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La noche de todos

La gran noche no fue de Garci, sino de todos los demás. Y la película de los Goya resultó ser un asuperproducción hecha con tacto

Si algo se demostró anoche, en la gala de los Goya 98, es que José Luis Garci no había comprado votos. La gran noche no fue suya. Su nombre (salvo que Rosa María Sardá se refiriera a él cuando, en un gag, nombró a Caín) no surgió hasta que Fernando Fernán Gómez se hizo con el premio al mejor actor protagonista, por El abuelo, y su hija Elena, al recogerlo, nombró a Garci con agradecimiento.El gran interrogante, en las horas previas, había sido precisamente éste. ¿Qué iba a hacer la Academia, tras la inesperada sacudida que ha supuesto la dimisión de José Luis Garci, con 13 nominaciones, en vísperas del evento? Tuve la suerte de ver la entrega, anoche, en casa de un cinéfilo, Carlos Mir (el hombre que me anunció que habían asesinado a John Lennon), con un público selecto, entre el que se encontraba el académico del cine (ergo, votante de los Goya) e historiador Román Guberg. Y antes de empezar comentábamos que este año los premios parecían escindirse en el viejo tema de las dos Españas. La oficial y tradicional, representada por Garci; la moderna, personificada por Fernando Trueba.

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En la ceremonia, la Academia, sin definirse, se definió. Dijo Aitana, sobria y directa, bellísima en su combinación a lo Lollobrigida de terciopelo y pedrería, que "hay que atenerse a las normas" (los aludidos se den por tales) y que este año, de gran éxito en taquilla del cine español, "hay mucho que celebrar". Y uno se preguntaba si había que celebrar por los que se habían dado de baja.

Cuando Rosa María Sardá, estupenda conductora de la gala, convocó ¿al fantasma? de Francisco Álvarez Cascos, ese hombre a quien recientemente Garci ha definido como casi un pozo de ternura, un escalofrío recorrió la espina dorsal de mi tresillo. Oh, cielos, ¿vendrá el vicepresidente en representación del Gran Ausente por antonomasia? Pero se trataba de una simple coña marinera de la gran Sardá (que no llegó cubierta por una armadura anti puñales tipo Excalibur, sino por un sencillo frac de animadora de circo, que era de lo que se trataba), posiblemente el único ser de origen catalán a quien se le deja hacer el ganso en Madrid porque saben que, al contrario que Pujol, es inofensivo.

Las galas del Goya retransmitidas por TVE tienen un problema. Carecen de glamour. Digo esto porque, habiendo sido este año la ceremonia muy excelente, perdiendo poco tiempo en fruslerías, con un guión bien armado y una conductora de primera, la realización televisiva, muy correcta cuando se movía por el escenario, ha carecido de ¡lo más importante! ¡No nos hemos enterado de cómo iban vestidas las estrellas!

Y, perdonen, si tenemos otras cosas de Hollywood, como el claqué de los Méndez de la catalana escuela El Timbal, y el premio a Tony Leblanc, cuyas palabras arrancaron lágrimas a los aficionados (tantos buenos ratos pasados con el taxista, el chico de barrio, el ingenuo madrileño castizo). Si tenemos el tributo a los muertos (Rafael Alonso, Ricardo Franco, Jordi Torras, etcétera). Si tenemos hasta a un checo, ¡Miroslav Taborsky!, que aquello parecía la noche de los checos vivientes.

Si tenemos todo eso: ustedes perdonen, pero TVE debería contarnos hasta dónde llegaban el traje de Penélope Cruz, que vino de azabaches en collares y con su propio checo. Hubo vistas al tendido, pero lo que más vimos de la platea (donde había "tanto petardo", según la Sardá), se la debimos más a los espejos-homenaje a La dama de Shangai, instalados en el escenario. No, el Garci no había comprado los premios. Si lo hizo, el suyo fue un mal negocio. Los Goya se repartieron, anoche, como un buen premio de lotería que recompensa un poco a cada uno de los que pusieron tanto. Como me dijo Román Gubern: "Un reparto ecléctico, en el que los cineastas veteranos han compartido la gloria con los jóvenes". No hay nada como compartir visión con un analista.

Entre las dos Españas, si es que tenemos que hacer caso del tópico, surgió una tierra de nadie cuando Pedro Almodóvar, eterna e injustamente ninguneado por los Goya, tuvo la suprema elegancia de subir al escenario (magnífica idea, la de la rampa), para entregar el premio a la mejor actriz principal: él, que es experto en actrices, se dio el gusto de darle el Goya a Penélope Cruz, a quien él dio, en los minutos iniciales de Carne trémula, una intervenciñón de antología.

Que Fernando León se llevara el Goya a la mejor dirección por Barrio (ya tenía en el regazo el concedido al mejor guión), habla de que, quizá, esta guerra vivida por la Academia ha servido para hacer más justa la suerte. Todos en el tresillo acordamos que lo merecía: por ser película, la suya, que nos concierne.

La mejor película fue La niña de tus ojos. Pero la película de los Goya fue una superproducción hecha con tacto, y con ausentes, que premió prácticamente a todas.

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