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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Salvada, pero tocada

LA COMISIÓN Europea se ha salvado. Su gestión ganará en transparencia. Pero ha salido tocada de su pulso con el Parlamento Europeo. Aunque siga viva, lo que no es poco dadas las circunstancias, se puede decir que desde ayer este órgano colegiado está en funciones, a la espera de que en junio se designe a un nuevo presidente y, posteriormente, a los comisarios, que tomarán posesión en enero del 2000. La superación de una moción de censura conjunta y de las reprobaciones individuales al español Manuel Marín y a la francesa Edith Cresson permite que esta institución pueda al menos seguir funcionando durante los meses en los que se va a negociar la llamada Agenda 2000, sobre las finanzas futuras, las reformas de algunas políticas y las perspectivas de ampliación de la Unión Europea. Pero lo va a hacer con una influencia y una credibilidad mermadas.El origen del pulso está en algunas alegaciones de corruptelas, mala gestión de fondos del ejercicio presupuestario de 1996 y de favoritismo en algunos nombramientos o contratos. Al menos esta crisis política puede servir para hacer más transparente la gestión de la Comisión. Un grupo de expertos, según lo acordado ayer en Estrasburgo, examinará estos problemas y dará su veredicto en marzo; mientras, a más largo plazo, tendrá que ponerse en marcha el plan propuesto por Santer -testamento a su sucesor- y apoyado por la actual presidencia alemana del Consejo de la UE para mejorar el funcionamiento de la Comisión.

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Un presupuesto equivalente al 1,2% del PIB de la UE no es poco. Pese a la existencia de controles por el Tribunal de Cuentas, el Tribunal de Justicia o el Parlamento Europeo, las facturas comunitarias -incluidos los propios gastos de los parlamentarios europeos- requieren un mayor escrutinio que el actual. Por su parte, la Comisión nunca debió haber intentado tapar las alegaciones iniciales sobre fraudes, aunque los mayores no se produzcan en los programas apuntados en la polémica de estas semanas -humanitarios o de ayuda a terceros países-, sino en el más importante gasto agrícola, como tantas veces ha puesto de manifiesto el Tribunal de Cuentas comunitario.

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El presidente de la Comisión, Jacques Santer, ha demostrado su total falta de liderazgo, lo que le descalifica para optar a una renovación de su mandato. No obstante, su órdago al amenazar con dimitir ante una moción de censura o la reprobación individual de algún comisario ha tenido éxito, y se ha evitado el sectarismo en el Parlamento de Estrasburgo, al tiempo que empieza a despuntar lo que puede ser una nueva mayoría europeísta en la Eurocámara, integrada esencialmente por parte de los socialistas y parte de los democristianos. Pero el Parlamento no está para echar campanas al vuelo. Que cuando los socialistas habían retirado la suya una tercera parte de la Eurocámara haya votado a favor de una moción de censura presentada por la extrema derecha francesa indica que hay un malestar profundo en esa institución elegida por sufragio universal directo. Y que 87 de los 99 eurodiputados alemanes hayan votado en ese sentido da la razón a los que apuntaban a los intentos de Alemania de deslegitimar a la Comisión y, con sus críticas a la mala gestión de los dineros, apoyar sus reclamaciones para reducir la contribución de su país a las arcas comunitarias. Ayer, en Estrasburgo, Alemania fue derrotada. Lo grave es que esta Alemania, en una Europa que con el euro ha hecho suyo el marco, está desenfocando su política europea de una forma preocupante.

Lo ocurrido pone de relieve la imperiosa necesidad de aumentar no sólo la transparencia y responsabilidad de la Comisión Europea, sino también su legitimidad democrática. El presidente y los comisarios son nombrados por el Consejo Europeo, es decir, por los gobiernos. A su vez, el Parlamento ha ido ganando poderes y acercándose al Consejo, con quien comparte las decisiones en áreas cada vez más numerosas. Pero esto no ha reducido el poder de la Comisión Europea, que mantiene el monopolio de la iniciativa legislativa -se preserva así el método comunitario, que tan buenos frutos ha dado- y que ha aumentado su ámbito de gestión sin que se hayan renovado sus estructuras.

Las elecciones europeas de junio podrían ser una oportunidad para un cambio en el procedimiento electivo de la Comisión y en sus reglas de funcionamiento. En esta línea, que se ha abordado en Estrasburgo y que también propone, incluso de forma más radical, Jacques Delors, el anterior presidente de este Ejecutivo, sería deseable que la formación del próximo colegio de comisarios tuviera más relación con los resultados de esos comicios, aunque el Tratado no obligue a ello. Si la Comisión se está constituyendo en una especie de Gobierno europeo, es bueno que aumente su grado de responsabilidad colectiva e individual ante el Parlamento Europeo. En la estela del discutido Tratado de Maastricht, muchos gobiernos optaron por una Comisión débil. En la nueva etapa que abre la moneda única sería bueno tener una Comisión fuerte sometida, eso sí, a un escrutinio más riguroso del Parlamento.

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