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Bienvenida, alegría

Hace años, un prestigioso jurista publicó en este periódico un artículo que con el título Bonjour tristesse se refería a las reglas sobre limitación del déficit presupuestario contenidas en el Tratado de Maastricht y en el Pacto de Estabilidad. Sin ponerlas en tela de juicio, señalaba que ese horizonte de perpetua austeridad presupuestaria impedía contemplar con ilusión la incorporación de España a la Unión Económica y Monetaria. ¡Qué triste vida nos esperaba! Aquella opinión de una prestigiosa figura del mundo del Derecho era en realidad representativa de cuantos todavía hoy contemplan con escepticismo -cuando no aversión- esa supuesta "cantinela" de que el saneamiento de las finanzas públicas, si se administra con tino, favorece a medio plazo el crecimiento económico. Aunque podrían citarse otros casos en Europa -incluido, sin duda, el de España- la evolución económica reciente de Estados Unidos ilustra con especial nitidez lo certero de la supuesta "cantinela". Recordemos que en el otoño de 1992, cuando todavía era candidato a la presidencia, Bill Clinton propugnaba un ambicioso programa de aumento del gasto público para salir de la recesión que -se decía- atenazaba la economía americana (la llamada, no sin cierta malevolencia, "recesión Bush"). Tras ganar las elecciones, el nuevo presidente se fue persuadiendo de que era preferible poner sordina a ese inmediato deseo de elevar el gasto público -emparentado conceptualmente con el descabellado "giro social" que los sindicatos españoles propugnaban por entonces- y fiar la recuperación económica al progresivo descenso de los tipos de interés, previsible recompensa de tal comedimiento presupuestario. Reconozcamos que al robustecimiento de esa convicción ayudó la presión moral tanto de la Reserva Federal como del partido republicano, que durante años propugnó una enmienda constitucional que exigiera el equilibrio presupuestario (idea que, aun equivocada, obligó políticamente al presidente americano a extremar el rigor presupuestario).

Haciendo abstracción de lo mucho acaecido desde aquella lejana fecha, los últimos datos de Estados Unidos confirman el acierto de aquella temprana orientación presupuestaria de la Administración Clinton. En poco tiempo, puso en marcha un "círculo virtuoso" de contención del déficit-reducción de los tipos de interés-mejora de la confianza que ha venido impulsando el crecimiento económico y la mejora del empleo (¡el círculo ha sido acaso demasiado virtuoso en lo que atañe a la Bolsa!). Así, la semana pasada supimos que la economía americana creció en 1998 un 3,9%, colofón de un trienio cuyo crecimiento superó el 3,5%. Aun admitiendo las limitaciones de la tasa de desempleo americana como indicador de bienestar, lo cierto es que esa tasa se encuentra en el 4,3%, nivel mínimo desde la crisis del petróleo de 1973. El presupuesto público, que el pasado septiembre cerró 1998 con un abultado superávit, arrojará otro mayor -próximo a los 80.000 millones de dólares- el año en curso. Y el proyecto de presupuesto que la Administración Clinton acaba de presentar al Congreso prevé para el emblemático año 2000 un desahogo todavía mayor.

Estados Unidos debate ahora cómo administrar la bonanza. El presidente, con elogiable criterio, quiere reservar una parte sustancial de tales excedentes a afianzar el sistema de pensiones públicas. Lo aconseja tanto la fragilidad de ese sistema a medio plazo como la coyuntura económica a corto plazo, poco necesitada de estímulos presupuestarios. La mayoría republicana, esclava de esa obsesión que Jorge Sevilla ha llamado "la rebelión de los ricos", aspira primordialmente a rebajar los impuestos. Cualquier que sea el resultado final del pulso, ese debate sobre cómo administrar la abundancia debiera servir de esperanza a aquellos países que, con Brasil a la cabeza, se debaten hoy en el círculo vicioso del desequilibrio presupuestario y los altos tipos de interés. Manuel.Conthe@skynet.be

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