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¡A gastar, a gastar!

Andrés Ortega

La economía de Estados Unidos va viento en popa. El 3,9% de crecimiento del PIB el año pasado -aunque según previsiones oficiosas esta tasa pueda reducirse a la mitad en 1999- es más que suficiente para alimentar la arrogancia con que los responsables estadounidenses han presentado sus éxitos en el Foro Económico Mundial de Davos (Suiza). Sin embargo, lo que actualmente más alimenta esta máquina es una fiebre consumista sin precedentes en Estados Unidos. Hay razones, objetivas o subjetivas, para tal afán de gasto: la inflación y los tipos de interés han bajado, junto al paro, y los ingresos reales de las personas han crecido en los últimos dos años. Y mientras siga subiendo la bolsa en Wall Street, los ciudadanos, por sus inversiones directas o a través de sus fondos de inversiones o pensiones tienen la sensación de ser más ricos, pese a que vivan endeudados y a que EE UU tenga una tasa de ahorro negativa (- 0,5%), lo que no había conocido desde 1933, y un creciente déficit comercial. El vicepresidente Gore ha sido muy claro en Davos: "No podemos ser los consumidores en última instancia". ¿Y por qué no? Pues de que sigan siéndolo depende que la economía mundial no se derrumbe aún más. Especialmente cuando la caída que se ha producido en los precios de las materias primas equivale, en opinión de un economista, a una "gigantesca reducción" de impuestos para los ciudadanos de EE UU, que nunca han pagado menos, por ejemplo, por sus alimentos. Pero, ¡ay! esta caída de precios ha afectado aún más a economías maltrechas como la rusa, la surafricana, las de América Latina y mucho ojo a las consecuencias sociopolíticas que pueda tener para un país "delicado" como Arabia Saudí.

Incluso si el crecimiento económico de Estados Unidos es, en parte, una burbuja que se puede reventar, su superavit presupuestario le supone un colchón esencial para afrontar peores tiempos. Por su parte, Europa, la del euro, no va mal (mejor en la periferia que en el centro). Pero aquí, vista desde Davos, se acaba la historia para 1999. Pues en este momento, aparentemente, son las dos regiones que cuentan. Incluso si se superan las diferencias entre EE UU y Europa, y en los próximos meses se va estableciendo una nueva "arquitectura financiera internacional", el pronóstico es que 1999 va a ser esencialmente un pas de deux. Especialmente con el dólar y el euro, aunque cada uno con su modelo; y cada uno con su política de impulso económico.

Este año, según los pronósticos, Japón, que ha hecho serios esfuerzos de reforma, acabará en el mejor de los casos con un crecimiento nulo; algunos países de Asia empezarán a recuperarse, pero incluso si se afianza esta recuperación no cabe olvidar que allí se ha destruido en un año una clase media que se había tardado 30 años en trabar; América Latina se verá afectada por la crisis brasileña, pero, aunque se ha hablado mucho de ella, ya no preocupa tanto porque la "contaminación" parece limitada. China es la gran interrogante, pero India podría tomar su relevo.

Y de Rusia, ni hablemos, pues aunque los rusos han hecho un serio esfuerzo de presentación en Davos, no saldrá del profundo hoyo económico en el que ha caído así que pasen cinco años. La preocupación por Rusia es política. Un año, pues, para que algunos de los demás empiecen a crecer.

En Davos, aunque cautos, los más optimistas son los empresarios. Los más seguros, incluso voluntaristas son los políticos. El ministro de Finanzas británico, Gordon Brown, ha llegado a proclamar el final del "absentismo gubernamental" en la economía mundial. Los más pesimistas, los expertos; muchos, mas no todos, se equivocaron en el pasado. Pero hoy por hoy, y salvo nuevas sorpresas, la palabra parece estar en el bolsillo roto del consumidor estadounidense, mientras los europeos van algo más cautos.

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