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Los equipos de rescate encuentran todavía personas con vida en los escombros de Armenia

Juan Jesús Aznárez

Entre aplausos y lloros, bajo las ruinas de un edificio de seis pisos, ayer al mediodía era rescatado vivo un adolescente de 17 años tras permanecer 40 horas atrapado. Cada vez que los socorristas arrancan de los escombros a una persona que respira, Colombia recupera la vida. El presidente Andrés Pastrana ha trasladado por unos días su Gobierno a Armenia, la ciudad más castigada por el terremoto que irrumpió en la zona centro oeste del país el lunes. El último informe de la Cruz Roja colombiana cifra en 857 los muertos, más de 3.000 heridos y 400.000 afectados.

La situación más dramática se vivía ayer en Armenia, capital de Quindío, aunque Pereira, la capital de Risaralda, y varios municipios de las dos provincias también estaban en una situación de crisis. La ayuda no llega al centro de Armenia y el hambre no espera. En la tarde de ayer se dieron los primeros saqueos en los supermercados de la ciudad. La policía intervino con disparos al aire. Detenidos, heridos de bala y lucha por los alimentos. La tragedia no tiene límites.

Andrés David Acevedo, de 17 años, no olvidará fácilmente la voz del brigadista que habló con él durante las 40 horas que permaneció, atrapado entre los escombros. Ayer, Andrés pudo verle la cara al guía turístico que, voluntariamente, trabajaba en las labores de rescate. Pudieron salvarle. Su padre también la daba las gracias a Dios.

La gente aplaudió a Andrés cuando lo vieron sonreir, ya fuera del tormento. También hubo muestras de alegría cuando la Cruz Roja pudo sacar de la muerte a Jeysón López, de 12 años. 37 horas repletas de hormigón, de conversaciones con su hermano menor, y con su padre, quien ayudó a los socorristas que, con las indicaciones del propio Jeyson, fuero quitando cada piedra de la sepultura prematura. El niño se encuentra bien.

Pero la esperanza es sólo un espejismo en Armenia. Bajo el mismo edificio de tres plantas que cayó sobre Jeyson, se encontraban dos niños de 10 y 8 años. Los brigadistas escucharon sus voces hasta el martes por la noche. Después, el silencio enfrió la sangre de los voluntarios.

Cuando la tierra tembló el lunes, el vecino Alfonso Ramírez se hincó de rodillas en una calle de Armenia y encomendó su alma a la voluntad del Altísimo cuando derrumbó un edificio ante sus ojos. "¡Diosito, por qué nos haces esto!". Ramirez y otros aterrorizados debieron alzarse e interrumpir las preces apremiados por las sirenas y los pelotones de voluntarios pedían paso.

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Los desmanes, aunque repugnantes, han sido pocos. La solidaridad supera sobradamente el comportamiento de los sobrevivientes de un sismo, nacido a 40 kilómetros de profundidad, que ha arruinado esta bella geografía cafetera.

Todo se cayó encima en Armenia, Calarcá o La Teibada. Aproximadamente 500 de los edificios que quedaron en pie serán demolidos porque sus dañadas estructuras amenazan derrumbe. La noche del martes al miércoles, mientras el rigor de la intemperie, el hambre, la incertidumbre o el luto mortificaban duro, se sintieron dos nuevos temblores. Cundió el pánico entre quienes velaban a sus muertos entre los escombros, recibían sangre bajo lonas, o pernoctaban al raso.

En el cementerio Jardines de Armenia los hornos crematorios no funcionan, más de 30 obreros abren fosas comunes, los deudos más desesperados las excavan con sus propias manos, otros protestan porque creen que algunos negociaron con los féretros, y el camposanto no da abasto. "No cobramos ni un peso porque no hay a quien cobrarle", informa el gerente del maltrecho cementerio, Carlos Alberto Monteña.

El polideportivo es un tanatorio dónde decenas de cadáveres aplastados, con mutilaciones y traumatismos mortales son escrutados por quienes buscan a los suyos en la confianza de no encontrarlos allí. Sabiéndola muerta, porque era imposible salvarse bajo las ruinas del piso donde vivía, el subdirector del hospital de Armenia siguió trabajando y ayudando a sus vecinos. Se tomó un descanso cuando le avisaron que ya, que el cuerpo de su madre había aparecido sin vida. La reconoció por el reloj. Ella intentó sobrevivir comunicándose con una caja de música. Durante horas fue el sonido de la esperanza para miles de colombianos.

¡Que saquen los muertos!

Fortalecido por la fe, increíblemente sereno, pulcramente de traje y corbata, un padre reflexiona sobre su suerte: murieron su mujer y su hija, que cumplía diez años el día que reventó aprisionada por los cascotes. "Ahí están en la funerarias. Las cosas materiales se con siguen fácilmente o difícilmente pero las vidas humanas no. Quisiera agradecer a Dios porque me permitió vivir con una mujer buena 30 años y me dio la felicidad de vivir diez años con mi hija que me dio mucho amor y mucha ternura. Mi niña fue un milagro de la vida, un regalo que me hizo Dios".

La prensa, fundamentalmente las emisoras de radio y televisión reciben miles de llamadas, colaboran sin restricciones y establecen líneas de comunicación para reunir a las familias y ordenar las ayudas. "Mi casa quedo invivible. Y a raíz de eso me puse a pensar en el dolor ajeno. De gente que no tiene la misma suerte que yo, pues mi familia me acogió". Habla Pilar Calderón, víctima y socorrista. "Que nos saquen los muertos del patio que nos estamos poniendo malucos", pedía alguien.

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