.

En Kósovo la cooperación entre Rusia y la OTAN choca con límites que afectan a su relación en general. Rusia no quiere utilizar la fuerza como argumento de persuasión para lograr un acuerdo de paz entre serbios y albaneses, aunque está dispuesta a participar en una misión de mantenimiento de acuerdos siguiendo el modelo de Bosnia. Detrás de la actitud rusa está el miedo a que legitimando intervenciones de la OTAN fuera de su zona esté dando luz verde a futuras acciones en zonas de tensión, en Rusia o en territorios muy cercanos (al otro lado de la "línea roja") para defender intereses estratégicos de EEUU, como el petróleo del Caspio. La sensibilidad rusa ante el cruce de las líneas invisibles de su espacio de seguridad es enorme. Gusárov ha llegado a advertir a la OSCE (Organización para la Seguridad y Cooperación en Europa) que no debe "especializarse exclusivamente, o casi exclusivamente en temas del espacio postsoviético y postyugoslavo".

Norteamericanos y europeos pueden ir por caminos diferentes, si se comparan las ideas sobre seguridad que expusieron en Múnich el secretario de Defensa estadounidense, William Cohen, y su colega alemán, Fischer. Este último dijo que una "sobrecarga" de tareas debilitaría a la OTAN y supondría "una pérdida de seguridad en lugar de una ganancia". El ministro alemán insistió en que, en vista de la nueva situación estratégica y los nuevos desafíos, se debe discutir "de forma abierta y sin prejuicios" el papel actual y la importancia futura de algunos aspectos "después" de la cumbre de Washington. En este encuentro, los aliados deben aprovechar para impulsar el desarme nuclear y convencional y preguntarse "de forma autocrítica", según Fischer, "si las concepciones que se han desarrollado hasta ahora son una base duradera capaz de sostener la relación euroatlántica".

Cohen es menos abstracto y cree que la visión práctica común que la OTAN necesita se refiere tanto a "nuevos conceptos de combate", como a "nuevos armamentos". El presidente Clinton ha solicitado al Congreso de EEUU 112.000 millones de dólares más (unos 16 billones de pesetas) para los próximos seis años, es decir el "mayor incremento sostenido en los gastos de Defensa en 15 años". "Nuestro presupuesto no solo refleja el mundo como es, sino como puede llegar a ser", señalaba Cohen.

Estados Unidos "continua financiando el desarrollo e instalación de defensas aéreas y contra misiles destinadas a proteger a las fuerzas norteamericanas desplegadas en el exterior, así como a nuestros amigos y aliados. Los presupuestos de Defensa no pueden reducirse más", advirtió Cohen a los europeos. En opinión de Gernot Erler, experto en Defensa de los socialdemócratas alemanes, el mensaje norteamericano dificulta el esfuerzo para lograr la no proliferación nuclear.

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Sobre la firma

Pilar Bonet
Es periodista y analista. Durante 34 años fue corresponsal de EL PAÍS en la URSS, Rusia y espacio postsoviético.

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