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Colapso hospitalario

En la abarrotada sala, el bullicio sólo se apaga cuando por el altavoz alguien advierte que el servicio de urgencias se halla colapsado y que el tiempo de espera se prolonga un promedio de seis horas y media. Casi al unísono, los presentes en la sala emiten un suspiro de desespero. La crispación aumenta y a los enfermos parece que se les agudice repentinamente el dolor. Mónica Núñez, de 24 años, sufre una intensa presión en el pecho y teme padecer alguna dolencia cardiaca grave. "Llevo cuatro horas aquí y ni siquiera me han hecho una prueba para ver qué me ocurre", asegura. "Lo peor de todo es que no hay ningún espacio donde podamos esperar las personas que nos encontramos peor. Aquí hay mucho alboroto", añade. El pasillo está repleto de camillas y los médicos van de un lado a otro a un ritmo casi frenético. En las taquillas de información, los teléfonos no paran de sonar. "Bellvitge se nos ha quedado pequeño, habría que ampliar sus servicios o crear nuevos hospitales para afrontar situaciones como ésta", afirma con evidente enfado Dionisio Pérez, un vecino de Sant Feliu de Llobregat que lleva seis horas esperando a que los médicos atiendan a su hijo, de 19 años, que tiene fiebre alta y dolor en la garganta. Como sucede en Bellvitge, los servicios de urgencias de los grandes hospitales de Barcelona se hallan saturados desde principios de las fiestas navideñas a causa de una epidemia de gripe e infecciones respiratorias que afectan mayoritariamente a personas de edad avanzada. Los responsables de los servicios de urgencias de los hospitales de Barcelona pidieron ayer que los enfermos no graves se dirijan al médico de cabecera. "El 80% de las personas que acuden a los servicios de urgencias de los grandes hospitales hubieran encontrada la solución a su problema en un centro de atención primaria", asegura Miguel Pérez Quintanilla, jefe de prensa del hospital de Bellvitge. Los datos facilitados por el centro son reveladores: entre el 24 y el 30 de diciembre se atendieron en urgencias 2.419 casos, de los que sólo 294 acabaron en ingreso hospitalario. El problema, dice Pérez Quintanilla, es que la gente no está acostumbrada a usar los servicios de urgencias de los ambulatorios. Algunos de los enfermos consultados en la sala de espera de Bellvitge se quejaban ayer, sin embargo, de que en los centros de atención primaria no les atienden y les mandan a los grandes hospitales. La suegra de Isabel Galán, una mujer diabética que ayer por la mañana sufrió un mareo y se cayó, acudió al ambulatorio de Cornellà, pero de allí la enviaron a "un gran centro hospitalario". En Bellvitge le hicieron unos análisis y seis horas después aún esperaba el dictamen médico en una camilla aparcada en el pasillo del servicio de urgencias. Miguel Pérez Quintanilla insitía ayer en que las demoras en el tiempo de espera no valen para los casos de urgencias "de verdad". "Ningún enfermo grave se queda sin cama o sin la atención médica urgente que necesita".

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