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Reportaje:

El resbalón de Mandelson, la eminencia gris de Blair

El jueves de la semana pasada, en la mañana posterior al comienzo de los ataques aéreos anglonorteamericanos contra Irak, Tony Blair se encontró con una noticia desagradable. Su secretario de prensa, Alastair Campbell, le dijo en un aparte que, al parecer, un miembro importante de su Gabinete estaba a punto de verse envuelto en un escándalo público muy perjudicial.El hecho de que Campbell no dudara en transmitir el mensaje a Blair indica hasta qué punto eran graves las posibles consecuencias. Porque la noticia no podía ser más inoportuna. Blair se preparaba para intervenir ante la Cámara de los Comunes con una declaración sobre el bombardeo aéreo de la noche anterior. Era el primer ataque militar que había autorizado durante sus 20 meses en el cargo. Era la primera vez que el joven primer ministro británico, profundamente cristiano, había dado una orden cuyo resultado iba a ser la muerte de seres humanos; no sólo iraquíes inocentes, sino quizá también pilotos británicos. Y encima, esto.

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Campbell acababa de enterarse de que los sabuesos de la prensa estaban cercando a Peter Mandelson, secretario de Comercio e Industria y uno de los más fieles aliados de Blair en el nuevo laborismo. En cuestión de días iba a publicarse la información de que Mandelson había recibido un préstamo importante -para la compra de una casa- de Geoffrey Robinson, otro ministro de Blair.

Aparentemente, Robinson, un personaje polémico, famoso por acumular una gran fortuna con métodos dudosos antes de ocupar su puesto actual, prestó a Mandelson más de 90 millones de pesetas de su bolsillo. Mandelson devolvería el dinero con un tipo bancario mínimo, y de esa manera se ahorraría dinero con relación a los intereses que habría debido pagar si hubiera solicitado un crédito hipotecario como cualquier ciudadano.

Temor a la prensa

Blair escuchó a Campbell con inquietud. Quizá no había nada ilegal en lo que había hecho Mandelson, pero conocía la prensa británica, especialmente los diarios sensacionalistas cuyos favores se había esforzado por ganar en la campaña electoral de 1997. La palabra "matiz" no existe en el vocabulario político del Sun de Rupert Murdoch, cuyas ventas sobrepasan los cuatro millones de ejemplares. Además, la prensa siente intenso desagrado hacia Mandelson, el manipulador informativo por excelencia de los laboristas, y no vaciló en explotar la reciente revelación de su homosexualidad.Cuando Campbell terminó de hablar, Blair miró su reloj. Todavía tenía que dar retoques al discurso que iba a pronunciar ante los parlamentarios, un texto cuidadosamente elaborado para mitigar la controversia que iba a causar su decisión de unirse a EE UU en el ataque a Irak. Pero el asunto Mandelson no podía esperar. Blair se apresuró a dar instrucciones a sir Richard Wilson, su jefe de gabinete, para que investigara si Mandelson había roto el código de conducta de los ministros.

Luego apareció ante el Parlamento y, con la seriedad que exigía la ocasión, declaró que el propósito de la misión iraquí era "degradar" la capacidad militar de Sadam Husein. Tal vez se le ocurrió, mientras hablaba, que él también se enfrentaba a la perspectiva de una degradación no militar, sino política, por el chaparrón de Mandelson que se le venía encima y por la sospecha creciente, en el Reino Unido y en todo el mundo, de que el principal motivo de Clinton para desencadenar la Operación Zorro del Desierto era desviar la atención de sus acuciantes dificultades políticas en el Capitolio.

Cuando llegaron las noticias de que el proceso de destitución de Clinton avanzaba y el presidente norteamericano informó a Blair de que iba a ser necesario anular la Operación Zorro del Desierto, el primer ministro británico se lanzó a los micrófonos, con cierto alivio, para anunciar que la guerra había terminado.Asimismo se enteró, también con alivio, de que, según la conclusión a la que había llegado sir Richard Wilson, Mandelson se había "blindado" contra todo conflicto de intereses en la cuestión del préstamo para la casa al recusarse a sí mismo, en septiembre, y no involucrarse en las investigaciones que su ministerio llevaba a cabo sobre las actividades de Robinson.

Blair esperaba -o necesitaba creer, por lo menos- que la prensa se mostraría razonable y dejaría en paz el asunto. Pero Mandelson pasó un fin de semana angustioso en su amplia casa, valorada en 125 millones de pesetas, situada en el barrio de moda en Londres, Notting Hill.

Mandelson trabajó en la televisión antes de convertirse en director de comunicaciones del Partido Laborista en 1985 y conoce cómo actúan los medios. Sabía que, si pretendían generar el máximo impacto posible, no les parecería prudente hacer pública la información de sus relaciones con Robinson mientras siguieran los bombardeos sobre Irak.

En realidad, Mandelson no es un director de comunicaciones cualquiera. A él se le atribuye haber creado la estrategia que modernizó la imagen pública del laborismo, sacó al partido de las tinieblas del socialismo y creó las condiciones para la abrumadora victoria sobre los conservadores en mayo de 1997. El propio Blair puede considerarse un protegido de Mandelson, ya que fue éste quien le enseñó a desarrollar sus formidables cualidades de comunicador y quien educó al primer ministro, más preocupado por los medios que jamás ha tenido el Reino Unido.

Al cabo de 18 años de estar apartados del poder, la enseñanza de Mandelson al laborismo, en general, y a Blair, en particular, fue esencialmente ésta: "Adaptarse o morir". Adaptarse significaba dar un fuerte giro hacia la derecha. Una vez en el Gobierno, Mandelson se convirtió en el Richelieu de Blair, su eminencia gris en el ámbito de las relaciones con los medios, y pasó a ser una persona con la que nadie en las filas laboristas estaba dispuesto a enfrentarse. .

La profusión de enemigos secretos que se ha granjeado es la que ha producido intensas especulaciones en los círculos políticos británicos sobre quién filtró exactamente a la prensa la noticia sobre el crédito de Robinson. El lunes pasado, a las cinco de la tarde, Mandelson se enteró, a través de preguntas de periodistas, de que la bomba iba a estallar en los diarios de la mañana del martes. De modo que discutió su estrategia defensiva, entre otras personas, con el jefe de prensa de Blair, Alastair Campbell, y pasó todo el martes contestando a un aluvión de preguntas de la radio y la televisión.

"Era perfectamente legítimo que Geoffrey me ayudase", repitió Mandelson una y otra vez. "No es más que un alma generosa. Me concedió un préstamo que le devolveré a su debido tiempo, con intereses". Mientras Mandelson emprendía su frenética defensa, Campbell contaba a los periodistas que Blair apoyaba a su amigo. "No vais a sacar nada de sustancia", les dijo.

Hombre muerto

El agudo instinto de Mandelson le hizo ver que era, como dicen en EE UU, "hombre muerto". Nadie, ni en los medios ni en la oposición conservadora, ávida de sangre, afirmaba que hubiera cometido un acto ilegal, pero lo que declaraban todos los detractores era que, en un partido que se había comprometido a respetar unas pautas muy elevadas de conducta moral tras su llegada al poder y que había prometido dejar atrás los sórdidos años de los conservadores, la racanería que había mostrado Mandelson a la hora de contar la verdad podía sugerir que el Gobierno del nuevo laborismo era tan poco ético como su antecesor tory.Mandelson telefoneó a Blair a las diez de la noche del martes para confesar un "error de juicio" al no haber hablado a sus funcionarios del préstamo de Robinson cuando llegó al Ministerio de Comercio e Industria este verano. Dijo que tenía miedo de estar dañando la reputación del Gobierno y del laborismo y que, por su estrecha relación con Blair, temía que iba a acabar perjudicándole también a él. "No podemos ser como los anteriores", declaró.

Blair era reacio a abandonar a su amigo y le aconsejó que "lo consultara con la almohada". Pero ambos sabían que los dados estaban echados. El miércoles, a las diez de la mañana, Mandelson volvió a llamar a Blair y le dijo: "Con la fría luz del día se ve claramente que debo dimitir". Blair, para el que la partida de Mandelson es una pérdida triste desde el punto de vista personal y grave desde el punto de vista político, no se lo impidió.

El daño ya estaba hecho y lo único que podía intentarse era que las repercusiones fueran mínimas. Pero, como sabe Mandelson mejor que nadie, en esta era posideológica, la imagen lo es todo en política. Y la imagen que Blair había logrado crear hasta ahora, de un nuevo laborismo a la vanguardia política de Europa -capaz de conciliar la economía de libre mercado con la política de la compasión y de luchar por una "política exterior ética"-, ha sufrido un daño muy similar al que presuntamente han sufrido las armas de Sadam.

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