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UN NOVELISTA DE VANGUARDIA

El señor de la pajarita

Juan Luis Cebrián

Un día de un año, desde el que han transcurrido ya más de cuarenta, llegó a casa en busca de mi padre. Lo hizo despotricando, aunque de forma extremadamente educada, porque iban a una cena de gala, y a él no le gustaba ponerse el esmoquin. Le estreché la mano, le traté de usted, como hacían antes los jóvenes con las personas adultas, y le dije que leía con frecuencia sus críticas de teatro. Fue la primera vez en mi vida que hablé con él y me acuerdo de ello con absoluta nitidez, aun si por entonces todavía no era el escritor consagrado en que luego se convirtió, porque me sorprendió su irritación sarcástica contra la corbata de pajarita, cuando a mí me parecía que Gonzalo Torrente Ballester tenía un físico al que le sentaba especialmente bien aquella prenda. De manera que su figura, y su obra, pertenecen al acervo de mis recuerdos más tempranos. Le tuve, luego, como maestro, en unos cursos de periodismo organizados por alguna institución oficial de la época -no recuerdo ahora si era el SEU, el sindicato obligatorio universitario-, y como colaborador asiduo en Informaciones -donde durante años nos regaló los Cuadernos de la Romana- y, de forma más ocasional, en EL PAÍS. Su salud, minada seriamente en los últimos años, le impedía acudir con frecuencia a las sesiones de la Real Academia Española, pero su sentido del compañerismo y de la amistad le empujaban a hacerlo, aunque ello demandara un extraordinario esfuerzo, en las ocasiones solemnes de recepción de nuevos miembros.Dado su abrumador talento, fue un hombre excesivo y prolífico en casi todo. Aunque la crítica le descubrió muy pronto y le reconoció enseguida, la fama le llegó en la madurez tardía, gracias a la televisión, y eso es otra cosa que debemos agradecerle. Fue uno de los grandes escritores -como García Márquez, como Carlos Fuentes, como Octavio Paz- que entendieron que los medios audiovisuales de masas no tienen por qué ser, necesariamente, enemigos de la calidad artística. La serie de televisión sobre Los gozos y las sombras es el mejor testimonio de ello. Para quienes, durante años, venimos clamando por la necesidad de que los intelectuales y artistas se acerquen a las nuevas tecnologías y ocupen un espacio tantas veces usurpado por creadores mediocres, el ejemplo de Gonzalo Torrente Ballester resulta proverbial. Y es una prueba de que, en el mundo de la literatura, cantidad y calidad no tienen por qué estar, necesariamente, reñidas.

Por lo demás, la biografía de Torrente está ligada, de forma inevitable, a la experiencia de la guerra civil, pero es muy importante su contribución a la cultura de la democracia y a la geografía espiritual de nuestra reciente transición política. Las generaciones de hoy le deben mucho. Al periodista, al escritor, al hombre.

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